Ya pasó la época en la que los propósitos de Año Nuevo estaban profundamente conectados con el cristianismo.
Nosotros no somos la primera sociedad que hace propósitos de Año Nuevo. “El deseo de empezar de cero es un impulso humano”, afirma Candida Moss, profesora de Historia antigua y cristianismo primitivo de la Universidad de Birmingham, Reino Unido. Hay mucha evidencia de que en la antigua babilonia había festividades relacionadas con el equinoccio de primavera —que tenía lugar en marzo—, momento en el que iniciaba un nuevo año para ellos. Estas celebraciones tenían el propósito de agradecer a los dioses por las cosechas abundantes y asegurar su favor para el siguiente año. También existe una anécdota (no comprobada) sobre un rey babilonio que, hacia el 1000 a.C., hizo la “resolución” de ser un mejor gobernante para su pueblo.
Sin embargo, solo fue hasta la reforma de Julio César en Roma (hacia el 46 a.C.) que el 1 de enero marcó el inicio del Año Nuevo. El nombre del mes se formuló en honor a Jano, el dios de los comienzos y las puertas. Al igual que los babilonios, los romanos tenían festividades en esa temporada, pero, adicional a eso, tomaron diversos elementos del antiguo inicio del año que se daba en marzo, y los relacionaron con esta nueva celebración. Uno de ellos fue la limpieza de la primavera, en la cual purificaban sus casas buscando el respaldo divino para los meses que venían. “Estas tradiciones se centraban en empezar el año con buen pie: limpiar la casa, llenar la despensa, pagar las deudas y devolver los objetos prestados”, explica Moss.
Muchos siglos después, estas tradiciones cruzaron el Atlántico y fueron adoptadas poco a poco por los cristianos protestantes en Estados Unidos. Según el profesor de Historia de la Universidad Metodista del Sur, Alexis McCrossen, era habitual que en el siglo XVIII las iglesias celebraran un “sermón sabático”, que tenía lugar el primer domingo del año, y estaba enfocado en animar a los creyentes a servir a Dios mejor frente al hecho de que el tiempo es fugaz. De allí que muchos cristianos comenzaran a hacer resoluciones relacionadas con la moralidad —siguiendo el ejemplo de Jonathan Edwards—, como dejar el alcohol. Así, podemos afirmar que los propósitos de Año Nuevo no constituyeron siempre una costumbre desconectada del cristianismo.
Quizás el ejemplo más conocido de una actividad cristiana de principio de año fue el “Pacto de Wesley”. Este predicador comenzó una práctica en 1755 para el comienzo de cada año: en una ceremonia, los creyentes se entregaban completamente a la voluntad de Dios, reconociendo Su soberanía y sometiendo sus deseos, planes y vida a Su servicio. La ceremonia incluía la emblemática “Oración del Pacto”, con la cual se expresaba una disposición total a aceptar tanto las bendiciones como las pruebas según el propósito divino. De esta forma, se reafirmaba la relación de obediencia y dependencia con el Señor. El objetivo de este pacto era fomentar una renovación espiritual profunda y un sentido de propósito en la vida cristiana.
Sin embargo, como explicó Moss, “Hoy, los propósitos son en gran medida laicos, reflejo de la secularización de la sociedad”. Poco a poco se ha perdido el sentido cristiano de la introspección en las resoluciones de Año Nuevo; los objetivos están cada vez menos conectados con Dios. Por eso, resulta necesario recordar que nuestras sociedades operan bajo un sistema de pensamiento muy distinto al cristianismo, en donde lo divino está en un plano secundario y el hombre ocupa el lugar central. Y para esta tarea, Francis Schaeffer resulta ser un confiable maestro.
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El Dios que está ahí
Francis Schaeffer (1912-1984) fue un teólogo, filósofo y pastor presbiteriano estadounidense, conocido por su enfoque apologético y su influencia en la interacción entre el cristianismo y la cultura contemporánea. Enfatizó la importancia de una cosmovisión bíblica coherente, abordando temas como el relativismo moral, el secularismo, la importancia de los valores judeocristianos y el impacto del pensamiento moderno en la sociedad. En sus numerosos libros, defendió el cristianismo como la única respuesta satisfactoria a la vida; entre ellos están He Is There and He Is Not Silent (Él está allí y no está en silencio), Escape from Reason (Escape de la razón) y How Should We Then Live? (¿Cómo deberíamos vivir entonces?).
