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Autoridad de la mujer en las primeras comunidades cristianas

Autor: Evangelico Digital

Participación de la mujer en la Iglesia primitiva (3)

La cuestión más controvertida y discutida del papel de las mujeres en las primeras comunidades cristianas tiene que ver con el hecho de si ocupaban o no posiciones de autoridad.

Al respecto, es preciso hacer dos observaciones.

  • Por un lado, como vimos en el caso de Prisca y Aquila las nociones modernas sobre la autonomía de los individuos en el seno de una familia no son equiparables a las perspectivas antiguas, donde los vínculos, esposo-esposa o padre-hijo, eran más simbióticos que entre nosotros.

Se esperaba que los esposos compartieran por igual sus obligaciones. De esa forma, si Aquila lideraba una comunidad en su casa era esperable que su esposa acompañara en ese compromiso. De la misma manera, la codicia de Ananías y Safira, que le valió la muerte como castigo, es compartida por ambos esposos sin discriminar si el varón actuó por iniciativa personal omitiendo la opinión de su esposa (Hch. 4:34-35).

Un texto no bíblico (Policarpo, Fil. 4:1-6), señala que un tal Valente, presbítero de los filipenses, también pecó de avaro al parecer a espalda de su esposa, pero ambos fueron implicados por igual. Esa implicación sugiere que si la esposa de Valente compartía la responsabilidad en el pecado de su esposo es porque también lo hacía con las obligaciones dentro de la comunidad como presbítero.

Por lo tanto, la indicación de Pablo sobre Andrónico y su esposa Junias a quienes llama sus parientes, compañeros de prisiones y que se convirtieron al cristianismo antes que él (Rom. 16:7), debe considerarse a luz de lo antes señalado. Lo conflictivo de este pasaje es que Pablo agrega que “son muy estimados entre los apósteles”, dando lugar a dos interpretaciones posibles; o bien Andrónico y Junias son contados como apósteles o bien sólo se refiere a que los apóstoles estimaban a la pareja.

Es evidente que depende de lo que uno opine sobre el apostolado femenino la interpretación que preferirá. Tampoco hay certezas de en qué nivel Andrónico y Junias eran parientes de Pablo. Teniendo en cuenta que el apóstol usa en ocasiones metáforas filiales para referirse a sus compañeros en la fe no hay que descartar que aquí “pariente” pueda estar siendo usado en el mismo sentido que “hermano”. En otras palabras, que no sean parientes de sangre sino de ministerio.

De hecho, también llama parientes a Herodión, Lucio, Jasón y Sosípater. Se podría agregar a la madre de Rufo a quien menciona como “madre mía” cuando no lo era biológicamente (Rom. 16:13). Que Junias haya sido considerada apóstol, por que lo era su esposo, es factible pero la evidencia no nos deja afirmarlo concretamente.    

  • Por otro lado, los títulos masculinos en plural no siempre deben entenderse como refiriéndose exclusivamente a hombres. Esta afirmación no es azarosa, aun hoy en muchas lenguas y culturas las mujeres están incluidas dentro de los hombres.

La costumbre social y gramatical de la antigüedad grecorromana es coherente con ello. Existen dos ejemplos en la Biblia. El primero lo encontramos en Romanos (16, 1-2) donde se menciona a Febe como diákonon de la iglesia de Cencreas. Allí se utiliza el término diácono con el artículo femenino y no diaconisa, que aparece por primera vez en un texto griego en el canon 19 de Nicea. Por tanto, es factible que diácono se usara indistintamente para varones y mujeres.

Lo mismo puede decirse de primera de Timoteo (3,11) donde Pablo vierte una serie de recomendaciones a los diáconos, Es verdad que existen discrepancias en torno a si las mujeres mencionadas en este pasaje eran diaconisas o esposas de diáconos, pero en el marco de todo lo dicho antes se puede inferir que la primera opción es más verosímil.

El segundo ejemplo se encuentra en Apocalipsis (Ap. 2:20) donde el texto griego dice que Jezabel se llama a sí misma profeta. Las traducciones modernas traducen profetisa porque es obvio que aquí profeta se usa para describir a una mujer. En verdad, todas las veces que la biblia habla de “profetas” en plural está incluyendo a las mujeres, sólo que nuestro sesgo moderno no nos lo permite ver.

Sin embargo, a Febe también se la denomina prostasis término que la ubica en el rol de benefactora de Pablo. Dentro del sistema romano de patronazgo la capacidad de Febe para actuar como benefactora de otros indica que gozaba de una posición social elevada. Madigan & Osiek (Mujeres ordenadas en la Iglesia primitiva) comparan su caso con el de Junia Teodora, una mujer de Corinto, originaria de Licia, que actuó en el siglo I a.C. como benefactora de los licios al proporcionar hospitalidad a los viajantes licios en su propia casa e intervenir ante las autoridades romanas a favor de los mismos. Un decreto de la ciudad licia de Telmessos describe su accionar como prostasia.

