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Ana Crespo: “En la Academia no se habla de política ni de religión”

Autor: Diario de Avisos

“Esa chica va a llegar lejos”. Eso le decían al físico orotavense Miguel Hernández sobre la bióloga tinerfeña Ana Crespo de Las Casas cuando ambos compartían vivencias universitarias en Madrid. Varias décadas después, Crespo, que luego se convirtió en catedrática de Botánica de la Universidad Complutense, ha sido nombrada la primera presidenta de la Real Academia de Ciencias de España. Y un emocionado Hernández la presentaba esta semana antes de cederle la palabra para que diera una conferencia en la Fundación Canaria Orotava Historia de la Ciencia (Fundoro), que estaba prácticamente llena.

-Ha roto usted un techo de cristal convirtiéndose en la primera presidenta de la Real Academia de Ciencias… ¿Ha pensado mucho en sus predecesoras en el mundo de la ciencia?
“Yo creo que a mí no me han elegido mis compañeros pensando en eso, sino seguramente porque hice un buen trabajo anterior, primero como presidenta de la Sección de Naturales y luego como secretaria general. Lo cual es una buena noticia, creo yo. No ha sido un salto muy abrupto: una ha ido haciendo las cosas bien, con cierta cordura y sentido común, con ganas… Aun así, yo he pensado mucho en el tema de las mujeres, porque he conocido a muchas que eran valiosas y se han quedado en el camino. No hay más que ver la forma de embudo tan brutal que hay entre el número de mujeres que hacen la tesis y las que luego llegan a ser profesoras en la universidad. Las razones, yo creo, tienen que ver con la conciliación, porque no tuvieron la suerte de que la pareja les ayudara a que pudieran desarrollarse profesionalmente. Y con la discriminación, que también ha habido”.

-¿Se refiere a discriminación en la propia estructura de la profesión, que ha privilegiado a los hombres sobre las mujeres?
“Sí, muchísimas veces y en muchísimas áreas, en unas más que en otras. Aunque poco a poco, la presión social ha hecho que esto se vaya suavizando. Sin embargo, queda muchísimo camino por recorrer. Y hay una cosa que casi nunca se dice: todas las mujeres, ahora, son pioneras. Y eso tiene algunas cosas que son muy costosas porque exigen poner mucha voluntad. Ahora, las normas generales de los Estados democráticos exigen que haya mujeres en los comités de evaluación, en los comités de premios, en las comisiones de selección de proyectos. Pero como son pocas, tienen una sobrecarga enorme. Y muchas le están echando muchas horas suplementarias de trabajo en pro de las mujeres. Las generaciones futuras habrán de agradecérselo a quienes han sido pioneras”.

-¿Y no piensa en el viaje que ha hecho desde que salió de Canarias, siendo una mujer muy joven, hasta llegar a la presidencia de la Academia?
“Yo nunca me propuse ser académica. Y menos, presidenta de la Academia. Pero la vida y el propio trabajo van tirando de ti. Y si haces lo que te gusta, es una suerte tremenda, porque no tienes que trabajar. He tenido la fortuna de haber encontrado el camino. Estoy muy contenta por eso. Sigo teniendo amigos aquí, aunque no muchísimos. Y hay gente a la que no he tratado y que me habría gustado tratar. Puedo vivir en cualquier parte del mundo, estoy segura, pero la tierra tira mucho. Y la infancia, muchísimo”.

-Fue usted directora general de Universidades en la época de Felipe González. ¿Tenía mucha vocación política?
“No sé si vocación, pero sí mucho interés por la política. ¿Cómo no lo voy a tener si es lo que decide la vida de los ciudadanos? Guste o no guste. El deterioro de la palabra “política” me parece una cosa absurda. Yo empecé a trabajar con [José María] Maravall [ministro de Educación y Ciencia de los primeros Gobiernos de Felipe González]. Y como González lo sustituyó por [Javier] Solana, trabajé luego con Solana, de quien me hice muy amiga con el tiempo. Pero con quien trabajé muchísimo fue con Juan Rojo, que fue un secretario de Estado [de Universidades] extraordinario. En aquel equipo había un proyecto común absolutamente ilusionante, donde todos estábamos implicados hasta arriba, donde todos opinábamos de todo lo que se hacía. De la Ley de la Ciencia y el desarrollo e implantación del Plan Nacional. De la creación de la comisión evaluadora de la actividad científica y los llamados sexenios, que son un complemento de productividad por la actividad científica. Todo eso lo hicimos en bastante poco tiempo porque trabajábamos entre todos”.

