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Donald Trump una vez llamó a Jimmy Carter un “buen hombre”, pero un “presidente terrible”.
El presidente electo de EE.UU., al hablar en 2019, estaba adoptando una narrativa dominante sobre Carter que se arraigó después de que reinventara el concepto de la pospresidencia con su humanitarismo global, su construcción de la paz y su promoción de la democracia, merecedores del Premio Nobel.
Hay un elemento de verdad en todas las caricaturas. Y los homenajes a Carter, quien murió a los 100 años el domingo, tendieron a enfatizar su legado posterior a la Casa Blanca en lugar de su período problemático detrás del escritorio de la Oficina Oval.
Pero esta visión, promovida especialmente por los republicanos que desestimaron la presidencia de Carter como el epítome del malestar nacional, ignora los logros duraderos del demócrata de Georgia que ayudaron a dar forma al mundo actual.
Las políticas de Carter en materia de energía y su desregulación de las industrias y negocios de las aerolíneas y el transporte por carretera tuvieron un impacto más duradero de lo que sus cuatro años en el cargo podrían sugerir. Y si bien Ronald Reagan recibe el crédito por ganar la Guerra Fría, Carter hizo inversiones estratégicas clave en armamento de nueva generación que colocaron a su sucesor en una posición de fuerza y ayudaron a demostrar a la Unión Soviética que nunca podría prevalecer. Antes de que Reagan se enfrentara al “Imperio del Mal”, Carter mostró una vena despiadada a menudo olvidada al liderar un boicot a los Juegos Olímpicos de 1980, realizados en Moscú, para protestar contra la invasión de Afganistán por parte del Kremlin.
La profundidad de la experiencia de Carter en el escenario mundial –y sus logros que perduran hasta el día de hoy en Medio Oriente, Asia y el hemisferio occidental– contienen lecciones importantes y señalan oportunidades para sus sucesores del siglo XXI, empezando por Trump en su segundo mandato.
Carter y Trump no podrían haber sido más diferentes y, a pesar del amable homenaje del presidente electo el domingo, intercambiaron duras críticas públicas. Carter dijo en 2019 que sería un “desastre” si Trump fuera reelegido, y cumplió su sueño de vivir lo suficiente para votar por la candidata demócrata, Kamala Harris, en noviembre. Trump, por su parte, se burló a menudo de Carter durante la campaña electoral este año, satirizándolo como el peor presidente de la historia, excepto uno, el presidente Joe Biden.
Mientras Carter intentó reintroducir la humildad en la presidencia, Trump considera que el cargo proporciona un poder casi sin límites. El 39º presidente era piadoso, mientras que el 45º y pronto 47º suele ser vulgar. Carter prometió no decir nunca una mentira, mientras que Trump hizo carrera política haciendo trizas la verdad. Carter predicó la democracia global y los derechos humanos, valores que el presidente electo desdeña.
Sin embargo, como dijo Trump en su publicación en las redes sociales, solo unos pocos hombres vivos “pueden identificarse con la enorme responsabilidad de liderar la nación más grande de la historia”.
Y Carter pasó gran parte de su mandato lidiando con cuestiones que recaerán sobre Trump el 20 de enero, entre ellas cómo manejar el Irán revolucionario, las peligrosamente tensas relaciones de Estados Unidos con Moscú, la gestión del Canal de Panamá y cómo detener el estallido de hostilidades entre China y Taiwán.
Gran parte de la experiencia y la carrera política de Carter parecen incomprensibles para una nación moderna casi 44 años después de que dejó la Casa Blanca.
El elaborado duelo nacional por Carter en los próximos días cerrará su capítulo en la vida política estadounidense; ningún expresidente vivo ahora lideró el mundo libre en los años 1970 y 1980 durante algunas de las amenazas más peligrosas de la Guerra Fría.
Y políticamente, Carter era una reliquia de una época pasada.
