Joe Biden deja la Casa Blanca y, con él, pierden un valor estratégico los liberales (en sentido amplio) no solo en Estados Unidos, sino también en Europa. Kamala Harris salió duramente derrotada de unas elecciones en las que su rival era el candidato con mayor nivel de imagen negativa que se recuerda en una campaña electoral norteamericana en décadas; este simple dato ya da mucha información sobre los cuatro años de administración Biden-Harris.
La victoria de Donald Trump fue, fundamentalmente, una derrota de la narrativa demócrata estadounidense. El Partido Demócrata, redactor jefe de la retórica atlantista del establishment europeo durante muchos años, ha estirado hasta límites insospechados sus propias contradicciones internas durante los últimos cuatro años. Sus fracasos económicos posibilitaron el retorno a la palestra pública de un Trump denostado e inmerso en acusaciones judiciales de todo tipo; su política exterior, en añadido, terminó de enterrar las opciones para un triunfo de Harris.
Biden declaró que “hoy se está formando una oligarquía en Estados Unidos de extrema riqueza, poder e influencia que realmente amenaza toda nuestra democracia
Las “desconexiones” públicas del presidente son una anécdota, ciertamente, cuando se las compara con la proyección global de su gobierno. De hecho, es esta política exterior la verdadera piedra angular del legado de Joe Biden como presidente del hegemón imperial. Los altos mandatarios norteamericanos siempre se han preocupado por dejar su nombre propio en digna posición al abandonar el despacho Oval, y Biden no fue menos. Lo intentó con un discurso de despedida que pareció una broma de mal gusto.
Biden declaró que “hoy se está formando una oligarquía en Estados Unidos de extrema riqueza, poder e influencia que realmente amenaza toda nuestra democracia, nuestros derechos básicos y libertad y una oportunidad justa para que todos salgan adelante”, en una clara alusión a Elon Musk y otros magnates del sector de las nuevas tecnologías que se han alineado con Trump. Pero no es conveniente confundirse: la oligarquía norteamericana existe antes del propio Biden, y la “oligarquía industrial-tecnológica” lleva acumulando poder décadas; el problema para los Dems es que esas élites están dejando de responder a su narrativa y se abrazan apresuradamente a un Trump que les ha prometido una defensa más ferviente de sus intereses.
Si Diario Red puede publicar lo que casi nadie más se atreve, con una línea editorial de izquierdas y todo el rigor periodístico, es gracias al apoyo de nuestros socios y socias.
La concentración del poder económico y la corrupción inherente al sistema de acumulación en Estados Unidos no nace con Trump, sino que ha servido a unas y otras élites en el país por conveniencia. Tampoco es nueva la “avalancha de información errónea y desinformación [que] permite el abuso de poder” con la que Biden se muestra enormemente preocupado. Es cierto que las fake news y la propaganda digital de la extrema derecha nutrió al equipo de campaña de Trump… pero no es menos cierto que el apoyo del gobierno de Biden al genocidio en Gaza estuvo sistemáticamente acompañado de propaganda y fake news desde la propia administración en Washington.
Es este punto, probablemente, el más grotesco del discurso de Biden y del “legado” que pretende dejar (al menos, discursivamente). El legado de Biden es el de un genocidio que ha contado con su apoyo y legitimación, ni más ni menos. Desvergonzadamente, el (casi ex) presidente ha sacado pecho por el “alto el fuego en Gaza” afirmando que el plan “fue desarrollado y negociado por mi equipo”. Al ser preguntado por quién es el responsable del alto el fuego, sonrió y respondió “¿es una broma?”, pues ha venido insistiendo que han trabajado en ello desde mayo.
El legado de Biden es el de la derrota demócrata contra un Trump con unos índices de impopularidad prácticamente anticompetitivos
La realidad es que el gobierno genocida de Benjamin Netanyahu se ha negado sistemáticamente a aceptar las distintas propuestas para un alto el fuego porque no consentían abandonar militarmente la Franja de Gaza, ya que para Israel el objetivo nunca fue detener el genocidio. El hecho de que, a menos de una semana del retorno de Trump, Israel ceda, significa una sola cosa: si Estados Unidos se hubiera plantado frente a Tel Aviv antes, se habrían salvado decenas de miles de vidas en Gaza. Estados Unidos, con Biden al frente, ha avalado el exterminio que Israel diseñó contra los palestinos en Gaza, fundamentalmente porque era válido para sus intereses a medio y largo plazo en Oriente Medio. Todo lo demás es un cuento, una mera narrativa de los demócratas.
De igual forma es parte del legado de Biden la cronificación de la guerra en Ucrania. Semanas antes de la invasión rusa de Ucrania, el gobierno estadounidense de Biden había presionado en el Este de Europa al gobierno de Putin, incumpliendo además buena parte de los acuerdos para impedir una escalada en Ucrania. Semanas después de la misma invasión, pudieron haberse producido avances significativos en un plan de paz que pusiese fin prontamente a la guerra. Estados Unidos, con Biden a la cabeza, se negó.
Biden nunca pretendió poner fin a la guerra en Ucrania, pues era favorable a los intereses estadounidenses un debilitamiento paulatino de Rusia en el marco de una guerra de desgaste en la que los ucranianos serían la moneda de cambio. Esto también es parte del legado de Biden.
Así, y más allá de reinterpretaciones, el legado de Biden es el de la derrota demócrata contra un Trump con unos índices de impopularidad prácticamente anticompetitivos. Lo es también el genocidio en la Franja de Gaza, en el cual es, sin duda, la segunda figura de mayor relevancia tras el criminal Netanyahu. Y lo es, sin duda, la cruenta guerra de Ucrania que podría haber visto su final tan pronto como en 2022 de no haber sido por la negativa del propio Biden.