Sin embargo, aquí quiero enfocarme en su primer libro, el que lo estableció como un pensador clave del siglo XX: The God Who Is There (El Dios que está allí). En él, Schaeffer aborda quizás el mayor desafío al que se enfrenta el cristianismo actual: fallamos en la tarea de entender nuestro momento histórico y por eso no comunicamos la verdad de manera efectiva. Ignoramos el hecho de que el hombre moderno ha abandonado la presuposición de que hay absolutos y de que el mundo funciona con antítesis —si hay algo cierto, entonces lo opuesto es falso—. Ya no es posible decir que algo es “verdadero” o “correcto” porque tal afirmación no tiene sentido para el hombre moderno postcristiano.
Aunque las diferentes sociedades humanas tienen innumerables formas distintas de pensar, el racionalismo es el punto en común que atraviesa todo el pensamiento del hombre moderno. Schaeffer lo define como el “sistema en el que el hombre, comenzando absolutamente por sí mismo, intenta racionalmente construir partiendo de sí mismo, teniendo solo al hombre como su punto de integración, para encontrar todo el conocimiento, sentido y valor”. El racionalismo es distinto a lo “racional”, que no es otra cosa que el estado en el que “las cosas que tenemos en frente no son contrarias a la razón”. Así, la posición cristiana es racional, pero es la antítesis del racionalismo.
Sin necesidad de profundizar en todo el análisis de Schaeffer sobre la modernidad, quiero exponer aquí dos de sus reflexiones sobre la cosmovisión cristiana. Estoy convencido de que estas consideraciones pueden arrojar luz sobre el Año Nuevo y los propósitos asociados a él, teniendo en cuenta cuán distintos son el sistema de pensamiento de la cultura y el cristiano.
1. Necesitamos la antítesis de nuestra persona
De acuerdo con un estudio de Gallup, para mediados de febrero, el 80% de las personas que ponen resoluciones de Año Nuevo las habrán abandonado, sin importar cuán grande o pequeña sea la meta. Según una encuesta de la revista Forbes, menos del 5% de las personas reporta que estos objetivos duren 6 meses o más —y menos del 1% afirma que lleguen a los 12 meses—.
Pero, a pesar de las bajas tasas de cumplimiento, persiste en el ser humano una necesidad de buscar la renovación. “Los últimos días del año tendemos a hacer ‘balance de lo bueno y malo’ como dice la canción. Nos despedimos de un número para entrar en otro e incluso hacemos una fiesta para celebrarlo. Todo ello propicia una sensación de cierre y, a la vez, de novedad”, explicó la psicóloga del Instituto Psicológico Cláritas, Olga Fernández-Velilla Lapuerta, para LA Times. Ahora, la pregunta que debemos hacernos es: ¿Cómo es posible lograr la renovación; experimentar una vida nueva?
Para Schaeffer, la única opción es hablar en términos absolutos, por lo que es necesario descartar a la persona misma:
El cristianismo se fundamenta en la antítesis, no como un concepto abstracto de la verdad, sino en el hecho de que Dios existe y en la justificación personal. El concepto bíblico de justificación es una antítesis total y personal. Antes de la justificación, estábamos muertos en el reino de las tinieblas. La Biblia dice que en el momento en que aceptamos a Cristo pasamos de la muerte a la vida. Esta es una antítesis total al nivel del individuo.
Entonces, lo más importante que debe ocurrir en el Año Nuevo es el desechar la vieja persona y adoptar una nueva a través de la fe en Jesús. Esta idea de la “antítesis de la persona” puede sonar obvia para un cristiano que ya conoce el evangelio, pero Schaeffer advierte que es necesario recordarla por nuestra tendencia a hacer un sincretismo con el racionalismo moderno:
Una vez que comenzamos a deslizarnos hacia otra metodología —un fracaso en aferrarnos a un absoluto que puede ser conocido por todo el hombre, incluyendo lo que es lógico y racional en él—, el cristianismo histórico queda destruido, aunque pueda parecer que continúa por un tiempo.