Después de todo, era un demócrata evangélico sureño que construyó las bases para una mayoría en el Colegio Electoral en 1976 en el sur profundo, en estados como Texas, Alabama, Carolina del Sur, Louisiana y Mississippi. Ningún demócrata moderno podría esperar una ruta similar hacia la Casa Blanca. Reagan, quien derrotó a Carter en 1980 con una victoria aplastante, convirtió a los evangélicos en un electorado republicano confiable y puso fin al intento del Partido Demócrata de retener a los blancos conservadores sureños, al tiempo que destrozaba los últimos restos de la coalición del New Deal.
Carter también hizo algo que apenas parece creíble casi medio siglo después: forjó una paz histórica y duradera en Medio Oriente, un logro que eludió a todos sus sucesores. Los Acuerdos de Paz de Camp David, firmados por Carter, el primer ministro israelí, Menachem Begin, y el presidente egipcio, Anwar Sadat, en 1978, dieron como resultado la retirada israelí de la península del Sinaí.
Sin embargo, el talón de Aquiles del acuerdo fue su incapacidad para resolver la cuestión palestina, una omisión que se repitió a lo largo de décadas de derramamiento de sangre. Aun así, Carter demostró que es posible lograr la paz en Medio Oriente a pesar de las circunstancias extremas, algo que podría dar esperanza a Trump mientras considera la posibilidad de crear un nuevo frente antiiraní, que incluya a los Estados árabes e Israel, que eclipsaría la importancia de los Acuerdos de Abraham de su primer mandato. Y sin los Acuerdos de Camp David, los estallidos periódicos de guerras regionales habrían sido mucho peores.
Habrá otro momento en la historia que se completará cuando el presidente entrante se sumerja en la política hacia China.
Aunque el presidente republicano Richard Nixon se lleva el mérito de “abrir” la China comunista, fue Carter quien logró el gran avance: en 1979 formalizó un acuerdo para establecer relaciones diplomáticas plenas con Beijing, allanando el camino para una visita histórica a Estados Unidos de un líder chino con sombrero de vaquero, Deng Xiaoping.
La decisión significó que Estados Unidos tuvo que romper relaciones diplomáticas formales con Taiwán, que había afirmado ser el Gobierno legítimo de China, marcando el comienzo de un acto de equilibrio que duró décadas a través del Estrecho.
La medida de Carter también consagró una larga iniciativa estadounidense para integrar pacíficamente a China al mundo moderno y a la economía global, que fue diseñada para evitar una guerra con la superpotencia en ascenso. Ese esfuerzo ha sido continuado por todos los presidentes estadounidenses desde entonces, pero ha caído en descrédito debido al duro giro que dio China bajo su líder Xi Jinping.
Trump eligió el gabinete más antichino de la historia moderna, pero aun así, el presidente electo no parece dispuesto a abandonar el diálogo entre líderes que impulsaron Carter y Deng: incluso invitó a Xi a su toma de posesión y lo elogió con frecuencia en los actos de campaña calificándolo de “inteligente” y fuerte.
El exembajador de Estados Unidos en China, Max Baucus, describió a Carter como un “visionario” que decidió entablar relaciones con Deng porque “vio que China iba a ser un actor importante en el mundo” y quería abrir una brecha entre Beijing y Moscú. “En ese momento, fue lo correcto”, dijo Baucus, exsenador demócrata de Montana, a Julia Chatterley, en CNN International.
Xi expresó efusivas condolencias tras la muerte de Carter. Era imposible no leer un mensaje a Trump en sus comentarios cuando dijo que Beijing estaba dispuesto a “trabajar con Estados Unidos para promover el desarrollo de las relaciones entre China y Estados Unidos por el camino correcto de la salud, la estabilidad y la sostenibilidad”.
El respeto de Carter en China también fue importante en su etapa posterior a la presidencia, cuando desempeñó un papel decisivo en la desactivación de una crisis nuclear entre Corea del Norte, considerada un cliente de Beijing, y Washington durante la administración Clinton.
