El estallido de la bomba lanzada por el diario español “El País” sobre las acusaciones de pederastia contra el cardenal Cipriani, ha puesto en perspectiva el debate que hubo a raíz de la postergación del Festival teatral del PUCP por la publicación de un cartel provocador y que motivó inusitados comentarios de políticos de la derecha peruana.
Si bien la discusión se centró en el conato de censura a raíz de la fuerte presión mediática ejercida en pocas horas, se abre la oportunidad de seguir debatiendo sobre la libertad artística y de sus relaciones con la religión y la política. Pocos se fijaron en que, más allá de las posibilidades del arte, había en juego una lucha política soterrada y también la revelación de lo que pasaba en la política intraeclesial.
Se puede decir que el balance de la semana dio por resultado el arrinconamiento de los progres de la PUCP y de la Iglesia, ajochados por cucufatos de la ultraderecha y los grandes medios. Y por el lado opuesto, por artistas posmodernos, feministas y diversidades. Ironías de la vida: diversidades y disidencias presionando al compás con la ultra que ataca ferozmente al Papa reformador. Justo en los días que el Papa debía tomar la decisión de disolver al Sodalicio de Vida Cristiana.
El comunicado del Ministerio de Cultura del martes 14, desautorizando a una de sus funcionarias que había revisado en diciembre el expediente del Festival de Teatro, finalizó con un intento de interpretación teológica del afiche de marras: “atenta contra tres elementos de la fe católica que se recogen en la Sagrada Tradición de la Iglesia Católica, la Sagrada Escritura y el propio Magisterio de la Iglesia”. Casi en los términos en que un ex canciller, que pugna por ser candidato presidencial, reclamaba en la embajada de Francia, el retorno de Europa a la Cristiandad medieval.
La revelación de los objetivos derechistas estuvo contenida en un comunicado de la Unión Naval, que agrupa a almirantes en retiro conducidos por dos conocidos congresistas. Acusaban a egresados de la PUCP de defender terroristas, por lo que “dejó de ser pontificia y católica hace muchos años” y remató: “la Unión Naval no considera al cardenal Carlos Castillo, arzobispo de Lima, primado del Perú, Gran Canciller de la PUCP un digno representante y guía de la comunidad católica del Perú”.
La Facultad de Artes Escénicas en su comunicado lamentó “que el afiche de la obra, que ya se ha retirado de nuestros canales de comunicación, no represente la complejidad de la propuesta escénica. Y que se haya interpretado como una ofensa hacia la fe católica”. Rafo León escribió: “El juego verbal y la gráfica [de “María Maricón”] recurren a un facilismo infantil que no me dice nada más que la búsqueda de impacto, de efecto efímero, literal y obvio. Y es lamentable que una pieza de esas características haya generado la cancelación de todo un festival de teatro joven”.
Hugo Otero, ex embajador peruano en Chile, alertó sobre las intenciones políticas del alcalde de Lima: “¿Qué se ha creído este oscuro personaje, empeñado en sacar provecho de la sagrada y simbólica imagen de la Virgen, a quien cada pueblo del Perú nombra y reconoce como su propia madre, como la Virgen de la Candelaria en Puno?” El cuestionado, que cuando era candidato presidencial en el 2021 dijo ante cámaras “si veo un mujerón le digo a la virgen María tú eres más bonita que esta chica… estoy tan enamorado de ella, que me da paz”. Es el mismo que el 7 de enero condecoró a Cipriani con el más alto galardón de la ciudad de Lima.
Con la decisión papal de disolución del Sodalicio, la próxima realización del Festival de Teatro, y la revelación vaticana de las acusaciones contra Cipriani, se supone que, al menos en la PUCP, profesores y estudiantes verán con otros ojos lo que pasó y lo que puede suceder.
Por su parte, el actor Lucho Cáceres ha sido sumamente claro al preguntar a esos devotos políticos locuaces ayer y hoy mudos: “¿Lo que ha ocurrido con este pederasta [refiriéndose a Cipriani] no ofende su fe y a su institución, más que un afiche teatral?”
Ojalá pudiera dialogarse sobre cuáles son o debieran ser los fundamentos de una universidad católica, es decir, universal. Un espacio de encuentro entre razón y fe, entre creyentes y gentes de buena voluntad, donde “la verdad les hará libres”.
Pero también, ¿por qué no?, sobre la libertad y las responsabilidades de los artistas. Si toda obra artística tiene repercusiones políticas, por lo que dice o por lo que calla, en relación con sus circunstancias, ¿no sería saludable que los futuros artistas tengan una formación que les permita situarse en el aquí y el ahora de la política nacional y, como no, de la política eclesial? Hace un siglo fue derribada la torre de marfil. Un realismo sano dicta que no se le puede pedir peras al olmo, ni a la PUCP que encabece la revolución de diversidades y disidencias. Las cuestiones planteadas por el autor y director teatral César de María, pueden ser la base de un debate interesante.
Por último, a raíz de estos hechos, muchos han preguntado sobre la difusión del pensamiento cristiano en la PUCP: si es católica debe estar abierta a creyentes y no creyentes, y debe marchar al ritmo de la sinodalidad acordada, lo que puede significar una mayor y deseable participación de los laicos en los asuntos de la Iglesia, sobre todo, allí donde maduró y profesó el padre Gustavo Gutiérrez su teología de la liberación.
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