Camagua Folk Dance 2024: Saberes, culturas, movimientos (+Fotos)

Autor: Administrador

CAMAGÜEY.- El quinto Festival Internacional de Danza Folclórica “Camagua Folk Dance”, que culmina este domingo, ha sido una fiesta de la danza y un espacio de reflexión profunda sobre el significado de nuestras tradiciones y el papel del arte en la sociedad contemporánea.

Este año ha contado con la presencia de parejas de 15 países (sin contar Cuba) que han compartido sus tradiciones con el público cubano, en franco intercambio cultural. Sin embargo, lo que más resalta es cómo se ha logrado despertar una motivación personal y colectiva que trasciende la exhibición escénica.

La danza folclórica tiene una cualidad única: surge del “hacer” cotidiano de los pueblos, de sus ritmos de trabajo, celebraciones, rituales y ceremonias. Antes de ser codificada o llevada a un escenario, pertenece a las plazas, a los caminos, a los campos. Es una manifestación que conecta lo sagrado con lo festivo, lo personal con lo colectivo, y lo histórico con lo contemporáneo.

En eventos como el Festival Camagua, podemos apreciar cómo estas expresiones tradicionales no pierden su esencia. Es una celebración de las raíces que, paradójicamente, en el acto de representarse, se renuevan. Al exponer las danzas de un lugar, Camagüey pone en diálogo con otras culturas del mundo y genera un intercambio simbólico enriquecedor para todos.

La esencia comunitaria, ese disfrute, goce y ritual que precede la escena, es central en la danza folclórica. Los ensayos, las rondas de música en vivo, las conversaciones entre bailarines antes de subir al escenario, todo eso es parte de lo que hace especial a estas tradiciones. Es ahí donde está la vida de la danza, en ese tejido humano que se extiende más allá del espectáculo formal.

El caso de Camagüey, una ciudad con tanta riqueza cultural e histórica, es particularmente significativo. Su patrimonio arquitectónico, su poesía, su música y, por supuesto, su danza, han sido elementos esenciales para preservar una identidad cultural que dialoga con lo universal.

El “Camagua Folk Dance” 2024 refleja dos dimensiones muy diferentes pero complementarias: la competencia profesional, que exige un alto nivel de perfección técnica y artística, y la exhibición internacional, que prioriza el intercambio cultural y la riqueza expresiva de las tradiciones.

El hecho de que las parejas cubanas compitan profesionalmente es una muestra de la profunda conexión de Cuba con su propio legado. La danza folclórica cubana es conocida por su vibrante fusión de influencias africanas, españolas y caribeñas, y un concurso profesional en este contexto destaca la calidad de los artistas locales, y la sofisticación de la tradición misma como arte escénico.

Por otro lado, la participación internacional con enfoque no competitivo es igualmente valiosa, porque promueve el diálogo intercultural sin la presión de la competencia formal. Estos invitados traen consigo las historias, los colores y los ritmos de sus respectivas naciones, lo que enriquece la experiencia del festival. Además, el voto del público para los premios de popularidad crea un sentido de conexión directa, ya que permite que las personas celebren lo que más les resuena en términos de energía, estilo y autenticidad.

La incorporación de conferencistas y espacios teóricos en un evento como este es fundamental para enriquecer la comprensión del folclor, no solo como un arte performativo, sino como una construcción cultural cargada de significados históricos, sociales y políticos. Siempre abre puertas hacia reflexiones que a veces no alcanzamos a plantearnos en la experiencia del espectáculo.

Desde la edición pasada, un investigador colombiano invitaba a repensar las nomenclaturas y confrontar la “estética del despojo”, algo crucial, especialmente en un contexto latinoamericano donde nuestras tradiciones han sido constantemente moldeadas (y en ocasiones oprimidas) por miradas externas. La invitación a recuperar epistemologías propias para entender y nombrar nuestra danza es un acto de resistencia que honra las raíces originarias y reconoce las dinámicas de poder que han influido en su evolución.

