Me acuerdo cuando a principios de los ‘90, Bernardo “Mikicho” Brunetti, actor y director, me recomendó que viera Blue Velvet. Y yo no tuve mejor idea que decirle a mi mamá (NdlR: la poetisa, Inés Aráoz) que me acompañase. Fue muy incómodo. Tenía escenas que hubiera preferido verlas solo y no con mi mamá. Estuvimos en silencio las dos horas que dura la película, naturalmente. Pero la experiencia sirvió para que después siempre compartiéramos y habláramos de las películas de Lynch. Ese fue el comienzo con David Lynch para mí.
Después, él me acompañó siempre en mis espectáculos teatrales. Más bien se incorporó a mi mirada como una referencia ineludible. Cuando hicimos el “Teatro rock de los Anteojos del tío Freddy” en la Paul Groussac, recuerdo que Sebastián Adorno y Bárbara Muñoz interpretaban una escena con la voz de Nicolas Cage y Laura Dern. Era el comienzo de nuestro espectáculo y las voces la habíamos sacado del comienzo de La Sinfonía industrial Nº 1, donde cantaba Julee Cruise, la que con Angelo Badalamenti, estaba en muchas de las producciones de Lynch.
Y así, en casi todos los espectáculos que hacía, había alguna referencia a sus películas, a su forma de generar la escena. En los del grupo Tajo, por ejemplo, pero también recuerdo referencias en los trabajos del grupo Gente No Convencida. O en espectáculos de danza contemporánea. Creo que a todos se nos había revelado un mundo. Siguiendo la pista de la oreja encontrada en el parque he caminado todos estos años y me parece que voy a seguir haciéndolo.
Me acuerdo cuando un día que Aldo Ternavasio me propuso que les pase a los alumnos de la escuela de cine el episodio primero de Twin Peaks, y que a la clase siguiente pedían a gritos que continuáramos con la serie. Supongo que para muchos de ellos fue también una puerta maravillosa que se abría. Con los chicos del Gymnasium (cuando dicté mi primera clase) vimos y hablamos un montón acerca de la secuencia inicial de Blue Velvet. También compartimos Lynch en el cineclub que hacíamos con los Volpini; pasamos el Eraserhead.
En estos últimos años me encontré con él a partir de la práctica de la meditación. Ahí estaba también él. Y también con su libro del pez dorado, tan inspirador, Solíamos leerlo con la Antonella Mazziotti en el campo. Todo eso era David Lynch en nuestras vidas.
Anoté algunas cosas antes de empezar a escribir este texto con la idea de hablar de eso en lo que iba diciendo. Pero, como en el fluir de las teclas prácticamente no he hecho referencia casi ninguna de las cosas de la lista, la transcribo ahora aquí, confiando que al seguidor de Lynch le hará fluir los recuerdos de escenas únicas del cine. Verdaderas joyas. Y a aquel que no conoce en una de esas, se le manifiesta la curiosidad y sale a buscar algo que surja de ahí.
La lista: La señora del leño; el agujero en la máscara bolsa (el trapo) por donde John Merrik nos mira. No hay banda. No hay orquesta. El bebé de Eraserhead; la canción In Dreams de Roy Orbison, Bobby Perú, el método Tibetano de investigación, aprendido en sueños, los dos viejos hermanos charlando después de muchos años y un largo viaje en una cortadora de cesped. El misterioso señor que en la fiesta le dice a Bill Pullman, que en ese mismo momento está en su casa. Saylor Lulla, el pequeño hombre del traje rojo, Diane.
Ahora aplico el método zen de Twin Peaks y confío en que al abrir azarosamente una página del libro “Lynch por Lynch”, encontraré algo de él para compartir: “Traté de poner en marcha varias cosas, pero por una u otra razón, no llegó a pasar nada. Es cuestión de encontrar algo que te enamore. Si no es así, jamás podrás soportar el viaje”. Hoy, cuando me llegó la noticia de la muerte del señor Lynch, me vino una tristeza enorme. Puse a girar el vinilo de Julee Cruise, Rockin Back Inside My Heart y dejé que se mezcle con el viento, que se fue poniendo cada vez más fuerte aquí en Macomita, Y ahora todo se mueve, tiembla, recordando a David Lynch