-Sin embargo, luego volvió a la ciencia. Hay muchos casos de académicos que fueron absorbidos por la política, como Solana o Rubalcaba… Usted, no.
“Tampoco me tentaron con otra cosa. La vida discurrió como discurrió. Aunque yo nunca me sentí una profesional de la política. Volví a la universidad porque era mi sitio natural. Pero sí que me tuve que reciclar. Porque, en un cierto sentido, pierdes al estar trabajando en otra cosa en esos años tan productivos de tu mente. Eso lo tuve que recuperar. Y perdone la petulancia, pero creo que lo hice con inteligencia, muy pendiente de los desarrollos tecnológicos. Y me dije: “Mira, ahora tienes que dar un salto y lo vas a hacer asumiendo riesgos”. Así que yo, que había sido una bióloga tradicional en el sentido de naturalista clásica, me metí a trabajar con ADN, aprendí a trabajar con caracteres moleculares. Lo pude hacer con un reciclaje de un par de años o tres, donde no produje prácticamente nada y estuve estudiando”.

-Volvamos al presente… Cuénteme lo que hace la Academia…
“Crear opinión científica, asesorar a quien te lo pida -y a quien no te lo pida también- sobre la ciencia y las bases de desarrollo del conocimiento y la comunicación del método científico. Para eso están las academias. Para aconsejar, para opinar, para ver venir el futuro y hablar sobre él. Para pronunciarse sobre cuestiones que afectan e importan a la sociedad y que tienen base científica. Por ejemplo, el tema de la ética científica. O el cambio climático, donde la Academia se ha preocupado mucho de opinar y de tener un grupo muy preparado de académicos. O en la inteligencia artificial, sobre la que acabamos de crear una comisión para asesorar al Gobierno, que así nos lo ha pedido”.

-Y en un contexto tan polarizado como el que vivimos, ¿no hay interferencias con cuestiones ideológicas?
“No, en la ciencia, no. No se habla de política en la institución, como no se habla de religión o de asuntos que pueden separar. Se habla de los temas que tienes en común. Y, casi siempre, con orden del día. Y a través de la confianza, se cambian opiniones y se generan acuerdos. Además, tenemos una garantía, que es el método científico. Es lo que te permite saber dónde está el conocimiento sólido y dónde no está”.

-Decía en la conferencia que ha dado en Fundoro que 2020 fue un año de auténtica transformación en la Academia…
“Durante los años de los recortes de la anterior crisis, no pudimos hacer muchas cosas, pero sí fue un momento para la reflexión. En 2020 se aprobaron los actuales estatutos de la Academia, probablemente los más modernos entre las Academias europeas. Fueron apoyados de forma casi unánime. Y luego ocurrió que los presupuestos de 2021 nos devolvieron a antes de los recortes y resucitó la institución. Nos cogió con la sensación de estar en línea de salida”.

-En la conferencia también se habló del papel que puede jugar la Academia para afrontar cuestiones como los bulos informativos, pero la imagen de la ciencia es la de algo un poco inaccesible. ¿De verdad son ustedes conscientes de la utilidad de bajar al terreno para intervenir en este tipo de cuestiones?
“Sí, somos absolutamente conscientes. Sabemos que es un esfuerzo, pero también que hay que aprender a comunicarse mejor. Hay cosas que son mejorables y que hay que poner en marcha”.

-¿Cómo está la ciencia en España?
“Bien, bastante bien. Ocupamos entre la novena y la undécima o duodécima posición como país. Y eso no está mal. ¿Podríamos estar mejor? Sí, seguramente. Pero yo no soy partidaria de esas cosas que se dicen de: “Ponga usted un incremento de hasta el 2,5% del PIB…” Eso no se puede hacer. Tú no puedes crecer a esa velocidad, no es posible. Lo que sí se puede hacer es crecer sostenidamente en una curva ascendente, eso sí”.

-Pero no siempre se hace…
“La ciencia no es un gasto, es una inversión. Pero el que gobierna es el que tiene que comprometerse, el que tiene que tomar las decisiones y apostar. Y si no apuestan bien, van a perder y la historia se lo va reclamar. La democracia no consiste en que los científicos nos pongamos a decir: “Hay que…” Yo creo que ese es un matiz que no es trivial. Es el presupuesto general del Estado el que marca una política. Cuando lo elaboras, ya sabes lo que estás haciendo. No vale que digas que apuestas por la ciencia y luego pegues un serruchazo”.