En palabras más cotidianas, podemos cometer el error de darle un valor desmedido a los propósitos de Año Nuevo. El racionalismo, al poner al hombre como el punto de referencia para entender el mundo y encontrar valor, nos dice que la plenitud se encuentra en lo que somos y podemos alcanzar; quizás la fe en Dios puede ser parte de esos planes, pero lo importante es lograr lo que cada uno considera necesario. En ese sentido, la renovación que promete el nuevo año nos desvía de nuestra mayor necesidad como seres humanos: convertirnos en una persona a través de una fuerza exterior real, Jesucristo.
Además, Schaeffer nos invita a considerar la oportunidad que tenemos como creyentes frente al anhelo que tienen nuestros conocidos no cristianos de trascender —transcendencia que buscan en enero, como solían hacerlo las comunidades antiguas en los equinoccios—:
…los hombres ya están parcialmente encaminados hacia el evangelio, pues ellos también creen que el hombre está muerto, muerto en el sentido de ser carente de sentido. Solo el cristianismo proporciona la razón de esta falta de significado: su rebelión los ha separado de Dios, quien existe, y así les ofrece la verdadera explicación de la condición en la que se encuentran.
2. Necesitamos la Escritura como punto unificador del cosmos
Según una encuesta reciente de Statista, ahorrar más, comer de manera más saludable, hacer más ejercicio y perder peso son los cuatro propósitos más comunes de las personas para el 2025. De acuerdo con Pew Research, los adultos jóvenes (18-29 años) son la población que más hace este tipo de resoluciones —un 49% en comparación con el 31% de quienes tienen 30-49 años, 24% de quienes tienen 50-64, y 18% de quienes tienen 65 o más—.
Muchos cristianos se encuentran entre las filas de quienes hacen estos propósitos. ¿Es posible que sí puedan disfrutar del logro de estas metas? Schaeffer no solo nos dirá que es posible; también que el cristianismo es el único marco en el que el dinero, la comida y el ejercicio tienen algún sentido. ¿Cómo llega a esta conclusión?
Schaeffer explica que gran parte del pensamiento moderno tuvo su origen en los postulados de Kierkegaard, un filósofo que muchos consideran cristiano. Pero, sin importar si tuvo verdadera fe o no, sus ideas dieron origen a algo llamado “existencialismo”: la idea de que solo a través de la experiencia personal subjetiva es que alguien puede encontrar respuestas significativas sobre la vida y el propósito del ser humano.
Quizás con buenas intenciones, Kierkegaard hizo una separación entre los asuntos racionales y lógicos, y los asuntos de significado real para el humano, es decir, lo relacionado con el propósito y la validez del amor. Para él, ya que el racionalismo no fue capaz de explicar los asuntos más importantes, era necesario dar un “salto de fe” para alcanzar la esencia de la existencia.
De allí sale la conocida ilustración de una casa de dos pisos: en el primero está lo lógico y racional, y en el segundo está lo trascendente; para Kierkegaard, no es posible conectar un piso con otro sino por medio del salto de fe. De estos postulados se originaron tanto el existencialismo religioso —que abandona lo racional para alcanzar significado en una fe ilógica y subjetiva—, como el existencialismo secular —que encuentra propósito en experiencias trascendentes como las drogas y el arte—.
Pero, para Schaeffer, el problema con ese tipo de “fe existencial” es que no puede explicar la totalidad de la existencia; no puede integrar las cuestiones lógicas y racionales con aquello que es más importante. La respuesta, entonces, está en el cristianismo histórico, que está basado en las Escrituras. Para que entendamos cómo las Escrituras pueden integrar tanto lo racional como lo trascendente, Schaeffer nos ofrece una ilustración.
Imaginemos un libro que ha sido destruido y solo quedan en él algunas partes impresas en cada página. Sin duda, sería imposible tratar de entender la historia completa del libro; el hombre que lo tiene entre sus manos utilizaría la razón para concluir que solo con las partes faltantes de cada página es que es posible encontrar el significado completo de la historia. Sin embargo, luego el hombre encuentra en su ático las páginas faltantes y procede a unirlas al libro, de manera que puede ahora leer la historia completa.
