Cuatro de marzo de 1983. La fotografía dio la vuelta al mundo: el poeta y sacerdote Ernesto Cardenal se arrodilla en la pista del aeropuerto de Managua ante el Papa Juan Pablo II que, con el dedo índice levantado, lo reprende por su cercanía a la Teología de la Liberación y por su participación en la revolución sandinista que derrocó al dictador Anastasio Somoza. El Papa le retiró la mano cuando Cardenal se la quiso besar y le negó la bendición diciéndole: «antes tiene que reconciliarse con la Iglesia». Cardenal era entonces ministro de Cultura en el primer gobierno de Daniel Ortega. Al año siguiente aquel mismo Papa le suspendió ad divinis para el sacerdocio. Tuvieron que pasar treinta y cinco años para que el Papa Francisco ordenase levantar aquel castigo. «Me siento identificado con este nuevo Papa. Es mejor de cómo podríamos haber soñado», había dicho Cardenal en una entrevista.
En 2004, algunos años después de aquella foto, tuve la oportunidad de entrevistar a Ernesto Cardenal para TVE. Fue la última vez que estuvo en España, para presentar «La revolución perdida», un libro de memorias donde escribió todo lo que tenía que decir sobre aquella revolución que había iniciado ya su deriva totalitaria lejos de los principios democráticos que la habían inspirado. Desde entonces Cardenal fue uno de los más críticos con Daniel Ortega, a quien acusaba de instaurar una nueva dictadura en Nicaragua. «Me alegro que el mundo entero se esté enterando de que soy un perseguido político en Nicaragua. Perseguido por el Gobierno de Daniel Ortega y su mujer, que son dueños de todo el país, hasta de la justicia, de la policía y del Ejército. Esta es una dictadura», dijo Cardenal. Efectivamente, el mandatario lo persiguió con saña durante el resto de su vida. Murió el 1 de marzo de 2020. Su funeral fue uno de los episodios más lamentables del régimen sandinista, cuando la policía rodeó el velatorio del poeta para reprimir posibles protestas mientras turbas uniformadas irrumpían en la Catedral Metropolitana de Managua al grito de «traidor», golpeando a periodistas y asistentes, y amigos y familiares sacaban el féretro del poeta por una puerta lateral de la catedral en medio de los insultos de aquellas turbas sandinistas.
Poesía social
El pasado 20 de enero se cumplieron cien años del nacimiento de Ernesto Cardenal en la ciudad nicaragüense de Granada, en el mismo barrio donde viviera un tiempo Rubén Darío, el poeta cuyos versos animaron a Cardenal a seguir la senda poética (hay una clara influencia de los «Cantos de vida y esperanza» de Darío en las páginas de su «Canto cósmico»). Procedente de una familia de la alta burguesía, Ernesto Cardenal tuvo una juventud estudiosa y viajera, con visitas a México, Nueva York y a varios países de Europa, entre ellos España. En 1956 una experiencia mística lo llevó a ingresar en una abadía de monjes trapenses, el monasterio de Gethsemani, en Kentucky (Estados Unidos). Tres años después se trasladó a México para estudiar Teología en Cuernavaca y a su regreso a Managua en 1965 se ordenó sacerdote. Por indicación de su maestro, el escritor y místico Thomas Merton, al que conoció en aquella abadía norteamericana, fundó una comunidad cristiana en la isla nicaragüense de Solentiname, en el Gran Lago de Nicaragua, para que indios, campesinos, obreros y soldados leyeran y escribieran poesía y desarrollaran actividades artísticas. La comunidad fue arrasada por el ejército por orden de Anastasio Somoza cuando supo que simpatizaban con los revolucionarios sandinistas. De aquella experiencia nació su primer libro, «El evangelio de Solentiname». Julio Cortázar, que visitó la comunidad en 1976, le dedicó uno de sus relatos.
Desde muy joven Ernesto Cardenal se identificó con los movimientos revolucionarios de liberación de Iberoamérica: «el cristianismo debe ser revolucionario», le dijo a Mario Benedetti en una entrevista para el semanario montevideano Marcha. En 1954 ya participó en la primera rebelión contra la dictadura de Somoza, y en 1971 conoció en Chile a Salvador Allende. Más tarde se relacionó en México con el subcomandante Marcos.
Su obra poética, influida en gran medida por la de Ezra Pound, fue galardonada con importantes premios, entre ellos la Legión de Honor de la República Francesa o el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.
Era doctor honoris causa por las universidades españolas de Valencia y Granada. Quería llegar al pueblo con su mensaje de manera directa, con un lenguaje sencillo, comprensible, lejos del elitismo. Impregnaba su obra de un sentimiento religioso que al mismo tiempo era una mirada crítica a la sociedad de su tiempo. La definía como «poesía científica»: «La ciencia es un camino hacia Dios más seguro que la religión», decía. En «La hora 0» denunció a los dictadores latinoamericanos y a las empresas que colonizaban las riquezas del subcontinente. Sus «Salmos» son una lectura moderna del Antiguo Testamento y un compromiso con la fe y con la denuncia de las injusticias. En 2020 la editorial Trotta publicó en España su «Obra completa» con una excelente introducción de María Ángeles Pérez López.
Uno de sus poemas más conocidos es la elegía «Oración por Marilyn Monroe», de 1965, donde aprovecha la noticia de la muerte de la actriz para hacer una reflexión sobre la idolatría de la sociedad de consumo a costa de seres humanos elevados al altar de la fama, uno de cuyos máximos exponentes era el star system hollywoodiense:
Señor/recibe a esta muchacha conocida en toda la Tierra con el nombre de Marilyn Monroe/aunque ese no era su verdadero nombre/pero Tú conoces su verdadero nombre, el de la huerfanita violada a los 9 años/y la empleadita de tienda que a los 16 se había querido matar/y que ahora se presenta ante Ti sin ningún maquillaje/sin su Agente de Prensa/sola como un astronauta frente a la noche espacial
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