“!Tounen!” Esta es la palabra que más alto repiten los agentes del Cesfront (Cuerpo Especializado en Seguridad Fronteriza Terrestre), en el puesto fronterizo de Dajabón, uno de los cuatro que regulan el paso de personas y mercancías entre República Dominicana y Haití.
“!Tounen!” –con acento en la “e”-, advierten los uniformados dominicanos a quienes intentan cruzar o asomarse desde Haití a territorio dominicano sin haber sido (aún) autorizados. Para muchos de estos militares, que visten camuflaje marrón y portan armas largas, esta es probablemente una de muy pocas palabras que pronuncian en creole.
“¡Tounen!” “¡Tounen!” “¡Tounen!” – “¡Regresa!” “¡Regresa!” “¡Regresa!”-, repiten sobre todo pasado el mediodía, cuando el enorme flujo de vendedores y compradores haitianos que acuden al Mercado Fronterizo de Dajabón se transforma en flujo de regreso, y el paso al lado dominicano se reduce cada vez más a, por ejemplo, escolares con uniformes que viven en Dajabón, pero asisten y vuelven de escuelas en Ouanaminthe (que los dominicanos llaman Juana Méndez) en el lado haitiano de la frontera.
Un muro “inteligente”
El puesto fronterizo de Dajabón está visiblemente controlado también por funcionarios de la Dirección General de Migración (DGM) y la Dirección General de Aduanas (DGA). Y, menos visiblemente, por agentes de varios cuerpos de inteligencia que cuestionan, controlan, fotografían y hasta acompañan temporalmente nuestra presencia en la zona.
A ambos lados de las dos puertas metálicas que dividen las aceras y del doble portón que parte la calle, se extiende un muro amarillo de metro y medio de altura, rematado por una cerca y una alambrada de púas que suman casi dos metros. Y reforzado por cámaras de videovigilancia y otras herramientas tecnológicas.
Es la llamada “verja perimetral inteligente” en la que el Gobierno del presidente Luis Abinader ha invertido ya el equivalente a 32 millones de dólares desde 2021. Su función, según las autoridades dominicanas, es el control eficiente del comercio bilateral, que reconocen que dinamiza la economía. Además del combate contra el crimen organizado y la inmigración irregular, que ha crecido con la crisis política, económica y social que vive Haití, especialmente desde el asesinato del presidente Jovenel Moïse en 2021.
Pero “no ha dado el resultado esperado”, asegura a DW Emanuel Leclerc, abogado y promotor de derechos humanos en Dajabón del Centro Montalvo, ONG de la obra social jesuita en República Dominicana. Los nacionales haitianos “siguen pasando” por sitios ya deteriorados de la verja o pagando “peaje” a militares dominicanos, dice. Y “los robos de ganado en la zona –luego trasladado a Haití- siguen fuertes”.
Dos portones
Por el paso fronterizo de Dajabón, sin embargo, abierto cada día desde las ocho de la mañana, miles de haitianos solo pueden pasar actualmente a abastecerse o vender en un espacio muy reducido del territorio dominicano: el adjunto Mercado Fronterizo de Dajabón.
“Le damos prioridad a las mujeres comerciantes”, explica a DW uno de los agentes de inteligencia que controla y acompaña por algún tiempo nuestra presencia. Ellas pasan apuradas, a las carreras, en un flujo incesante por la acera izquierda, con bultos repletos de mercancía sobre la cabeza, con carretillas o cubos vacíos en las manos, y con la intervención ocasional de algún agente de Aduanas.
Los hombres pasan en su mayoría por otra fila compacta y lenta a la derecha, sobre todo los que no llevan implementos que “demuestran” que van al mercado, precisa el agente. Se les controla biométricamente con mayor exhaustividad, dice, y se descarta a posibles inmigrantes ilegales.
Los visados que permitirían traspasar un segundo portón fronterizo custodiado por el Cesfront, al otro lado del edificio del mercado, están suspendidos desde 2023. Sin embargo, en las calles que conducen al mercado, hay también puestos de venta improvisados de visitantes haitianos.
Ese margen de tolerancia es controlado por agentes del Ejército varias esquinas más allá. Y en numerosos puntos de control en la ruta por carretera que conduce a Santo Domingo. En cada retén, los agentes de la DGM piden identificarse a quien no tenga “perfil dominicano”, generalmente personas negras de supuesta apariencia haitiana. En uno de esos controles, un agente llega incluso a propinar un manotazo en la frente a esta periodista de DW, aparentemente por sostener su mirada inquisidora.
Mientras tanto, en la frontera, Junia Antoine realiza labores de monitoreo, vigilancia y protección por encargo del Centro Montalvo. Acompaña, por ejemplo, a un adolescente haitiano expulsado del país tras pasar diez días en un centro de retención en Santo Domingo, explica a DW. Lo lleva a un albergue del lado haitiano, hasta que se localice a algún familiar.
