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Así pone en peligro el posmodernismo los pilares de la civilización occidental cristiana

Autor: Miguel Perez Pichel

Cuando se estudia un poco la historia de la civilización y los orígenes de los derechos más básicos reconocidos hoy en las sociedades democráticas liberales, muchos se sorprenden que esos valores, atribuidos a la ilustración y a la revolución francesa, tienen, en realidad, su origen en el humanismo cristiano.

Las sociedades europeas, las occidentales en general, son de raíces profundamente cristianas, incluso en este momento donde el laicismo extremo y la cristianofobia busca eliminar el hecho religioso (cristiano) de la sociedad.

Valores que hoy defiende el progresismo como propios –el bien común, la solidaridad, la tolerancia– son puramente evangélicos. Antes de Cristo no existían, o eran meramente intuidos. Fue la Iglesia la que introdujo esos valores en la Europa pagana. Por eso, para eliminar el cristianismo como elemento identitario y cultural, las ideologías posmodernas –la agenda woke– apunta, en primer lugar, a los pilares de la civilización cristiana que han hecho de Europa cuna de civilización y derechos.

Espiritualidad

La sana laicidad que defiende el Papa Francisco, y antes que él el Papa Benedicto XVI y Juan Pablo II, no tiene nada que ver con el laicismo radical que tratan de imponer gobiernos y grupos de presión en casi todos los países europeos y occidentales.

Con el disfraz de la tolerancia religiosa, se intenta –mediante una estrategia que combina acción legisladora con activismo y propaganda– eliminar el cristianismo de las identidades europeas.

Obviamente, ese espacio no puede quedar vacío y se da lugar a nuevas religiones y espiritualidades que se pretende que ocupen su lugar.

Europa ha sido, históricamente, un continente profundamente espiritual. La espiritualidad inherente a los pueblos europeos dio lugar a una explosión de arte y cultura –¿se puede entender el Requiem de Mozart o los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina sin una profunda vida interior que sostengan esas obras maestras de la humanidad?– y a una fuerte acción de civilización.

Una vez desprovisto de esa espiritualidad, los pueblos europeos pasan a ser, automáticamente, maleables, manejables, manipulables. Son masas sin identidad, ni raíces ni objetivos.

Y, una vez más, se trata de un espacio que no puede quedar vacío. ¿Cómo lo llena la ideología posmoderna?: la obsesión por viajar, el consumismo extremo, el ocio por el ocio…

Bien común

Estrechamente relacionada con la pérdida de la espiritualidad, se encuentra el auge del individualismo egoísta en detrimento del bien común.

La búsqueda del bien común es uno de los mensajes centrales de la doctrina social de la Iglesia, sostenida en el mensaje evangélico de Cristo, promovida por San Pablo en sus Cartas y profundizada y explicada por lo Padres de la Iglesia.

Las utopías de inspiración cristiana más importantes, como La ciudad de Dios de San Agustín de Hipona o la controvertida Utopía de Santo Tomás Moro, tienen en el bien común su elemento central.

El bien común ha sido la piedra angular de las sociedades occidentales, que ha permitido el desarrollo de la civilización europea, la explosión de sus artes, el desarrollo de una legislación humanista que eclosionó en los derechos humanos universales, la supervivencia como sociedades y como naciones en momentos de profunda crisis, y el reconocimiento del individuo como persona, con alma y dignidad.

Por contradictorio que parezca, la eliminación del bien común como objetivo social, trae consigo el borrado del individuo.

El posmodernismo busca individuos egoístas, desconectados de su comunidad, sin raíces y, por lo tanto, manipulables y dirigibles. El posmodernismo quiere «hombres-masa» que actúen por impulsos y pasiones egoístas, y no por lo que sea mejor para sus prójimos.

En una sociedad posmoderna la solidaridad no es fruto de la búsqueda del bien común, sino una obligación impuesta que es fácilmente manipulable con fines espurios.

De ahí que el gran objetivo a batir ahora por ideologías posmodernas como el wokismo sea la familia, último reducto del bien común donde el individuo encuentra sus raíces plenas y su razón de vivir en comunidad.

La verdad

La búsqueda de la verdad, o de la Verdad (con mayúscula) fue una de las novedades introducidas por el cristianismo. Intuida por los filósofos griegos, el concepto de Verdad que introduce Cristo y que difunde el Evangelio fue totalmente novedoso.

Cristo dice «Yo soy el camino, la Verdad y la vida». Más adelante, ante Pilato, Jesús dice: «Yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la Verdad. El que es de la Verdad, escucha mi voz», a lo que responde Pilato: «¿Qué es la Verdad?».

El cristianismo, y esos dos pasajes evangélicos así lo certifican, introducen el concepto de Verdad como realidad absoluta. La Verdad es Dios, la Verdad es Cristo, y sólo hay una Verdad.

Por lo tanto, en el cristianismo no hay espacio para el relativismo de ningún tipo, lo que hay es una búsqueda constante de la Verdad. A veces, en esa búsqueda, se acierta, otras veces se yerra y hay que seguir buscando.

El posmodernismo, por el contrario, se sostiene en el relativismo. No hay verdad, todo fluye. Por eso el wokismo impone ideologías como la ideología trans, donde el género es fluido: quien hoy se identifica hombre mañana se puede sentir mujer. Por eso se emplea también el término «género» en vez de «sexo», ya que «sexo» sólo puede ser masculino o femenino.

Y no solo en cuanto a la identidad. El wokismo ha destruido la verdad en todas sus vertientes y ha impuesto la mentira. ¿Alguien puede olvidar cuando la exvicepresidenta Carmen Calvo negó que el presidente del Gobierno Pedro Sánchez hablara de rebelión en Cataluña porque las declaraciones las hizo antes de ser investido presidente y, por lo tanto, aquella valoración la hizo el «candidato» y no el presidente Sánchez? Puro relativismo.

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