-Llama la atención lo que dijo en la conferencia sobre la poca participación del sector privado en la investigación científica…
“Es horrible. Muy muy flagrante. Usted mira el porcentaje de PIB en Alemania que va a I+D y observa la participación del sector privado y se da cuenta de que van por delante del sector público. En América, qué decirle… Aquí es el sector público el que tira de la investigación”.

-Y la universidad, ¿cómo la ve?
“La veo en un momento delicadísimo, porque tiene que tomar decisiones importantes. Tiene que ser ella la primera interesada en captar talento. Si no es así, se la llevarán por delante. El problema es que la universidad está ahora preocupada por mantenerse, porque los presupuestos son extremadamente precarios. Pero al mismo tiempo, tiene que conseguir estudiantes, porque la demanda ya no es como antes. Y eso solo lo va a hacer si tiene una oferta que resulte atractiva, con buenas universidades donde haya una investigación brillante. La universidad tiene que ser la élite del sector público”.

-¿Y tenemos ejemplos de cómo hacer ese camino?
“La única comunidad autónoma que ha hecho una apuesta de verdad por su investigación y, por tanto, indirectamente, por sus universidades, ha sido Cataluña. Ha hecho una excelente política científica gracias a una buena estructuración, una potentísima captación de talento y una altísima competitividad por el dinero europeo. Han competido extraordinariamente bien. Hubo una época en la que Madrid intentó hacer una política universitaria. Tiró por un camino distinto, seleccionó unas cuantas áreas y creó una serie de institutos universitarios. Algunos eran muy buenos, florecieron muy bien y han sido capaces de captar talento. Sin embargo, eso no ha permeado lo suficiente en el resto de las universidades públicas madrileñas. Esa política no resultó tan buena como la que practicaron los catalanes en la misma época. Ellos tienen, ahora mismo, un sector en I+D extraordinariamente pujante”.

-Si usted fuera rectora, ¿cuáles serían sus prioridades?
“Yo trataría de impulsar un programa universitario que pudiera negociar con las administraciones públicas para que les compensara financiarme. Trabajaría con contratos-programa, como hubo en Francia: usted me pide cuentas, pero me deja desarrollar este programa que hemos negociado. Y si yo fuera Administración pública, lo que haría sería financiar a quien se embarca en una empresa de este tipo, a esas universidades que se comprometen a desarrollar un programa. Y las financiaría discriminatoriamente. Es decir, la que no quiera, que haga otra propuesta. A lo mejor, para una universidad más barata y con unos objetivos más modestos. Pero la universidad que quiere entrar por la puerta grande en los ránquines internacionales importantes tiene que comprometerse. Y sus administraciones con ellas. ¡Y sus sociedades! Pedirles y exigirles, pero ser generosos y tirar adelante. No conozco la situación de la Universidad de La Laguna, pero sí en Madrid y en otros lugares. La universidad está acogotada, en un momento verdaderamente tremendo, porque tiene que hacer la adaptación a la nueva ley [la LOSU]. Y las comunidades autónomas tienen que desarrollar las normas generales que la ley general les pide. Para ello, tienen que ponerse de acuerdo con sus universidades y trabajar mucho en la renovación de los estatutos, en la adaptación y ajustes de las plantillas, en tener un profesorado más satisfecho, en aplicar la digitalización de una forma profunda que permita a los profesionales estar dispuestos a manejar esas herramientas perfectamente. Toca un proceso muy complejo que necesita mucho compromiso”.

-Y mientras, las universidades privadas crecen como setas…
“Porque son enseñanzas que no comprometen demasiado, que cobran unas matrículas muy altas y que son rentables. Tienen cash todos los meses. Las universidades privadas que están surgiendo en España son muy baratas. Hay poco profesorado de plantilla, utilizan a profesionales ajenos a la universidad que traen alguna experiencia. Algunas son buenas escuelas de negocios, incluso muy buenas. Pero con ese modelo, la universidad pierde su característica de ascensor social, que es muy importante, quizá la más importante. O su función como formadora de gente que sabe pensar y resolver problemas de los sectores productivos, resolver problemas de la enseñanza, resolver problemas relacionados con la capacidad crítica de una sociedad.

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