Hoy en día el 25 de diciembre es celebrado en buena parte del mundo cristiano, pero no siempre fue así. La fecha de la Navidad fue establecida en el siglo IV por el papa Julio I, por motivos más prácticos que relacionados con la fe: hasta entonces se celebraba el 6 de enero, el día de la Epifanía; y de hecho, algunas iglesias siguen observando esa fecha original.
Navidad deriva de natividad, es decir, la celebración del nacimiento de Jesús, pero tanto el 25 de diciembre como el 6 de enero son fechas decididas arbitrariamente por la Iglesia católica.
De hecho, ni siquiera se corresponden remotamente con la fecha en la que supuestamente nació Jesús, que a juzgar por las descripciones de los Evangelios – los cuales mencionan que los pastores tenían los rebaños al aire libre, algo imposible en invierno y en una región como Palestina – debería corresponderse con la primavera.
Entonces, ¿por qué celebramos la Navidad el 25 de diciembre?
Para empezar, la celebración de la Navidad no era demasiado importante para los primeros cristianos, para los cuales tenía mucho más peso la Pascua: esta representaba la resurrección de Jesucristo y constituía el factor diferencial más importante del cristianismo, el cual por aquel entonces era más una separación de la ortodoxia judía que una religión en sí misma.
Solo alrededor del año 200, cuando los cristianos eran ya una comunidad organizada – aunque todavía perseguida –, empezó a surgir la idea de celebrar la natividad de Jesús. Lo curioso es que inicialmente se observaron las indicaciones de los Evangelios y se celebraba en primavera, concretamente en mayo. Entonces, ¿por qué se cambió?
Hasta el siglo III, la Navidad se celebraba en primavera
En el año 221, el historiador Sexto Julio Africano publicó su Crónica, una colección de cinco libros escritos en griego que por primera vez fijaba un “canon” sobre la historia del pueblo judío. En uno de estos libros estableció la fecha del nacimiento de Jesús como el 25 de diciembre.
Se desconoce por qué razón se decidió por este día, aunque teniendo en cuenta que Africano era de cultura helénica y originario de Jerusalén, es posible que fuese por la coincidencia con un culto muy importante en Oriente: el del Sol Invicto, relacionado con Apolo.
A pesar de haber establecido el 25 de diciembre como fecha de nacimiento de Jesús, esta siguió sin celebrarse de forma generalizada. En su lugar se celebraba la Epifanía, el día que Jesús se “manifestaba” al mundo, representado posteriormente como la adoración de los Magos. La situación cambió a principios del siglo IV, cuando el emperador Constantino permitió oficialmente el culto cristiano y, por lo tanto, el proselitismo.
Julio I y la eliminación del paganismo
A pesar de que el cristianismo ganaba adeptos rápidamente, los romanos estaban muy apegados a sus tradiciones; y en diciembre tenían lugar dos celebraciones paganas muy arraigadas entre la población y de gran importancia.
La primera eran las Saturnales, una tradición que festejaba a Saturno, dios de la agricultura y de la cosecha; su celebración se remontaba al siglo III a.C. y tenía lugar entre el 17 y el 23 de diciembre. El 25 de diciembre, por su parte, se celebraba el día del Sol Invicto, que festejaba el solsticio de invierno (aunque el cálculo tenía un error de algunos días), a partir del cual el día iba ganando más horas de sol.
En el año 337, Julio I fue elegido como 35º Papa de la Iglesia. Una de sus prioridades fue establecer una ortodoxia para las celebraciones cristianas, así como combatir el paganismo y las doctrinas no católicas; en especial el arrianismo, una corriente cristiana que constituía una de las principales competidoras del catolicismo. Julio era de estirpe romana y seguramente era consciente de lo difícil que resultaría forzar a los romanos a abandonar sus festividades.
JULIO II SEPARÓ LA NAVIDAD DE LA EPIFANÍA Y FIJO SU FECHA EN EL 25 DE DICIEMBRE
Así pues, el nuevo Papa optó por otra estrategia: superponer fechas señaladas del cristianismo a las celebraciones más importantes del calendario. Decidió separar las celebraciones de la Navidad y de la Epifanía y establecer la fecha de la primera en el 25 de diciembre, el día del Sol Invicto. Además de fagocitar una festividad tan importante, era también una metáfora: Jesús era el nuevo Sol llegado para iluminar el mundo.
La fecha del nacimiento de Jesús, ya propuesta en la Crónica de Sexto Julio Africano, había sido ratificada en el año 325 por el Primer Concilio de Nicea, por lo que Julio I simplemente le daba el visto bueno como Papa. Sin embargo, fue durante el pontificado de su sucesor Liberio – concretamente en el año 354 – cuando se fijó oficialmente como una festividad oficial de la Iglesia separada de la Epifanía.
No obstante, este reconocimiento no fue unánime. A día de hoy hay algunas Iglesias ortodoxas que mantienen el 6, o en algunos casos el 7 de enero, como fecha de la Navidad; mientras que otras han adoptado la fecha católica. Estas excepciones son principalmente países del este de Europa y algunos de África.