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Lalachus o la eliminación del cristianismo

Autor: Santiago Navajas

Hace poco me pasaron un segmento de una señora en el programa de Buenafuente. Se burlaban ambos de la Biblia y decía ella –que posteriormente identifiqué como una periodista de la cadena Ser y RTVE, Nieves Concostrina– que tras dos páginas de lectura del Génesis cualquiera se hace ateo. Proseguía muerta de risa –con el coro del público aplaudiendo, azuzado por Buenafuente, como una jauría de monos amaestrados–, que “los ateos cuando leemos la Biblia es para decir qué divertido es esto, lo otro…”. Concostrina y Buenafuente son dos ateos, sí, pero sección analfabetos funcionales, que no pasan de la segunda página de la Biblia pero no porque les parezca ridícula sino porque no tienen la capacidad cultural para apreciar la belleza literaria, la hondura ética y la grandeza existencial del Génesis, el Cantar de los Cantares, el libro de Job, el evangelio de San Juan o el Apocalipsis, sin los cuales no serían inteligibles las más grandes obras de Shakespeare, Bach, Mozart, Velázquez, Miguel Ángel, Kafka, Borges y Faulkner.

El analfabetismo funcional de la periodista socialista no es inocente ni gratuito. Como tampoco lo fue la burla a la religión cristiana de David Broncano y Lalachus durante las campanadas de Nochevieja, donde mostraron una estampita de una vaca disfrazada como si fuese el Sagrado Corazón de Jesús. Una estampita progre para burlarse, como Concostrina respecto a la Biblia, de los millones de cristianos que pretendían seguir las campanadas en una televisión que debería ser pública, pero está secuestrada por Sánchez, el PSOE y su obsesión anticristiana.

Lo que late en el fondo de estos desprecios y burlas es la guerra cultural que la izquierda ha asumido como su misión política principal. Inspirada más en Antonio Gramsci que en Karl Marx, la izquierda contemporánea sigue el guion del filósofo italiano para el cual la cuestión fundamental era cómo el marxismo podía disputar la hegemonía que en los espíritus occidentales tenía la Iglesia Católica. Ya no se trataba, como insistía Marx, en acabar con la religión, sino en sustituirla, convirtiendo a los partidos de izquierda en equivalentes a sectas. Gramsci, un comunista en el país en cuyo centro se encuentra el Vaticano, admiraba y envidiaba el impacto de la cultura católica en las masas populares, así como el modelo de la reforma protestante como vehículo para una transformación de los valores, los ideales y las mentalidades.

Por tanto, no había que matar a los sacerdotes, sino convertir a los líderes mediáticos en sucedáneos laicos de las jerarquías eclesiásticas. De ahí el interés de la izquierda para controlar todas las instituciones culturales, de los museos a las escuelas pasando por universidades, Academias, etc.

La construcción de la hegemonía cultural socialista pasa, por tanto, por sustituir a la Iglesia Católica en el corazón y la mente de la clase media, para lo que son cruciales los medios de comunicación de masas. A la Conferencia Episcopal la sustituye RTVE; a la Congregación para la Doctrina de la Fe, la cadena Ser; al Osservatore Romano, Lo País; a los catequistas, Concostrina, Buenafuente, Lalachus, Broncano…

Para la izquierda progre, la religión es mera ideología y los medios públicos son herramientas de adoctrinamiento y sectarismo, pero ¿por qué odian tanto al cristianismo? Pues porque una vez que ha comprobado que no pueden derrotar al liberalismo económico y político, habiéndose doblegado mal que bien a la economía de mercado y el Estado de derecho, les queda controlar las almas, tratando de cambiar la concepción del mundo trascendente y sagrada del cristianismo por la visión del mundo banal y vulgarmente materialista del socialismo.

Gramsci subrayó la importancia de convertir el socialismo en una religión popular en lugar de una concepción científica, siendo este último el paradigma cientificista de Marx. El socialismo debía convertirse en un movimiento cultural, nacional y popular, por lo que el catolicismo debía ser erosionado, diluido y finalmente asimilado a través de un proceso de construcción de hegemonía que pasa en la actualidad por los medios de comunicación de masas y el sistema educativo también de masas.

En Lo que Europa debe al cristianismo, Dalmacio Negro explicaba a propósito de Gramsci:

El marxismo sólo podría triunfar si se eliminaba la religión cristiana. Por ello propugnó con éxito la alianza del marxismo con el progresismo para dar la batalla por la cultura que debilitase esta fe religiosa.

Y en dicha batalla por la cultura para debilitar la fe cristiana, los progres gramscianos no dudan en aliarse con los fundamentalistas islámicos. Pero más aún: no solo se han introducido en las escuelas y universidades, en las televisiones públicas y en las plataformas cinematográfica privadas, en los programas de Buenafuente, Broncano y Lalachus, sino en el mismísimo Vaticano. Si la suerte no está echada, poco falta.

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