El 20 de enero de 2025 tomó posesión el presidente Donald Trump y concluyó el mandato del presidente Biden. Tras cuatro años, Joe Biden deja el país, en general, en una situación mejor de la que se encontró al llegar en 2021 durante la pandemia, pero al mismo tiempo con la amargura de no haberse podido presentar a la reelección y con la derrota de su vicepresidenta, Kamala Harris, frente a Donald Trump en las elecciones presidenciales y de su partido en las simultáneas elecciones al Congreso. Para millones de estadounidenses, Biden nunca será recordado como algo más que un fracaso, pero para sus partidarios Biden ha sido un líder transicional histórico que ha preparado al país para el éxito a largo plazo. Sus defensores resaltan que los votantes simplemente no han entendido su “sustancia, decisiones y visión”, y que no tuvo suficiente tiempo para mostrar el éxito de sus políticas.
Contrariamente al eslogan de Trump de que “nuestro país es un desastre y el hazmerreír de todo el mundo,” Trump va a heredar una buena situación, mucho mejor que la que él dejo a Biden en 2021.
El principio del final de su carrera política empezó el pasado mes de junio tras el desastroso debate televisado con Trump. Antes del debate, muchos estadounidenses habían expresado su preocupación por su edad y su aptitud para el cargo, y ya estaba significativamente por detrás en las encuestas. El debate no sólo no disipó esas preocupaciones, sino que confirmo los peores presagios. Biden llegó al debate para enfrentarse a un obstáculo fácil de superar y tropezó estrepitosamente. Durante gran parte del debate estuvo contra las cuerdas y se mostró plano, perdiendo el hilo argumental de lo que quería decir, sin energía, divagando, confuso y con respuestas que en algunos casos eran incoherentes y absurdas. El debate fue un punto de no retorno y el inicio de un drama de traiciones digno de las mejores obras de Shakespeare, cuando líderes del partido empezaron a presionarle inmediatamente para que se retirara de la campaña.
Al principio, Biden trató de resistir las presiones y se negó a retirarse. Sin embargo, la excusa de su campaña de que el presidente estaba luchando contra un resfriado no convenció a nadie y ante la evidencia de la falta de apoyo dentro del Partido Demócrata, Biden tiró la toalla y en una decisión discutida y en contra de la opinión de otros líderes del partido, como Nancy Pelosi, que apoyaban unas primarias, apoyó inmediatamente la candidatura de su vicepresidenta Kamala Harris, que en poco tiempo consiguió aglutinar apoyos dentro del partido y convertirse en la candidata Demócrata.
Estas dos decisiones de Biden están siendo muy criticadas tras la derrota en las elecciones de noviembre. Por un lado, muchos le atribuyen parte de la responsabilidad en la derrota por esconder a los ciudadanos el estado real de su salud (el Wall Street Journal publicó un informe devastador el pasado mes de diciembre sobre la delicada salud del presidente y un antiguo asistente informó que un funcionario de seguridad nacional le dijo que Biden: “Tiene días buenos y días malos, y hoy fue un mal día, así que abordaremos esto mañana”, ¡en la primavera de 2021!) y por retirarse tan tarde de la campaña, previniendo de esta forma la celebración de unas primarias tradicionales que hubiesen permitido al Partido Demócrata elegir al candidato con más posibilidades de victoria y, al mismo tiempo, darle más tiempo para presentarse al electorado y así estar más preparado para la campaña electoral. Por otro lado, también se ha criticado duramente su decisión de apoyar inmediatamente a Harris, a la que muchos dentro del partido no consideraban como la mejor candidata, dificultando de esta forma la posibilidad de que otros candidatos decidiesen presentarse. Estas dos decisiones pesarán como una losa en su legado, particularmente tras la victoria de Trump. Habrá tiempo para un análisis más pormenorizado de las causas de la derrota de los Demócratas, pero para algunos expertos estas decisiones de Biden fueron importantes en el resultado de las elecciones.
