Parecía que uno de los casos que más ha conmocionado a Miranda en toda su historia iba a cerrarse ayer. Pero no ocurrió así. La Policía Nacional desarrolló, sin éxito, un enorme despliegue en el Casco Viejo de la ciudad del Ebro para buscar el cuerpo de Marisa Villaquirán, la mujer que fue vista por última vez el 7 de diciembre de 2004, cuando su exmarido, Rafael Gabarri, la obligó a montar en un coche por la fuerza. Aquel suceso terminó con una condena de más de catorce años de prisión para este hombre por detención ilegal y de ocho años para Isaac Duval, el cómplice que conducía el vehículo.
Hace un mes y medio los agentes fueron contactados por una fuente del entorno familiar que aseguraba que el cadáver de esta mujer estaba emparedado en la iglesia evangélica Filadelfia, situada en la calle Las Escuelas. En ese momento se retomó el caso y se ampliaron las pesquisas hasta corroborar la similitud del relato, antes de llevarlo ante la autoridad judicial y conseguir la orden de registro tanto en ese inmueble como del edificio contiguo, donde vive parte de la familia de Rafael Gabarri.
Aunque los agentes sabían que se trataba de una operación complicada, la reapertura de este expediente se consideró necesaria porque, de haber encontrado el cuerpo de Marisa Villaquirán, sus seres queridos habrían podido darle sepultura y cerrar una herida que lleva abierta veinte años.Pero, además, también era trascendental intentar hallar el cadáver porque si en una hipotética autopsia se observaran determinados indicios podría volver a juzgarse a su exmarido, esta vez, por asesinato, lo cual habría aumentado su pena y sería posible que volviera a prisión tras más de tres años en libertad.
Durante el periodo de la nueva investigación se mantuvieron varias reuniones, algunas en Madrid, en las que los investigadores se centraron en cómo inspeccionar el lugar de culto con técnicas poco destructivas, ya que este era uno de los requisitos impuestos por la jueza para poder efectuar el despliegue. Por ese motivo, ayer se personaron en Miranda miembros del Grupo Operativo de Intervenciones Técnicas (GOIT), especialistas en realizar perforaciones y revisar posibles falsos muros de una forma meticulosa y detallista, como hicieron en el caso de la mujer ucraniana desparecida en Valencia en septiembre y cuya búsqueda no tuvo éxito. Llegaron a Miranda a primera hora de la mañana, antes incluso de que amaneciera. El reloj aún ni siquiera marcaba las 7.00 horas cuando infinidad de agentes de paisano, otros tantos uniformados y un sinfín de patrullas entraron al CascoViejo.
El primer paso del operativo consistió en buscar al pastor de la iglesia evangélica para pedirle que abriera el templo. Mientras tanto, los vehículos de la Policía Nacional cortaron uno de los accesos de la calle Las Escuelas y en el otro se impidió el paso colocando una cinta, vigilada por varios agentes. Una vez dentro del inmueble, las labores de revisión se centraron sobre todo en el muro que separa el templo del local que pertenece a la familia de Rafael Gabarri. Los expertos de la GOIT realizaron varias catas, con herramientas que podían escucharse incluso desde el exterior, para intentar hallar el cuerpo. Al mismo tiempo entraban y salían otros agentes, varios de la Científica llegados desde Madrid, con maletines en los que llevaban unidades de rayos x muy potentes. Además, también introducían perros especializados en la detección de restos cadavéricos.
De hecho, a media mañana, hubo un halo de esperanza. Uno de los animales hizo varios movimientos que indicaban que podía haber dado con el cadáver de Marisa Villaquirán.Sin embargo, se trataba de un falso positivo. Eso ocurrió justo antes de que se diera el mayor pico de tensión alrededor del operativo. Un hijo de la mujer desaparecida en 2004 llegó al lugar y se acercó a la entrada de la iglesia evangélica. Frente al templo exclamó que, si era necesario para encontrar el cuerpo, los agentes debían «tirar todo abajo». No obstante, su inicial nerviosismo pronto se rebajó y no se dieron nuevos encontronazos por parte de los presentes, entre los que se encontraban periodistas de diversos medios de comunicación, algunos curiosos que oteaban la zona para saber qué había ocurrido y también unos cuantos fieles de esa iglesia que negaban tener ninguna implicación en el caso.
Una calma tensa se apoderó del lugar durante las siguientes horas. El ruido de las perforaciones, que aparentemente estaba causado por taladros y tal vez radiales, se siguió oyendo desde el exterior al menos hasta las seis de la tarde. Ya en esos momentos el movimiento de agentes que entraban y salían de los edificios se fue reduciendo. Y a la vez, el pesimismo empezó a inundar la calle. Con cada minuto parecía un poco más complicado que el cuerpo de Marisa Villaquirán apareciera en alguna de esas propiedades, aunque los investigadores continuaron trabajando aún durante bastante tiempo. Antes de que se cumplieran las ocho menos cuarto las luces de la iglesia evangélica y del local contiguo se apagaron, por lo que se empezaba a intuir el cierre del operativo. La retirada del biombo que cubrió durante horas la entrada de ese templo parecía confirmar que las pesquisas habían concluido. Finalmente, el abandono del lugar de las decenas de agentes, cuya orden judicial no limitaba el tiempo de la inspección, no dejó dudas: el despliegue había finalizado a las nueve de la noche, y lo había hecho sin éxito.
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