“¿Dónde puedo estacionar?”, preguntó desde el asiento de conductor de una camioneta Ford Raptor azul. Aunque confesó que no le gusta manejar en la calle, Franco Colapinto lo hace para llegar solo a la Usina del Arte, en La Boca, minutos después del comienzo de la ceremonia de los Premios Olimpia, donde fue uno de los grandes ganadores de la velada. Se llevó la estatuilla de plata en automovilismo y luego compartió el premio mayor, el de Oro, con Emiliano Dibu Martínez. Pero también se llevó todo el cariño de la gente. No daba un paso sin que alguien se le acercara para una selfie, un autógrafo o una pregunta. El chico de Pilar es un rockstar y derrocha carisma. Y lo hace con una naturalidad extrema.
Tras pasar por un portón de un acceso lateral, el piloto que volvió a poner a un argentino en la Fórmula 1 después de 23 años saca el traje del asiento trasero, se saca la remera y empieza a abrocharse una camisa blanca cuando descubre con sorpresa que hay dos chicos de 5 y 7 años que lo esperan desde hace una hora y no tarda un segundo en pedir que los dejen entrar.
Kylian y Loan, que les pidieron a los padres estar acá con la ilusión de conocer a su ídolo porque esta iba a ser “la única oportunidad de verlo” en Buenos Aires -según le contó un rato antes su papá, Brian, a Clarín-, caminando rápido desde la esquina y cruzan la reja tímidamente y se acercan al ídolo, con mamá Aixa y papá Brian haciéndoles marca personal. La timidez, en cambio, no la muestran cuando están de frente a un Colapinto terrenal con el que tienen un intercambio que guardarán para siempre.
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Franco Colapinto charla con dos pequeños fanáticos que lo querían conocer en la entrega de los Olimpia 2024
“¿Me acompañan al autódromo? Yo quiero ir”, les dice cuando le cuentan que suelen ir a ver carreras. “¿Y cuándo te va a dejar mamá empezar a correr en karting? Te llevamos, te armamos un karting y vamos a andar… Te hago de coach yo. ¿Qué te parece?”, le consulta a Loan, el de 7.
Sin su papá Aníbal, su mamá Andrea ni su hermana Martina, quienes lo acompañaron en algunas de las nueve carreras que disputó en este 2024 de ensueño, como tampoco sus representantes María Catarineu y Jamie Campbell-Walter, que no lo acompañaron en su regreso a la Argentina, el oriundo de Pilar sigue las órdenes de la organización, en un ingreso algo caótico por los intentos de los periodistas de acercársele. “Estoy todo quemado”, bromea sobre el colorado que tiñe sus cachetes y su nariz tras un puñado de días de sol y pileta en el country de Tortuguitas donde alquiló una casa.
Un ascensor, rápidamente, lo lleva al primer piso, donde -sin pasar por el vestuario porque eligió cambiarse en el playón como un nene que acaba de terminar una carrera de karting- tras atravesar un pasillo ingresa por una puerta lateral al gran salón con la ceremonia iniciada y una botellita de agua en la mano. La fila elegida es en la que están Franco Girolami y Julián Santero, sus compañeros en la terna de automovilismo.
Celular en mano, Franco charla con ellos pero interrumpe lo que hace para aplaudir a cada uno de los ganadores de los Olimpia. “Vamos Boca”, le grita al motociclista Manuel Andújar cuando posa con su premio en el escenario.
En el primer corte de la transmisión de la TV Pública, un aluvión de personas aparecen por los dos costados, alguno con una remera de Williams para que autografíe, y otros simplemente para llevarse una selfie con el piloto que enamoró al paddock y al público por su manejo y por su personalidad. Sin embargo, para el segundo bloque, dos empleados de seguridad se colocan en cada extremo de la tercera fila central del auditorio para evitar el asedio durante el vivo, aunque la secuencia se repite sí en la siguiente pausa.
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Colapinto firma autógrafos sin parar en la Usina del Arte
El tercer bloque es el que entrega su premio. Por eso, tras bambalinas también se encienden los flashes de los otros deportistas ternados que aguardan por conocer si ganarán o no un Olimpia pero aprovechan tenerlo tan cerca. Tras la primera ovación de la noche, para el ganador más joven de la historia Faustino Oro, llega el turno de Colapinto gane su primer Olimpia tras perderlo el año pasado. Y empieza el show: desde el mate especial con los colores de Boca hasta hacerle creer a Alejandra Martínez, la conductora del evento, que su representante estaba en la tribuna y había que preguntarle sobre su futuro en inglés.
“Agradecido con todos los que están acá que me ayudaron a cumplir este sueño. Son todos parte de este premio y de haber vivido mi sueño. Orgulloso del año que tuvimos. Estoy feliz de todo este momento y la pasión que les trajimos al país. Ojalá que lo sigan haciendo esté o no esté en el futuro”, dijo, sin dar indicios sobre lo que ocurrirá en 2025.
La velada siguió, pero Colapinto no tuvo tiempo para descansar. Fue estrella full time en La Boca. Le alcanzaron unas piezas de sushi para que picara, mientras los fanáticos desfilaban para llevarse un recuerdo. Salvando distancias, Colapinto fue un rato Messi o Maradona en la Usina del Arte. Faltaba lo mejor. Volvió a subir al escenario para recibir el Oro que compartió con Beto Martínez, el papá del Dibu.
Antes de volver a hablar, firmó un casco, pero evitó ponérselo porque no es de la marca que él usa. Evitó el error no forzado con una amabilidad extrema y también evitó que la conductora del evento se lo pusiera. “La maquilladora te va a retar”, le advirtió. Enseguida se puso serio. “Muy feliz de estar acá. Muy agradecido con los periodistas que entregan este premio. Yo me fui de muy chico y los periodistas siempre divulgaron la información de mi carrera para que la gente argentina supiera cómo me iba. Estoy muy agradecido porque ellos son parte de lo que hoy soy”, sostuvo el nuevo rockstar del deporte argentino, que felicitó también a todos los ganadores de las 43 ternas.
Todavía le faltaba regresar a la camioneta. Pasó inevitablemente por un corralito de prensa desbordado de periodistas, respondió algunas preguntas con rigor de cassette y se fue rodeado de personas que lo persiguieron hasta que se metió a la 4×4 por la puerta del acompañante, mientras Santero se subía al asiento de atrás. Con velocidad pero precisión milimétrica, salió marcha atrás y dejó a la multitud detrás.