Contrariamente al eslogan de Trump de que “nuestro país es un desastre y el hazmerreír de todo el mundo,” Trump va a heredar una buena situación, mucho mejor que la que él dejo a Biden en 2021. Joe Biden ha conseguido una recuperación económica de la pandemia sólida y rápida. En realidad, la economía de Estados Unidos (EEUU) es la envidia del resto del mundo: el empleo ha subido (del 57,4% en 2020 al 59,85% en 2024) y los salarios nominales han aumentado de noviembre 2020 a septiembre 2024 un 19,2%. También ha habido un incremento en el número de trabajadores en la industria con casi 13 millones de empleados; la tasa de desempleo está en un mínimo casi histórico del 4,2%, muy similar a los niveles de desempleo anteriores a la pandemia; la economía sigue creciendo a niveles superiores a los de antes de la pandemia (el PIB está aumentando a un ritmo sólido del 2,7% y el PIB real se incrementó a una tasa anual del 3,1% en el tercer trimestre de 2024); la productividad ha crecido a un ritmo del 3,7% el último trimestre; y EEUU es el mayor productor de energía del mundo con la producción energética en récords históricos. Además, por vez primera en más de dos décadas no hay tropas americanas luchando en una guerra; los crímenes y asesinatos están a los niveles más bajos de los últimos 50 años: utilizando datos del FBI, la tasa de delitos violentos cayó un 49% entre 1993 y 2022, con grandes disminuciones en las tasas de robo (-74%), agresión agravada (-39%) y asesinato/homicidio sin negligencia (-34%); la inmigración ilegal proveniente de México está a niveles aún más bajos que cuando Trump era presidente, y la bolsa acaba de cerrar los dos mejores años en un cuarto de siglo (el Dow Jones obtuvo un rendimiento del 48,6% entre 2020 y 2024). Incluso la inflación, la gran causa de la derrota electoral, está controlada al 2,7%.
Desde el punto de vista legislativo, sus grandes logros han sido el Plan de Rescate de 1.900 millones de dólares que dio a los ciudadanos estadounidenses dinero en efectivo para hacer frente a la crisis de la pandemia; la ley de infraestructura de 1.200 millones de dólares, que ha permitido importantes inversiones en infraestructuras muy deterioradas como las carreteras, los puentes y la banda ancha; la Inflation Reduction Act (IRA) de 2.200 millones de dólares, que ha sido el proyecto de ley sobre cambio climático más grande de la historia; y la Ley CHIPS, de 280.000 millones de dólares, que tiene como objetivo que EEUU supere a sus competidores en la producción de semiconductores y otros productos de tecnología avanzada. Estas legislaciones destinadas a promover la inversión han estimulado a las empresas a invertir y construir, impulsando aún más la economía. El efecto de estas leyes durará mucho más allá de su presidencia y mejorará la posición competitiva del país. También hay que resaltar el gran logro de conseguir aprobar leyes tan ambicionas con el apoyo de ambos partidos en un contexto de polarización y de parálisis legislativa. Biden mostro aquí su experiencia legislativa, así como su capacidad de negociación y persuasión. En el lado negativo, estas legislaciones tan ambiciosas y costosas han aumentado el nivel de deuda significativamente hasta unos niveles casi sin precedentes del 123% del PIB.
Sin embargo, la recuperación económica estuvo acompañada de la inflación más alta en décadas (llego a más del 9%) y, pese a bajar al 2,4% actual, ha tenido un efecto clave en el bienestar financiero de los estadounidenses y ha minado la popularidad de Biden. Fue un factor muy importante en las elecciones. Además de la inflación, su otro gran déficit, y también clave en la derrota electoral, ha sido la inmigración. Biden no pudo aprobar una reforma migratoria integral, debido en parte al lobby de Trump, pero durante su mandato se estima, según los datos de la Oficina de Presupuesto del Congreso, que la migración neta anual promedió los 2,4 millones de personas entre 2021 y 2023, y que la migración neta total durante los cuatro años superó los ocho millones de personas. Este volumen migratorio ha provocado una presión sin precedentes en los recursos de los gobiernes locales y ha creado situaciones de caos que fueron explotadas por los Republicanos para atacar a Kamala Harris.