Entonces, el libro sin las partes faltantes es como nuestro mundo moderno: tenemos cosas aquí y allá, pero no logramos comprenderlas. El problema del hombre moderno es que pretende quedarse solo con esas partes, sin descubrir la historia completa. Pero las páginas faltantes corresponden a las verdades registradas en las Escrituras, las cuales sí logran explicar el universo como una unidad, incluyendo los asuntos de la lógica y la razón.
Así, el cristianismo histórico, que explica cada asunto a través de las enseñanzas escriturales, es capaz de darle sentido a las cosas aparentemente más banales y menos trascendentes. El dinero, la comida y el ejercicio tienen sentido cuando están en su justo lugar: son regalos de la bondad creadora de Dios, que no le dan sentido a la vida en sí mismos, sino que nos conectan con Aquel para quien fuimos creados en nuestro sentido más trascendente.
Por eso Pablo les dijo a los corintios: “ya sea que coman, que beban, o que hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios”, 1Co 10:31 (NBLA); a los tesalonicenses, “Den gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para ustedes en Cristo Jesús”, 1Ts 5:18 (NBLA); y a los filipenses, “Sé vivir en pobreza, y sé vivir en prosperidad (…). Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”, Fil 4:12-13 (NBLA). G. K. Chesterton lo pone de esta forma:
Ustedes dan gracias antes de las comidas. Muy bien. Pero yo doy gracias antes del concierto y de la ópera, y doy gracias antes de la obra de teatro y de la pantomima, y doy gracias antes de abrir un libro, y gracias antes de dibujar, pintar, nadar, hacer esgrima, boxear, caminar, jugar, bailar, y gracias antes de sumergir la pluma en la tinta.
En su forma más simple, los propósitos de Año Nuevo solo tienen sentido dentro de una visión cristiana que abarque todo el cosmos, en la cual ahorramos y hacemos ejercicio como un acto de adoración al Creador que nos ha otorgado salvación en Cristo.
Optimismo cristiano en el Año Nuevo
Dos cosas inspiraron esta conexión entre Schaeffer y el Año Nuevo. Primero, un artículo de World titulado A case for Christian optimism in 2025 (Un argumento a favor del optimismo cristiano en 2025), cuya tesis es que el mundo cristiano: “Es un rico panorama metafísico donde el amor, la virtud, la justicia, los derechos humanos, la redención, la belleza, la gracia, el significado y otras realidades no materiales existen como algo más que meras proyecciones humanas”. Allí basan su explicación en los postulados de filósofos como Schaeffer y Charles Taylor. Con los lentes del cristianismo, vemos el año que viene con un optimismo que se sobrepone a la banalidad de este mundo; tenemos un fundamento más grande para decir “Feliz Año Nuevo”.
Lo segundo que inspiró esta conexión es que gran parte del contenido que se publica por estas fechas está enfocado en “cómo” lograr bajar de peso y ahorrar más. Sin duda, creo que hay un lugar para esto, pues en esta temporada todos estamos buscando establecer metas y estrategias para cumplirlas. Con todo, creo que debería ser más protagónico el “por qué”. En nuestra época secular, que nos ofrece los propósitos de Año Nuevo como una oportunidad para trascender, necesitamos volver a las meditaciones de nuestros antepasados cristianos, que con creatividad y reflexión profunda nos mostraron que no hay sino banalidad en las resoluciones desconectadas de la fe, y que solo el cristianismo histórico puede dar sentido a nuestro 2025.
Referencias y bibliografía
The God Who Is There: Speaking historic Christianity into the twentieth century (1968) de Francis Schaeffer. InterVarsity Press, Illinois.
El calendario a lo largo de la historia: creación y evolución | SobreHistoria.com
¿Cuándo empezamos a hacer propósitos de Año Nuevo? | National Geographic
2024 New Year’s Resolutions: Nearly Half Cite Fitness As Their Top Priority | Forbes
Reframe Your Wellness Goals by Using Your Strengths | Gallup
¿Por qué hacemos propósitos de año nuevo? | Los Angeles Times
A case for Christian optimism in 2025 | WORLD
Who makes New Year’s resolutions, and why? | Pew Research Center
America’s Top New Year’s Resolutions for 2025 | Statista
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