Dos látigos y un mercado
“!Tounen!”, gritan otra vez dos militares del Cesfront. Pero, esta vez, cada uno tiene un látigo en las manos. Con él, aporrean el suelo de la plataforma de carga de una motoneta de la que bajan a tres niños de entre unos cinco y ocho años, espantándolos hacia el lado haitiano.
“No les damos, es solo para asustarlos. Aquí a esos niños se les trata con amor. Yo quisiera que tú vieras cuando llega la comida, todos esos niños comen”, asegura un superior, el mayor Vicente, interrogado por DW.
“Aquí no se maltrata al haitiano”, insiste. Y critica a los medios internacionales, a “los derechos humanos”, que “atacan al país” reportando lo contrario: “Que vengan a la frontera para que vean lo que es la frontera en vivo”, sobre todo a primera hora, dice.
Los lunes y viernes, principales días de mercado, pueden cruzar esta frontera entre 15.000 y 35.000 haitianos, estiman diversos observadores interesados en Dajabón. La Dirección General de Migración (DGM), que vigila la apertura de la frontera sobrevolando con pequeños drones el incesante flujo de personas, podría tener datos más precisos, pero no respondió hasta el momento a la solicitud de entrevista de DW.
“Cuando yo veo que nosotros abrimos esa puerta por la mañana, que entra toda esa gente a comprar, todos esos vecinos –los haitianos–, yo me siento regocijado, porque a mí me gusta ver a las personas trabajando, a las mujeres con esas carretillas”, afirma el mayor Vicente.
Camiones-jaulas
El paso cierra a las cinco. Así que las últimas horas de la tarde no son horas de llegar de Haití, sino de volver. Y, para algunos, de ser devueltos. La DGM los trae en camiones completamente cerrados por paredes de metal al frente y a los costados, enrejados por el fondo. “Son camiones hechos jaula, que no tienen asientos, ni donde hacer una necesidad fisiológica”, denuncia el activista Leclerc. Si llegan desde Santo Domingo, como hizo DW en autobús interurbano, el viaje de casi 300 kilómetros puede tomar seis horas.
Al final del primero de los días de diciembre en que DW visita la frontera habrán llegado cinco de estos camiones-jaulas, con un total de 365 personas retornadas a Haití por las autoridades de migración dominicanas: 311 hombres, 31 mujeres y 23 menores, confirma a DW Junia Antoine, tras su monitoreo. Algunos intentan volver enseguida por el portón por el que fueron expulsados, pasar inadvertidos entre el tumulto que vuelve del mercado. “Tounen!”, les gritan.
Activistas locales y organizaciones internacionales defensoras de derechos humanos denuncian “deportaciones masivas”. “Repatriaciones”, les llama el Gobierno. “Expulsiones”, precisa a DW el padre Osvaldo Concepción, director del Centro Montalvo, porque no se agotan procedimientos jurídicos que determinen que procede una deportación.
Expulsiones masivas
Desde 2021, República Dominicana ha incrementado estas expulsiones, que llegaron a afectar a más de 250.000 haitianos en 2023. La campaña fue reforzada desde octubre de 2024 con la meta de 10.000 expulsiones semanales. A más de 276.000 ascienden las expulsiones de 2024, según cifras de la DGM, mientras las críticas de defensores de derechos humanos se extienden dentro y fuera del país.
Con la emisión y renovación de visados suspendidos desde 2023, muchos con permisos temporales de trabajo se han convertido automáticamente en migrantes irregulares, señala a DW el abogado Leclerc. Y se denuncian otras violaciones de derechos, como la detención de mujeres embarazadas en hospitales, o la expulsión de menores no acompañados y de personas nacidas en el país que nunca vivieron en Haití o poseían documentación migratoria en regla.
Después de cerrado el paso, del lado dominicano solo pueden entrar dominicanos o salir haitianos a pie. Antes han vuelto a Haití numerosos camiones y motonetas rojas de carga, que importan sobre todo productos agropecuarios dominicanos (plátanos, huevos, arroz, harina, pollos).
Una adolescente con uniforme escolar intenta volver a Dajabón, pero –aunque tenga sus documentos en regla- el paso está cerrado. Los militares de guardia la envían de vuelta al lado haitiano. “Ellos tienen familia allí”, dice un agente del Cesfront. “Si los jefes estuvieran, la podían autorizar, pero nosotros no”.
La historia se repetirá nuevamente, pero en mayores proporciones, al día siguiente: el viernes, que en otros sitios cierra anémicamente la semana, es el día más intenso de mercado y el de mayor afluencia haitiana en el paso fronterizo de Dajabón.
(ers)