En el ámbito de la política exterior también ha habido claroscuros. Por un lado, Biden volvió a la política tradicional de alianzas en apoyo de la democracia y los derechos humanos, que ha sido clave para el apoyo en la guerra en Ucrania. Por otro, el caos de la salida de Afganistán (pese a la advertencia de los líderes del Pentágono que le avisaron que el gobierno afgano colapsaría rápidamente si EEUU se retiraba) y su apoyo a políticas y líderes controvertidos (como Netanyahu o Yoon Suk-yeol) han puesto de manifiesto los fallos en una política inconsistente (e incluso hipócrita) que se basaba en alianzas más débiles y contenciosas de lo que Biden pretendía, y han socavado la imagen y los objetivos de la política exterior del país.
El regreso de Trump supone una transición, no sólo a unas nuevas políticas y una nueva forma de hacer política (…)
Pese a todos estos logros, la mayoría de los ciudadanos siguen muy descontentos con la situación del país (sólo un 19% mostraba satisfacción según la última encuesta de Gallup) y piensan que están peor que hace cuatro años. Los precios siguen más altos que hace cuatro años (entre 2020 y 2024, la inflación en EEUU aumentó un 21,9%, lo que significa que los precios en 2024 eran aproximadamente un 22% más elevados que en 2020) y la gran queja de millones de votantes es que aprecian una brecha entre los datos estadísticos y su percepción de cómo van las cosas por el aumento del coste de vida, la sanidad y la educación. La gasolina, por ejemplo, cuesta 70 centavos más por galón que hace cuatro años. Además, el país está aún más polarizado si cabe que hace cuatro años, sin una visión compartida y con una grieta cada vez mayor entre los estadounidenses sobre la visión y el futuro del país. La decisión de Joe Biden de perdonar a su hijo en uno de sus últimos grandes actos políticos en el cargo ha sido para muchos la gota que colmó el vaso: se puede entender el amor de un padre por su hijo y, desde ese punto de vista, la decisión es admirable. Sin embargo, lo que es inexcusable es la mentira y Biden había afirmado en público ante periodistas, antes de las elecciones, que no perdonaría su hijo.
En definitiva, la presidencia de Biden ha sido más ambiciosa y progresista de lo que anticipaban sus mayores partidarios y sus críticos. Sin embargo, para un presidente que se comprometió a restaurar la estabilidad y la competencia gobernando, y terminar con el caos que caracterizó parte del primer mandato de Donald Trump con una gestión efectiva que devolviese la confianza en las instituciones y diese respuesta a las necesidades de los estadounidenses, su legado es incompleto (Afganistán, la guerra en Gaza, la subida de precios, el aumento de la deuda, la inmigración…) e incierto. La complejidad de un país (y un mundo) cada vez más fragmentado y polarizado han socavado su liderazgo. La victoria de Trump pone en peligro su legado porque muy probablemente deshará muchas de sus políticas (cambio climático, impuestos progresivos, jueces progresistas, estabilidad de las instituciones, regulaciones…). En el mundo actual, muchos miran a Biden y ven a un hombre honrado y humilde que se interesa por los intereses de sus conciudadanos, pero al mismo tiempo ven a un octogenario que representa el final de una era pasada.
El regreso de Trump supone una transición, no sólo a unas nuevas políticas y una nueva forma de hacer política, sino también un realineamiento político que se aleja de la tradicional lucha de clases de la era industrial, en la que un nuevo populismo conservador ha fijado unas nuevas prioridades como la inmigración, la energía, el comercio, la soberanía nacional, la seguridad y la oposición a una izquierda políticamente correcta (woke) apoyada por los ciudadanos de mayor nivel educativo, que no encajan en el viejo espectro ideológico de izquierda-derecha y que son apoyadas por una nueva coalición electoral (los Demócratas han perdido millones de votantes que históricamente consideraban como parte de su base electoral). Esta transición y realineamiento (que también están teniendo lugar en muchos otros países) pueden representar el inicio de una nueva era política en EEUU. De momento es inestable porque el margen de victoria de Donald Trump fue muy pequeño (tan sólo un 1,62%) y el país sigue partido por la mitad. Los próximos años serán claves y el éxito de esta nueva política determinará si este realineamiento electoral perdura y si el populismo conservador se convierte en el centro de nuestras políticas.