Si el tema de la dignidad en el trato migratorio a nuestros connacionales en el extranjero hubiera sido realmente una prioridad profunda, ya habría alguna gestión diplomática eficaz ante los gobiernos de izquierda de México que a tantos centenares de colombianos han maltratado entrando a ese país.
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Es más, si el asunto verdaderamente toca las fibras más sensibles del espíritu patriótico de la administración del presidente Petro, más allá de livianas voces de protesta se habrían levantado contra los procedimientos de deportación de connacionales aplicados en la administración Biden.
En todo caso, creo que nadie en Colombia reprocha una voz oficial, incluso la del propio Presidente, pidiendo un trato digno para los deportados. Eso es razonable. Ese no es el problema.
El tema de fondo es la negativa de recibir a nuestros compatriotas deportados que los revictimiza a ellos, a quienes dicen querer defender, les multiplican sus padecimientos, los convierte casi que en apátridas a quienes ni en su propia tierra quieren recibir y prepara el terreno para que se geste la peor crisis en la historia de las relaciones con Estados Unidos.
Más allá de convicciones ideológicas y de la opinión que cada uno tenga de Donald Trump y de Gustavo Petro, este no puede ser momento ni de reacciones airadas, ni de arrebatos de nacionalismo ciego ni de ataques de populismo electorero de cara a las elecciones de 2026.
Esta coyuntura se debe abordar con serenidad, con realismo y con pragmatismo para defender los intereses superiores del país por encima de la agenda política del Gobierno.
Basten tres o cuatro ejemplos.
¿Sacrificamos a la industria de las flores, que emplea a decenas de miles de mujeres cabeza de hogar, y que por estos días exportan sus mejores productos para el San Valentín?
¿Expondremos a nuestros exportadores a perder sus mercados abiertos tras años de esfuerzos con nuevos aranceles?
¿Gustavo Bolívar, Roy Barreras, Mauricio Lizcano, Juan Fernando Cristo, los congresistas que voten sus reformas, sus empresarios amigos, que no son pocos, quienes apoyan su gobierno, su familia, sus funcionarios, todos, perderán sus visas?
¿Nos resignaremos a rupturas y ausencias familiares y tortuosas entradas para quienes viajen a Estados Unidos?
¿La agenda reciente de Laura Sarabia en Estados Unidos y todos sus planes quedarán completamente aniquilados?
A propósito, le llegó tempranamente la prueba de fuego a Laura Sarabia. ¿Será una dócil relatora de los trinos presidenciales? ¿Levantará una voz constructiva y prudente en medio del incendio o se sumará al coro de los frenéticos delirantes que quieren quemar banderas gringas y retratos de Donald Trump? ¿Ejercerá el liderazgo que demanda salir de este súbito y delicado tierrero binacional?
La pregunta es clara, directa y sencilla: ¿independientemente del avión en el que lleguen, no es más sensato cumplir con nuestras obligaciones a la luz del derecho internacional, recibir a nuestros connacionales, restablecer el diálogo y evitar que esta crisis siga escalando?
¿No es mucho más sensato sacar esta crisis de una guerra de trinos escalando órdenes y retaliaciones en la que siempre saldremos perdiendo los colombianos?
¿No es mucho más eficaz recuperar el diálogo diplomático y enderezar el entuerto?
Por varios años pertenecí a la hoy maltrecha y semianulada Comisión Asesora de Relaciones Exteriores y a la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso. Nunca vi nada así. No hay receta única. Solo una conclusión evidente: vamos por muy mal camino a punta de trinos estridentes de lado y lado, pero los colombianos perdemos más. Insisto: prudencia. Serenidad. Mesura. Realismo. Pragmatismo. Nada le hace más daño a la dignidad de los colombianos que impedirles el retorno a Colombia a los deportados.
JUAN LOZANO