En los últimos días, Trump reabrió sorprendentemente lo que parecía ser uno de los aspectos más consolidados del legado de Carter: los Tratados del Canal de Panamá, de 1977, que dieron como resultado la devolución de la estratégica vía acuática al control de su nación anfitriona, en 1999. En ese momento, la política estadounidense estuvo motivada en parte por la constatación de un creciente resentimiento hacia Estados Unidos en el hemisferio occidental y temores en el Pentágono sobre la viabilidad de defender la zona estadounidense del canal en caso de guerra.
Carter aseguró a los estadounidenses tras la firma del tratado que las Fuerzas Armadas estadounidenses nunca “se dirigirían contra la integridad territorial o la independencia política de Panamá”. Pero en una serie de publicaciones y comentarios en las redes sociales durante la temporada navideña, Trump afirmó que a los buques mercantes estadounidenses les estaban cobrando tarifas exorbitantes por utilizar la vía fluvial. Afirmó que el canal estaba bajo el control de China y amenazó con exigir su devolución al control de Estados Unidos. No hay pruebas de que los buques estadounidenses se enfrenten a una discriminación de precios y, si bien las empresas chinas tienen intereses en los puertos panameños, Beijing no controla el paso por el canal.
Las advertencias de Trump se interpretan en el contexto de su estrategia más amplia de utilizar amenazas para ganar influencia en las negociaciones diplomáticas y comerciales, una estrategia que probablemente horrorizaría a Carter. Sin embargo, si el presidente electo decide romper los tratados del canal de Panamá, podría terminar enfrentando muchas de las mismas complicaciones geopolíticas que Carter trató de evitar.
Durante años después de que Carter dejara el cargo, los demócratas fueron estigmatizados por los republicanos como débiles en materia de seguridad nacional debido a la crisis de los rehenes en la embajada de Estados Unidos en Teherán, que hizo más que cualquier otra cosa para frustrar la candidatura de reelección de Carter.
Un intento fallido de rescatar a los rehenes con una audaz misión de fuerzas especiales terminó en desastre cuando un helicóptero estadounidense se estrelló en el desierto y murieron ocho soldados estadounidenses. La calamitosa repercusión política de la incursión estuvo presente en la mente de muchos funcionarios de la administración Obama durante la misión de alto riesgo, y finalmente exitosa, para matar a Osama bin Laden en el interior de Pakistán, en 2011.
La crisis de los rehenes en Irán le permitió a Reagan criticar a Carter como un líder ineficaz que debilitó el respeto de Estados Unidos en el exterior, tal como Trump hizo con Biden y Harris en la carrera de 2024. Las similitudes con la campaña de 1980 también resonaron en las elecciones de este año, cuando Trump comparó la crisis inflacionaria y los altos precios del mandato de Biden con la ruina económica que se instaló en Estados Unidos a fines de la década de 1970.
En la humillación final para Carter, los últimos rehenes fueron liberados por Teherán el 20 de enero de 1981, 20 minutos después de que Reagan tomara posesión del cargo.
Trump tendrá que tomar decisiones arriesgadas en relación con Irán. La república islámica está más débil que en años anteriores, después de que sus aliados Hezbollah y Hamas fueran devastados por Israel tras los ataques del 7 de octubre de 2023 y tras la caída del régimen sirio aliado del presidente Bashar al-Assad.
Pero esa posición debilitada podría hacer que Irán se apresure a conseguir un arma nuclear en un intento de asegurar su régimen clerical, una medida que presentaría a Trump ante la posibilidad de tomar una decisión sobre si emprender o no una acción militar.
El enfrentamiento es un recordatorio de que, si bien la presidencia de Carter parece ahora historia antigua, los enredos geopolíticos que consumieron su administración (que involucran a Irán, el Kremlin, el hemisferio occidental y Corea del Norte) siguen enfrentando a presidentes a lo largo de las décadas.