En el mundo hay actualmente 4.200 religiones, aunque más del 75% de la población mundial está adherido a sólo cuatro de ellas
El Dalai Lama. Fuente: EP.
La maldad usa muchas máscaras, y la más peligrosa de ellas es la máscara de la virtud, decía el actor Johnny Depp, en el papel de Ichabod Crane, en la película de Tim Burton Sleepy Hollow (1999). Con un mensaje muy similar escribió el ensayista y moralista francés Jean del Bruyère, una buena parte de su obra Caractères (1696), invitando al lector a reflexionar sobre la falsa bondad, la falsa moral y la falsa filantropía; la leí hace muchos años, y me encontré con una frase, inmensamente inteligente y llena de contenido, que me impactó tanto que nunca la he llegado a olvidar: “Hay una falsa gloria que es ligereza, una falsa grandeza que es pequeñez, una falsa virtud que es hipocresía, y una falsa santidad que es vileza”.
Excepto en los países laicos, que son (por tal motivo) los países más democráticos y avanzados del mundo (Francia y los países nórdicos), el resto de países del planeta viven sometidos a gran diversidad de religiones con las que se adoctrina desde la infancia a las personas en determinadas creencias y determinados dogmas. En el mundo hay actualmente 4.200 religiones, aunque más del 75% de la población mundial está adherido a sólo cuatro de ellas: cristianismo, islam, hinduismo y budismo. Todas las religiones afirman con rotundidad que su dios es el verdadero y que los dioses de las otras religiones son falsos, algo que es más que significativo respecto de la intolerancia de todas ellas y de los enfrentamientos y tiranías que provocan.
Sólo hay una que no tiene dios, el budismo, el resto de religiones monoteístas proclaman la existencia de una deidad o ente supremo que lo controla y que lo puede todo, lo cual ya muestra la irracionalidad y los desvaríos en los que basan sus premisas y sus dogmas. Aunque se suelen considerar a las religiones monoteístas las más radicales, parece que todas ellas, con o sin dios, son organizaciones de poder que, de un modo más o menos evidente, tienen como objetivos el control de la población y la sumisión de sus gentes, erigiéndose en grupos de presión o lobbys cómplices del poder tradicional y de sus intereses políticos y económicos.
Y, como grandes organizaciones de control y manipulación, controlan la sexualidad, la criminalizan y, por supuesto, la utilizan como una herramienta de dominio. Es de sobra conocido el control sexual que las religiones y grupos sectarios ejercen sobre sus adeptos, casi siempre a través de la represión. Y la represión de cualquier condición natural humana desemboca muchas veces en la perversión, y casi siempre en la perturbación.
Acabamos de ver todos, en noticiarios y medios de información, unas imágenes perturbadoras del líder budista Dalai Lama besando en la boca a un niño, y pidiéndole que le besara la lengua. Como poco, repugna y da grima; y, analizándolo un poco, es una muestra más de las perversiones a las que algunos pueden llegar siguiendo dogmas y pautas que imponen las religiones. Días después de que se hicieran públicas las imágenes, el Dalai Lama ha pedido disculpas públicas para lavar su imagen, y el niño en cuestión ha declarado que para él fue un privilegio estar tan cerca de su líder religioso (¿qué va a pensar un niño con la mente absolutamente adoctrinada y sus creencias impuestas y controladas?)
Es un hecho puntual, aparentemente, en el líder budista, pero es evidente que forma parte de esa tendencia de líderes y adeptos religiosos que abusan sexualmente de niños. Todos sabemos de los miles de casos en todo el mundo de pederastia clerical en el seno de la iglesia católica, y, en realidad, de todas las religiones cristianas y llamadas abrahámicas (judaísmo, cristianismo e Islam). Algunos de esos casos son inmensamente terribles e inmorales, como lo que se supo con la detención en Argentina de una monja acusada de elegir a niños sumisos en colegios religiosos para proveer a curas pederastas y violadores. La realidad supera a la ficción, como en tantas cosas. Como los idearios religiosos identifican sexualidad con pecado, la represión es la norma, y la perversión y la depravación también son la norma, y son la consecuencia última de esa represión que es insana, inhumana y profundamente enfermiza.
La moral y la espiritualidad son otra cosa. La verdadera moral, la moral universal, tiene que ver con todo lo contrario de lo que imponen las religiones: el amor, la libertad, la solidaridad, la verdad, la hermandad entre los hombres, la tolerancia, el respeto al otro, sea quien sea ese otro, el conocimiento, la alegría y el amor a la vida. Y, por supuesto, la verdadera espiritualidad contempla a todo lo que existe; no excluye de su ideario a los animales y a la naturaleza, como hace el cristianismo, el gran responsable, por expandir un infame antropocentrismo, del maltrato animal y del desprecio de la vida natural desde hace muchos siglos. Si lo miramos con un mínimo de atención y profundidad, traspasando las apariencias, las dogmáticas religiosas son los códigos humanos más inmorales que existen. Parafraseando al gran Bertrand Russell, la religión es el peor enemigo del progreso moral en el mundo; y, como dijo el profesor e investigador canadiense William Osler, es la ignorancia lo que hace que aún pervivan.
Coral Bravo es Doctora en Filología