Ese mismo papel podría haber ejercido Lidia, comerciante de telas de la ciudad de Tiatira, que hospeda a Pablo en su casa luego que este sale de prisión (Hch. 16:14-15 y 40). Las mujeres adineradas solían patrocinar viajes con fines de evangelización o usar su influencia para facilitar la tarea de un misionero en determinada ciudad.  

La epístola a los romanos contiene saludos a dieciocho varones y quince mujeres. Como observa el sociólogo Rodney Stark (La expansión del cristianismo. Un estudio sociológico) tal proporción debe tomarse como un indicativo de que la iglesia de Roma estaba compuesta mayormente por mujeres. De otra manera no se explica el alto número de mujeres relevantes en la misma.

A las ya mencionadas Prisca, Junias, Febe y la madre de Ruffo, se puede mencionar María (Rom. 16:6), Trifena, Trifosa y Pérsida (Rom. 16:12) de las cuales se dice que “trabajan en el Señor”. ¿En qué consistía ese trabajo? Es difícil saberlo pero la opinión general es que se trata de evangelismo. También puede referirse a su participación en las comidas comunitarias. A diferencia de la cultura griega, donde las mujeres comían en una habitación separada de los varones, en la cultura romana no estaba mal visto que las mujeres comieran conjuntamente con los hombres. Asimismo, la sociedad romana no impugnaba que una mujer fuera a comer a otra casa. Eso explica por qué había mujeres cristianas casadas con paganos que aun así podían asistir a las reuniones en casas ajenas. En síntesis, todo indica que las iglesias cristianas se organizaron según la costumbre romana y no griega cuando se trataba de comidas comunitarias.

Lo que es innegable es que la presencia de la mujer impregnó al cristianismo de una fisonomía única que llamó la atención incluso de los paganos. Que las primeras iglesias funcionaran en casas, espacio socialmente identificado con la mujer, ayudó a que estas ganaran influencia como madres, esposas o colaboradoras.

Desde ese lugar contribuyeron en la difusión del cristianismo de diversas formas; 1) evangelizando ellas mismas a familiares y esclavos, 2) facilitando sus propiedades inmuebles para las actividades de la comunidad religiosa, 3) usando sus fortunas personales para patrocinar acciones misioneras y evangélicas, y 4) cooperando con su trabajo en las comidas comunes.

En consecuencia, difícilmente se podría hoy pensar el éxito del cristianismo, que pasó de ser una fe marginal dentro del judaísmo a una de las religiones universales más importantes, sin la devoción y entrega de las primeras mujeres cristianas.

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Artículos de esta serie:

1.- El caso de Prisca y Aquila

2.- Lugar relevante de la mujer en las primeras comunidades cristianas

3.- Autoridad de la mujer en las primeras comunidades cristianas

Bibliografía consultada

Aguirre, R. (2009) Del movimiento de Jesús a la iglesia cristiana. Ensayo de exégesis sociológica del cristianismo primitivo. Pamplona: Verbo Divino.

Alexandre, M. (1990) Imágenes de mujeres en los inicios de la cristiandad. En Duby, G. y Perrot, M. (Ed.) Historia de las mujeres, Tomo I. Madrid: Taurus.

Brown, P. (1993) El cuerpo y la sociedad: Los hombres, las mujeres y la renuncia sexual en el cristianismo primitivo. Barcelona: Muchnick.    

Cid López, R. M. (2014) Imágenes del poder femenino en la Roma Antigua. Entre Livia y Agripina. Asparkía, 25, pp. 179-201.

Cotter, W. (1994) Women’s Authority in Paul’s Churches: Countercultural or Conventional? Novo Testamentum, Vol. 36, pp. 350-372.

Hidalgo de la Vega, M. (1991)  El profetismo femenino en la tradición cristiana. Studia Historica. Historia Antigua, 9, pp. 115-128.

Hidalgo de la Vega, M. (1993) Mujeres, carisma y castidad en el cristianismo primitivo. Gerión, 11. pp. 229-244.

Madigan, K. & Osiek, C. (2006) Mujeres ordenadas en la Iglesia primitiva. Pamplona: Verbo Divino

Osiek, C., MacDonald, M. & Tulloch, J. (2007) El Lugar de la mujer en la Iglesia primitiva. Salamanca: Ediciones Sígueme. 

Santero, J. M. y Gascó, F. (1990) El cristianismo primitivo. Madrid: Akal. 

Stark, R. (2009) La expansión del cristianismo. Un estudio sociológico. Madrid: Trotta.

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