El fin del gafe. Seguro que, tan amante de la cábala, Simeone, que no le había ganado nunca al Barça de visitante, debió intuir algo cuando, cinco minutos antes del final, le reprochó a alguno de sus jugadores que no supiera hacer la pausa y elegir bien el desmarque de ruptura. El Barça, aunque no al nivel de otros partidos en los que se había hecho papelillos directamente, andaba resquebrajándose poquito a poquito. Era cuestión de sobrevivir y elegir el momento. El añadido de seis minutos era un regalo envenenado para Barça y Atlético. Ir a por la gloria o tener una Navidad tranquila. A De Paul, un jugador discutido en ocasiones, y fogoso casi siempre, se le aclaró la mente; y esperó esas décimas de segundo decisivas para acompasar la llegada de Nahuel Molina, que le dejó la gloria a Sorloth.
Líder. Como ocurrió en París, Simeone se fue corriendo de Montjuïc. No podía ser de otra manera en un recinto olímpico. En el fondo, hay una imagen equívoca de la relación entre el Cholo y el Barça. Ganó una Liga en el Camp Nou, uno de sus grandes logros desde que llegó al Atlético. Y lo ha eliminado épicamente un par de veces de la Champions. Una de ellas, cuenta la leyenda, jugando hasta con balonces desinflados en el Calderón. La de anoche, además, le permite terminar líder 2024. Es una barbaridad lo de Simeone, que estaba eufórico anoche, dedicándoselo a su padre, que falleció ahora justo hace dos años. Disparado incluso desde la trinchera propia, algo con su punto de lógica por los años de desgaste, el partido a partido siempre sale adelante. Dirigir más de 700 tardes a un equipo de superélite es algo de otro tiempo. Pero él sobrevive, como su Atlético, que además le dio un golpe de gracia al mejor Barça de los últimos dos meses. Flick, que aún está indemne pese al cinco de 21 en Liga, estuvo valiente. Movió el árbol con Gavi y Fermín en el once; y se encontró con un Pedri celestial, que jugó uno de los mejores partidos de su carrera. El Barça, sin embargo, no fue capaz de cerrar el partido. De la vaselina al larguero de Raphinha, después de otra asistencia mágica del canario, se pasó al 1-1 después de un error infantil de Casadó, en su primera noche negra con el Barça. Al contrario que el curso pasado, Flick consiguió que su equipo no se cayese en la última media hora. Pero Olmo, con la soga de la inscripción en su cuello, no estuvo dulce. Flick sabía lo que podía pasar. El viernes, había advertido de los goles del rival en los finales. “No me habléis de resistir, es mi Atleti de Madrid; no me vengan con reproches, hablo de sobrevivir…”.
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