Cada vez que Luisa Solís debe realizar un informe para la agencia en la que trabaja, pone su teléfono en modo avión hasta que termina la tarea. Tras mucho tiempo de sentirse poco productiva, asegura que encontró la solución perfecta para cumplir con sus objetivos laborales. “Con este método logro mantener a raya las notificaciones y no dispersarme”, describe. Sin saberlo, también está describiendo la práctica del ayuno digital intermitente.
El nuevo tabaquismo
Durante mucho tiempo se habló de la idea de un “detox” digital: periódicas “desintoxicaciones” del uso de dispositivos. Pero el paradigma ha cambiado. Dado que no hay estudios significativos que indiquen que esta práctica mejore el bienestar, el concepto evolucionó.
Hoy se habla de “ayuno digital intermitente”. Son períodos concretos de uso consciente de la tecnología, en el que cada quien sabrá qué le sienta mejor. Habrá quienes estarán bien con una hora diaria y quienes necesitarán un corte más drástico. Lo importante es poder discernir dónde está el límite mental y emocional.
“Hoy sabemos que el uso excesivo de pantallas impacta de manera significativa en nuestra salud mental. En lo emocional, la exposición constante a redes sociales puede aumentar la ansiedad y el estrés por la sobrecarga de información y la presión de estar siempre disponibles. Nuestro cerebro está diseñado para concentrarse en un solo estímulo a la vez, y la tecnología fomenta una multitarea constante que puede saturarnos y reducir nuestra capacidad de atención”, ilustra la psicóloga Marina Mammoliti (psimammoliti.com). También marca el impacto en el sueño gracias a la luz azul, lo cual a su vez afecta el estado de ánimo y la función cognitiva.
Dado esto, la especialista considera beneficioso abstenerse voluntariamente de utilizar dispositivos electrónicos, ya que se le brinda un respiro al cerebro y al cuerpo, reduciendo los niveles de cortisol y ayudando a disminuir la sobrecarga sensorial. “La autorregulación emocional mejora cuando hay menos estímulos digitales, y esto contribuye a una mejor gestión de las emociones y a una mayor concentración en el presente”, explica. El método es especialmente poderoso cuando se lo practica con asiduidad.
Hoy se habla del consumo digital como el nuevo tabaquismo. Mammoliti adhiere, sobre todo considerando que antes el tabaco era el principal problema de adicciones en términos de prevalencia y de impacto en la salud pública. Para la especialista, hoy el uso excesivo de las redes sociales tiene un alcance similar y hasta superior.
Ayuno obligado
“Un relevamiento de Apple evidenció que las personas abren sus teléfonos unas 80 veces al día, y otro estudio indicó que tocamos las pantallas casi 2700 veces diarias”, relata Martín Villar, director de Algorithmic Avengers, un think tank dedicado a promover un uso ético de los sistemas de decisiones automatizadas. Y va más allá: según el Global Digital Report 2024, los usuarios activos en redes sociales superan los 5 billones, equivalente al 62,3% de la población mundial.
El especialista agrega que el usuario típico pasa 2 horas y 23 minutos al día “scrolleando” en redes. Pero Argentina supera ese tiempo con un promedio de 3 horas, que le vale el puesto 11 a nivel mundial. Esto se vuelve especialmente grave cuando se trata de niños y jóvenes: “el GCBA señaló estudios a nivel global que muestran que la prolongación del tiempo de exposición a la pantalla afecta negativamente el autocontrol y la estabilidad emocional de los menores, aumentando la ansiedad y la depresión”.
En este sentido, son varios los países que han empezado a tomar acción, generando una suerte de ayuno digital obligado. En 2019, Francia fue el primero en prohibir el uso de celulares y relojes inteligentes en las escuelas, seguido por Noruega. Varios estados de Estados Unidos se sumaron. Otros países que siguieron fueron China, Israel, Portugal, Bélgica y España. Aunque tal vez la decisión más radical sea la de Australia, que reglamentó la prohibición del uso de redes sociales para menores de 16 años. Para cumplir esta ley, requerirá la colaboración de las compañías tecnológicas, bajo penas de multas de hasta US$ 32,5 millones.
¿Y en Argentina? En la Ciudad de Buenos Aires el gobierno limitó el uso de los celulares, definiendo que no se pueden utilizar ni en clase ni en el recreo en jardines de infantes y primaria, y solo en actividades pedagógicas en la secundaria. La medida aplica a las escuelas públicas y privadas, y afecta a 566.000 estudiantes de 2291 instituciones.
Buscando soluciones
Para los adultos, entonces, la mejor salida es la restricción. Pero no todos son capaces de lograrlo, y por eso también hay herramientas digitales que ayudan. Como la app One Sec, que obliga a los usuarios a tomar una pausa y respirar unos segundos antes de poder abrir cualquier red social. O como ScreenZen, que bloquea determinadas apps o sitios durante períodos de tiempo específicos.
Son varios los que han recurrido a este tipo de artilugios, y aunque cualquier intento de recuperar un poco de control debería ser celebrado, hay escepticismo entre los especialistas. “No creo que estas apps funcionen y no recomiendo ninguna. Si una persona siente que no puede dejar de repetir una conducta que interfiere con su trabajo, su vida personal y eventualmente su salud, la solución no es una app, es un profesional”, apunta categórico Ariel Torres, periodista especializado en tecnología con larga data en el rubro. También extiende la recomendación médica a la comparación de que este tipo de “dietas” deben ser compuestas por un profesional de la salud. Caso contrario, la persona estaría automedicándose.
Por su parte, Villar lleva un tiempo bregando por la instalación de la “pausa digital consciente”, que apunta a cambiar prioridades y hábitos digitales. La esquematiza en cinco fases que permiten un cambio profundo en la relación con la tecnología. Son la reflexión (sobre los motivos para usar los dispositivos y las emociones que generan), la creación de un plan de límites, la real puesta en práctica de estos límites (incluyendo comunicarlos a nuestro entorno), la sustitución de estos hábitos con actividades analógicas que aporten satisfacción y finalmente la evaluación, para observar los cambios y registrar el impacto en la vida diaria. “Todo esto implica tomar conciencia de cómo estamos usando la tecnología y hacer ajustes personalizados para mejorar nuestra relación con ella”, sintetiza el experto.
No hay duda de que el avance tecnológico es imparable. Pero como dice una frase muy conocida, un gran poder también conlleva una gran responsabilidad.