Si hay materias en las que hemos fallado reiteradamente, son en el cuidado del medio ambiente y el uso racional de los recursos naturales, particularmente los no renovables.
Es por ello que, anticipándonos a la celebración del Día Mundial de la Educación Ambiental (a celebrarse el próximo 26 de enero) y el Día Mundial de la Acción Frente al Calentamiento Terrestre (28 de enero), insistimos en la impostergable necesidad de que comprendamos cabalmente y nos hagamos responsables de que, a pesar de ser la especie dominante en nuestro hogar –o, más bien, por ello– no debemos ni tenemos el derecho para continuar destruyendo los ecosistemas que sostienen nuestra vida y la de las otras especies, las que, de formas muy sutiles, a veces casi imperceptibles, son parte esencial del entramado para la continuidad de la vida, porque como dice un proverbio indígena: “La Tierra no nos pertenece, nosotros pertenecemos a la Tierra”.
El Día Mundial de la Educación Ambiental se empezó a celebrar en 1975, apenas hace medio siglo, surgida como una iniciativa del Seminario Internacional de Educación Ambiental realizado en Belgrado, evento en el que 70 delegados internacionales establecieron las bases de la Educación Ambiental enmarcadas en los programas de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), dando a luz la Carta de Belgrado, documento que contiene las reivindicaciones fundamentales sobre la Educación Ambiental, entre cuyas metas están las de “formar una población mundial consciente y preocupada con el medio ambiente y con los problemas asociados, y que tenga conocimiento, aptitud, actitud, motivación y compromiso para trabajar individual y colectivamente en la búsqueda de soluciones para los problemas existentes y para prevenir nuevos”.
Por su parte, el Día Mundial de la Acción Frente al Calentamiento Terrestre, conocido también como el Día Mundial por la Reducción de las Emisiones de CO₂, busca generar conciencia de que la quema de combustibles fósiles para generar electricidad, la tala indiscriminada y sin control de los árboles, la contaminación por residuos, el transporte (tanto terrestre, aéreo y acuático) y un sistema alimentario no sostenible son algunas de las causas más acuciantes y en las que los gobiernos deben de intervenir para dar respuesta a esta gran amenaza mundial.
En este contexto, nos parece importante anotar que, al igual que lo hizo durante su primer periodo en la Casa Blanca, Donald Trump firmó casi ocho decenas de órdenes ejecutivas que inciden, entre otros temas, en el cuidado de la salud y el medio ambiente, cancelando el Green New Deal, la iniciativa para promover las energías no contaminantes; la dada de baja de los EE. UU. del acuerdo climático de París contra los gases de efecto invernadero, y el retiro de la membresía y el apoyo financiero a la Organización Mundial de la Salud (OMS), entre otras de enorme importancia.
Ante las incontestables evidencias de los terribles –y, en algunos casos, irreversibles– daños que el cambio climático ha ocasionado y ocasiona a nuestro hogar planetario, los negacionistas insisten absurdamente en argumentar y defender algunos conceptos totalmente falsos, como:
- Los volcanes emiten a la atmósfera más CO2 que la actividad humana: Sin bien es cierto que los volcanes arrojan dióxido de carbono, contribuyendo naturalmente al calentamiento global, es necesario aclarar que en un año emiten menos del 1 % del total de emisiones de CO2 que contaminan la atmósfera, siendo la actividad humana la principal responsable de este problema.
- No hay un consenso científico global sobre cambio climático: Completamente falso. Más del 97 % de la comunidad científica afirma que el cambio climático es una realidad incontestable, y que las actividades humanas son la principal causa de ello.
El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) es un grupo formado por 2 mil científicos de todo el mundo, no afiliados a ningún gobierno, o empresa, que desde hace más de 25 años valora y publica investigaciones sobre el cambio climático, y las posibles soluciones de mitigación y adaptación a ello.
Sus resultados reflejan sin lugar a dudas la incidencia del hombre en el calentamiento global.
- El cambio climático es un proceso natural del planeta. La Tierra está en constante cambio desde su formación, y ha pasado por diferentes eras como las glaciaciones, entre otras más.
No obstante, esos cambios necesitan miles de años para hacerse patentes, y el actual aumento de la temperatura media del planeta, desde la época preindustrial (1.1 grados centígrados), ocurre rápidamente, lo que no se corresponde con los ciclos naturales del planeta.
- Los efectos tardarán mucho en notarse, ni nuestros hijos los padecerán. En la década de 1970, cuando el cambio climático comenzó a cobrar relevancia científica y social, se afirmaba que sus efectos se empezarían a notar pasados varios siglos.
Sin embargo, y en apenas cuatro decenios, la subida de las temperaturas es más que patente: los nueve años más calurosos de la historia desde que se tienen registros (1880) han sucedido en los últimos trece años, y desde 2014, cada nuevo año ha batido el récord de temperatura del año precedente.
Además, el calentamiento global ya está teniendo efectos palpables como el aumento del nivel del mar, la acidificación de los océanos, el aumento de la probabilidad de los desastres naturales como huracanes, incendios (tengamos presente el de los Ángeles), e inundaciones, entre otros.
Asimismo, acarrea refugiados climáticos, la destrucción de la flora y la fauna y, a la postre, de los sistemas económicos.
- Se trata de un cambio de ciclo solar como los que ha habido en otras épocas: Efectivamente, existen épocas en las que la incidencia del sol sobre la Tierra es de mayor o menor intensidad. Sin embargo, desde hace 35 años transitamos por un ciclo de menor perturbación solar, a pesar de lo cual el calentamiento global ha ido en aumento.
- Que aumente la temperatura media un par de grados no es perjudicial. Basándonos en nuestra percepción de la temperatura, y teniendo en cuenta que en un mismo día puede ser habitual que nos enfrentemos a cambios bruscos de hasta 20 grados, podría no parecer un gran problema que los termómetros aumentaran una media de dos puntos.
Sin embargo, esa mínima diferencia para nosotros sería devastadora para la agricultura, la flora, los océanos, y las especies de insectos y animales cuya supervivencia está regulada al milímetro por las condiciones climatológicas. De hecho, un importante porcentaje de la biodiversidad planetaria lo está sufriendo ya.
Un buen ejemplo es el caso del mosquero, un ave originaria de Países Bajos, cuyas crías nacían a la vez que eclosionaban las orugas, su principal alimento. Al subir las temperaturas, las orugas adelantan su salida del huevo medio mes y el mosquero ya no encuentra alimento, de manera que su población ha menguado en un 90 %, cerca de la extinción.