Barra libre, o casi. Durante más de dos años y medio de guerra, Joe Biden impuso serias cortapisas al uso del armamento que enviaba a Ucrania para repeler la invasión rusa. El argumento era el temor a provocar una respuesta rusa de una violencia desproporcionada. A dos meses de dejar la Casa Blanca y de la llegada de Donald Trump, que previsiblemente cambiará la política, el presidente saliente estadounidense está levantando a toda prisa esas limitaciones: primero aprobó el lanzamiento de misiles de largo alcance hacia el interior de Rusia el fin de semana; este miércoles, el uso de minas antipersona. Las ventajas, calcula Washington, superan el riesgo percibido hasta ahora.
Y mientras elimina tabúes en el uso de armamento en el campo de batalla, el Gobierno estadounidense acelera también el ritmo de la entrega de equipamiento a Kiev. El martes anunció una venta por valor de 100 millones de dólares (94,5 millones de euros). Este miércoles, el secretario de Defensa, Lloyd Austin, adelantó un nuevo paquete de ayuda militar por valor de 275 millones de dólares, que incluirá “municiones para sistemas de cohetes y artillería, y armamento antitanque”. Restan aún por asignar cerca de 6.000 millones de dólares de los 61.000 que el Congreso aprobó la primavera pasada para Ucrania y Washington ha prometido adjudicarlos antes del traspaso de poder el próximo 20 de enero.
Este miércoles Austin también confirmó desde Laos, donde se encuentra en gira oficial, el levantamiento de una de las grandes barreras impuestas hasta ahora: las fuerzas ucranias podrán recurrir a las minas antipersona para frenar los avances rusos, pese a las críticas de las organizaciones humanitarias que denuncian los daños que esos artilugios causan a civiles. Según explicó el jefe del Pentágono en declaraciones a la prensa durante su visita oficial, Rusia ha cambiado de tácticas y ahora prefiere utilizar soldados de infantería en lugar de vehículos blindados, muy expuestos a los ataques de los misiles antitanque de lanzadera portátil Javelin. Además, estos soldados pueden desplegarse con más agilidad y preparar el avance de los blindados.
La guerra, que este martes cumplió 1.000 días, se encuentra en una fase en la que Rusia lleva la iniciativa desde hace meses. Esas fuerzas, mucho más numerosas que las ucranias —y reforzadas ahora, según Washington, por cerca de 11.000 soldados norcoreanos—, están aprovechando su mayor tamaño para obligar a retroceder a los militares ucranios en la región oriental de Donetsk, hacia donde Moscú lanza frecuentes ataques con drones y misiles desde el interior de Rusia.
Minas con batería
“Ucrania necesita algo que pueda frenar” esos avances de infantería rusos, declaró Austin. Las fuerzas del país “han pedido esto y creo que es buena idea”, agregó el secretario de Defensa. Según recordó, el ejército ucranio ya utilizaba minas antipersona de fabricación propia, más burdas, para frenar a las tropas rusas. “Las que estamos pensando en proporcionarles no son persistentes. Podemos controlar cuándo se activarían y cuándo explotarían. Y eso las hace más seguras que los artefactos que ellos están fabricando por su cuenta”. Las minas no persistentes necesitan baterías para estallar, lo que las acaba inutilizando con el paso del tiempo e impidiendo que, aunque queden en el terreno, puedan estallar años después al paso de un civil.
Estados Unidos, ha matizado el general retirado, ha dado instrucciones sobre cómo emplear este tipo de armamento para asegurarse de que “hacen las cosas de manera responsable, registrando dónde colocan las minas”. Rusia ha utilizado las minas antipersona en Ucrania desde el comienzo de la guerra en febrero de 2022.
El anuncio de este miércoles llega tres días después de que Washington diera a conocer que había levantado lo que hasta entonces, pese a los ruegos del presidente ucranio Volodímir Zelenski, había sido su gran línea roja: autorizaba el uso de sus misiles ATACMS, con un alcance de más de 300 kilómetros, en el interior del territorio ruso, para que Ucrania pueda llegar, entre otros objetivos, a los emplazamientos desde donde las tropas enemigas disparan sus cohetes. Los proyectiles estadounidenses iban a utilizarse, sobre todo, en la zona de Kursk, en el occidente ruso, para proteger a las tropas ucranias que incursionan en ese territorio desde este verano. Previamente, Estados Unidos había autorizado el uso de misiles HIMARS, de un alcance de 80 kilómetros, contra el lado ruso de la frontera.
Con esa medida, la Administración Biden aspiraba menos a cambiar el curso de la guerra que a enviar una advertencia radical a las tropas norcoreanas, para dejarles claro que son vulnerables, y al líder de Corea del Norte, Kim Jong-Un, para que no envíe más soldados al conflicto.
El levantamiento de las restricciones también busca dejar a Ucrania en la posición más fuerte posible para negociar un acuerdo de paz con Rusia si llega el caso.
Esta carrera a última hora para ayudar a Ucrania antes de la marcha de Biden y la llegada al poder de Trump está motivada “porque Biden y todo el mundo se da cuenta de que el presidente electo bien podría cortar por completo toda la ayuda a Ucrania”. “No sabemos con certeza que vaya a hacerlo, pero ciertamente es una de las opciones sobre la mesa”, apunta Max Booth, del think tank Consejo de Relaciones Exteriores (CFR), en una rueda de prensa virtual. “Es una carrera para aportar hasta el último penique de ayuda y dar a Ucrania todo lo posible para permitirles que resistan todo lo posible”.
Trump había prometido durante la campaña poner fin a la guerra obligando en 24 horas a las partes a sentarse a la mesa de negociaciones y llegar a un acuerdo, aunque nunca ha precisado cómo lo conseguiría ni qué debería incluir ese acuerdo. “Si es serio acerca de negociar un acuerdo que los ucranios puedan aceptar, en lugar de simplemente abandonarlos y dejar que les derroten —que sería un duro golpe no solo para la seguridad de Estados Unidos, sino para el prestigio político del propio Trump— los pasos que se están dando le ayudarán, porque aumentan la presión sobre Putin y la capacidad de negociación de Ucrania”, ha apuntado este experto.
El presidente electo ha dado una primera señal este miércoles, al anunciar a su candidato para el puesto de embajador ante la OTAN. Se trata de su antiguo secretario de Justicia en funciones Matt Whitaker, que ocupó ese puesto durante unos meses en 2018. Whitaker carece de experiencia alguna en política exterior o en el área de Defensa, pero es un leal partidario de Trump, la cualidad que el antiguo candidato presidencial republicano prefiere. De resultar confirmado es probable que centre su misión en presionar a los países miembros para que cumplan o excedan su objetivo de gasto militar por encima del 2% del PIB, e insista en que Estados Unidos, que destina el 3,38% de su PIB a Defensa, afronta una responsabilidad desproporcionada dentro de la Alianza.
El régimen del presidente Vladimir Putin ha reaccionado con furia a los cambios en la política de Biden. El martes anunció un cambio en su doctrina nuclear, que a partir de ahora permite el uso de ese armamento en caso de ataque convencional en su territorio por parte de un país que esté respaldado por alguna potencia nuclear, en este caso Estados Unidos. Y Washington y países europeos suspendieron las operaciones de sus embajadas en Kiev este miércoles por temor a un gran ataque aéreo ruso.