Por Arthur González. Resumen Latinoamericano, 04 de diciembre de 2024.
Estados Unidos no cambia su política agresiva hacia Cuba porque no acepta un gobierno independiente que luche por la soberanía de los cubanos, frente a su ambición histórica de apoderarse de la Isla.
Para conocer esa posición imperialista basta recordar lo expuesto el 28 de abril de 1823 por John Quincy Adams, en carta enviada a los gobernantes españoles, cuando era secretario de Estado:
“Estas islas por su posición local son apéndices naturales del continente norteamericano, y una de ellas, la isla de Cuba casi a la vista de nuestras costas, ha venido a ser, por una multitud de razones, de trascendental importancia para los intereses políticos y comerciales de la Unión […] Los vínculos que unen a los Estados Unidos con Cuba, geográficos, comerciales y políticos, son tan fuertes que cuando se echa una mirada hacia el probable rumbo de los acontecimientos en los próximos cincuenta años, es imposible resistir la convicción de que la anexión de Cuba a la república norteamericana, será indispensable para la existencia y la integridad de la Unión…”
El 12 de marzo de 1827, el entonces secretario de Estado, Henry Clay, en carta remitida a Daniel P. Cook, agente confidencial de Estados Unidos, señalaba:
“Tenemos que poseer a Cuba, no podemos arreglarnos sin ella, y, sobre todo, no debemos sufrir su traspaso a Gran Bretaña. La adquiriremos mediante un golpe de Estado en algún momento propicio que, dada la situación actual de Europa, quizás no esté muy lejos (…). Cuba ya es nuestra, la siento en la punta de mis dedos”.
Tales ambiciones se vieron frustradas con el triunfo de la Revolución cubana el 1ro de enero de 1959, victoria que Estados Unidos intentó evitar, expuesto por Allen Dulles, director de la CIA, en la reunión Consejo Seguridad Nacional, del 23 diciembre 1958, cuando expresó:
[…] “Debemos evitar la victoria de Castro…”, a lo que el presidente Eisenhower agregó:
“Tengo la esperanza de lograr una tercera fuerza que crezca en fortaleza e influencia, si se organiza alrededor de un hombre capaz, pertrechado con financiamiento y armamentos”.
Desde ese momento Estados Unidos puso todos sus recursos y esfuerzos por derrocar al gobierno encabezado por Fidel Castro, incluso con centenares de planes para asesinarlo, demostrado en sus documentos oficiales, entre ellos el informe elaborado el 24 de abril de 1967 por el inspector general de la CIA, sobre complots para asesinar a Fidel Castro.
El 17 de marzo de 1960, el presidente Eisenhower ordenó a la CIA confeccionar el primer Programa de Acciones Encubiertas contra Cuba, el cual expresa textualmente:
“El propósito del programa aquí expuesto es provocar la sustitución del régimen de Castro por uno que responda mejor a los verdaderos intereses del pueblo cubano y sea más aceptable para Estados Unidos”.
“El método para lograr este fin consistirá en dirigir la acción, dentro y fuera de Cuba, por parte de grupos selectos de cubanos, que pudieran realizar cualquier misión por iniciativa propia. Dado que inevitablemente puede producirse una crisis a causa de acciones drásticas dentro de Cuba o provenientes del exterior por circunstancias que están fuera del control de los Estados Unidos, antes de que el Programa de Acciones Encubiertas haya cumplido su objetivo, se hará todo lo posible por ejecutarlo de tal forma, que la capacidad de actuación de los Estados Unidos aumente progresivamente en caso de una crisis”.
Después del rotundo fracaso de la invasión mercenaria que organizó Estados Unidos contra Cuba, volvieron a intentar otra, pero con el ejército yanqui, para lo cual el presidente Kennedy aprobó en febrero de 1962 la Operación Mangosta, donde se plantea:
“[…] para apoyar un levantamiento contra Castro, un nuevo esfuerzo para lograrlo debe contar con la ayuda sustancial de países claves en América Latina. Además, se debe hacer un esclarecimiento a las naciones del hemisferio occidental de la extranjerizante influencia (Unión Soviética y el Bloque) de la tiranía impuesta sobre el pueblo cubano, al punto de crearles un profundo rechazo y lograr la implementación de acciones abiertas para defender el hemisferio occidental contra esa invasión extranjera…”
Esta misma estrategia yanqui fue plasmada en mayo de 1980 en el informe elaborado por el Comité de Santa Fe, por encargo del Consejo para la Seguridad Interamericana, el cual hizo varias recomendaciones al electo presidente Ronald Reagan.
Dicho documento afirma:
“El continente americano se encuentra bajo ataque. América Latina, la compañera tradicional de Estados Unidos, está siendo penetrada por el poder soviético. La cuenca del Caribe está poblada por apoderados soviéticos y delimitada por estados socialistas […] La Doctrina Monroe, piedra angular histórica de la política de Estados Unidos hacia América Latina, reconocía la íntima relación entre la lucha por el poder del Viejo y el Nuevo Mundo”.
Estos argumentos se fortalecen hoy en la política yanqui, incrementado por los avances económicos de la República Popular China y Rusia, con una fuerte presencia en Latinoamérica.
Con una vigencia innegable, el documento de Comité de Santa Fe I expuso en 1980:
[…] América Latina, tanto como Europa Occidental y Japón, es parte de la base de poder de los Estados Unidos. No podemos permitir que se desmorone ninguna base de poder norteamericana, ya sea en América Latina, en Europa Occidental o en el Pacífico Occidental […]
Cuba es señalada en ese documento de manera especial, dado el fuerte ejemplo de soberanía que irradia en el mundo y en el continente americano, así como por el liderazgo de Fidel Castro, algo inaceptable para Estados Unidos.
Respecto a las políticas económicas, comerciales y de inversión apuntaba:
“Estados Unidos debe promover una política favorable al capitalismo privado, el libre comercio y la inversión interna y extranjera en empresas productivas en América Latina”.
En cuanto a Cuba, analiza una serie de cuestiones y recomendaciones, que, aunque plasmadas en 1980, tal parecen escritas hoy, y permiten argumentar las razones por las cuales Estados Unidos no cambiará su política agresiva contra su pueblo, entre ellas las siguientes:
“[…] Estados Unidos ya no puede aceptar el status de Cuba como vasallo de los soviéticos…El precio que La Habana debe pagar por tales actividades no debe ser un precio bajo. Estados Unidos solamente puede restaurar su credibilidad tomando una acción inmediata. Los primeros pasos deben ser francamente punitivos… Al gobierno cubano debe quedarle absolutamente claro que, si siguen como en el pasado, se tomarán otras medidas apropiadas…”
[…] “En la guerra no hay sustituto para la victoria y Estados Unidos está comprometido en la Tercera Guerra Mundial…”
Para culminar sentencian:
“América Latina es vital para Estados Unidos, la proyección del poder mundial de Estados Unidos siempre ha descansado en un Caribe cooperativo y en una América Latina que ha brindado su apoyo. Para Estados Unidos el aislacionismo es imposible. Contener a la Unión Soviética no es suficiente. La distensión ha muerto”.
Nada ha cambiado en el pensamiento político yanqui. No importa el partido que arribe a la Casa Blanca, sus objetivos imperiales y de dominación son los mismos. Por tanto, Cuba seguirá sometida a sanciones y agresiones de todo tipo, con el anhelo de provocar una rebelión popular que dé al traste con el sistema socialista, ese que jamás aceptarán a solo 90 millas de sus costas.
No por gusto alertaba José Martí:
“Los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas. Es la hora del recuento y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes”.
Fuente: Razones de Cuba
