Domingo, 15 de diciembre 2024, 17:07
En el Generali Maratón de Málaga más cosmopolita de todos, la línea de meta se convirtió en un auténtico crisol de colores, camisetas y estados de ánimo, con la satisfacción como recompensa, antídoto y medicina a los sinsabores de esta sana competición, en la que los corredores se miden a sí mismos, poniendo a prueba sus capacidades durante el período preparatorio y también durante la propia prueba. El sufrimiento y los malos ratos se curaron con la sensación de superación que los casi 12.000 atletas experimentaron al completar los 42 kilómetros de trazado, que fueron acompañados de su correspondiente ‘castañazo’ de endorfinas, ese analgésico natural que receta el deporte, el mejor doctor para muchos.
En este Maratón de Málaga, el más multitudinario de la historia de la prueba, estuvieron representados los cinco continentes. Se inscribieron atletas de hasta 75 países diferentes, algo que saltó a la vista y al oído cuando fueron terminando su cometido. Rasgos, camisetas con símbolos, nombres en diferentes idiomas, banderas de países distintos y frases con acento así lo evidenciaron. Una vez más, como es habitual, el Paseo del Parque volvió a hacer de escaparte y altavoz para reivindicar diferentes causas, luchas o ideas, sobre todo cuando el cronómetro marcaba las tres horas. Y las cuatro. Fue entonces cuando llegó la marabunta más grande de corredores. Los más populares y los que de verdad dan vida y hacen grande la prueba. Los protagonistas de este reportaje.
Dos de ellos fueron Eero y Kristo, que alzaron al cielo de Málaga una gran bandera de Estonia cuando rebasaron la línea de meta. Amigos desde siempre, el primero de los dos empujó al segundo a adentrarse en el mundo de las carreras de fondo. Eero completó en Málaga su quinto maratón y Kristo, su primero. «La idea era que yo estuviera en cabeza, pero al final ha sido él quien ha tirado de mí», reconoce el veterano, que asume que es complicado batir marcas en diciembre, cuando la temporada atlética llega a su fin. «La temperatura ha sido perfecta, y el día también. No ha hecho mucho viento y tampoco mucha calor. Muy buenas condiciones», explican en un perfecto inglés. Su impresión de la ciudad, como la de casi todos los extrajeros que aquí desembarcaron con esta excusa, ha sido magnífica. «Es la primera vez, pero me quedaría meses y meses. En Estonia estamos bajo cero y aquí la temperatura se siente muy bien». Eero es de Pärnu, la ciudad más veraniega del país, y Kristo es de Tallín, la capital.
Cuando la gente joven aún se apoderaba de la foto general de la meta, se erigió entre todos una figura resultona. La de Andrés Alañón, de Aranjuez, que cumplirá 68 años en cuestión de dos semanas. Su historia resulta sorprendente: en Málaga completó su maratón número 229. Son tantos que llevar la cuenta, en algún momento, le habrá resultado complicado. Empezó con 32, en Sao Paulo (Brasil), allá por 1989, por lo que las cuentas salen a seis pruebas de 42 kilómetros por año. O lo que es lo mismo: una cada dos meses. Este auténtico animal de las carreras de fondo se aventuró a contar su historia a este periódico: «Siempre impresiona, siempre me pone nervioso y el día que no sienta la tripa antes de la salida, dejaré de correr. No le veo el final. Corro maratones porque es lo que más me gusta, pero soy competitivo en ultrafondo, disciplina en la que soy plusmarquista español en 48 horas». Ha sido la sexta vez que corre el Maratón de Málaga.
También fue especialmente llamativa la estampa que dejó Rufino Sánchez Sánchez, un murciano que presume orgulloso de su lugar de origen: Alhama de Murcia. Es de esos que se curran los detalles. Portó durante todo el recorrido una bandera de España, con el nombre de su pueblo en el centro, su nombre y su sobrenombre en la parte posterior –RUFINO ‘X THE WORLD’– y en los laterales las ciudades (y los años) donde ha completado maratones. En total cuenta 90. «Y si todo va bien, haré mi 91º maratón en marzo, en Tokio», agrega. Sus mejores tiempos los ha conseguido en Sevilla, aunque reconoce que el más especial de todos fue el de Nueva York, en 2009. «Correr allí es una pasada».
Como en cada cita atlética en Málaga, los miembros del club ‘Todos a correr’, de Fuengirola, apareció en la meta junto a su gran amigo Borja Chica, un joven malagueño con parálisis cerebral que lucha por tener una silla atlética propia para participar en pruebas de este tipo. Entre lágrimas, algunos de ellos exteriorizaron su satisfacción por haber completado el recorrido junto a Borja, la causa por la que ahora pelean en común. Este club siempre está ligado a luchas solidarias.
Más allá, atletas de todas partes del planeta lucieron símbolos propios y representativos para ellos. Sobre la barrera de las dos horas y medias apareció un corredor japonés vestido de rosa y disfrazado de un Pokémon, Slowpoke, con su imagen en la camiseta y un gorro, emulándolo. Otra forma de sentir los colores. Sus colores. Como el que corre vestido del Málaga en Tokio. Y como siempre, no podían faltar las camisetas de sus equipos del alma. Desde la blanquiazul, la del club de la ciudad anfitriona, hasta otros escudos foráneos como lo del Union Saint-Gilloise (Bélgica), Sheffield Wednesday (Inglaterra) o el Werder Bremen (Alemania).