Por eso, uno de los momentos más destacados de la parte teórica este año ha sido la intervención de Ruth Canseco. En su exposición sobre las mujeres mexicanas en la danza folclórica, habló tanto de las figuras icónicas como Amalia Hernández, como de las maestras invisibles que, con esfuerzo y dedicación, han sido guardianas de los saberes tradicionales. El acto de visibilizar a estas mujeres es una forma de justicia cultural. Podemos aplicarlo en Cuba al caso de los portadores.

Un complemento ideal para el festival sería un espacio donde los bailarines extranjeros puedan compartir sus experiencias y reflexionar sobre sus propias tradiciones, en diálogo con las cubanas. Eso enriquecería la comprensión mutua y podría generar ideas transformadoras sobre cómo preservar y reinterpretar estas tradiciones en el contexto actual. Quizá algo como mesas redondas, talleres abiertos o foros multiculturales. Sería hermoso escuchar, por ejemplo, cómo los artistas internacionales perciben la danza cubana y cómo encuentran puntos de conexión con sus propias tradiciones. La danza, como lenguaje universal, ya crea puentes, pero cuando ese lenguaje se analiza y discute, los puentes se hacen más sólidos y duraderos.

El hecho de que las presentaciones no se limiten al Teatro Principal, sino que lleguen a instituciones educativas y comunidades de otros municipios, es un gesto significativo. Cuba tiene una tradición cultural vibrante y un público que no solo consume arte, sino que lo vive, lo siente y lo interpreta desde una perspectiva muy visceral y comunitaria. Esa conexión, probablemente, sea algo que los artistas extranjeros noten y valoren de manera única.

Al menos, a través de la figura de Ruth Canseco fluyó esta vez el reconocimiento mutuo entre México y Cuba porque entre ambos se entrelazan los caminos de la enseñanza y la tradición. El hecho de que la escuela cubana de ballet haya dejado una huella en México, y que los maestros mexicanos hayan aportado también a la formación de bailarines cubanos, muestra cómo estos intercambios trascienden lo técnico. Es esencial recordar y honrar a quienes han sido transmisores de conocimiento, a las figuras que, desde su humildad o su renombre, han dado forma a lo que hoy se celebra en los festivales.

En ese sentido, el panel de cierre, con la participación de dos Premios Nacionales de Danza, Alfredo O’Farrill y Johannes García, fue un momento conmovedor. O’Farrill, conocido como el Changó de Cuba, recordó cómo, durante una función, resbaló mientras representaba a Ogún, pero en lugar de caer, continuó caminando sobre sus rodillas hasta lograr levantarse, lo que provocó la ovación del público. Este incidente resalta la flexibilidad física, la resiliencia y la espontaneidad propias de la danza folclórica cubana.

Por otro lado, el director del Conjunto Folklórico Nacional, Leiván García, evocó las enseñanzas de Rogelio Martínez Furé, quien siempre insistió en que los artistas del folclor deben hablarle al hombre de hoy con conciencia de su pasado. Además, Yoerlis Brunet, reconocido maestro de la danza moderna cubana, subrayó cómo el folclor ayuda a formar al bailarín, aportando una base sólida que le permite bailar con libertad y relajación. Este enfoque, que integra el entrenamiento físico con la conexión emocional y espiritual con el movimiento, es clave para entender cómo se contribuye al desarrollo humano integral.

Ambas visiones —la mirada teórica de Leiván y la práctica de Yoerlis sobre la preparación integral para el futuro— convergen en un punto común: la trascendencia del folclor como un arte que preserva identidades, moldea bailarines y públicos capaces de dialogar con las complejidades de su tiempo. Por tanto, el folclor es un motor de innovación y autodescubrimiento.

Asimismo, es valioso pensar en la evolución de las danzas que hoy se perciben como elitistas, como el vals o el ballet. Ambas nacieron en contextos populares y con fines simbólicos, pero con el tiempo fueron transformadas. El vals, por ejemplo, representaba el movimiento alrededor del sol; fue visto como escandaloso por su cercanía física entre los bailarines y acabó siendo aceptado y luego estilizado como un emblema de la sofisticación europea. Este fenómeno no es exclusivo del pasado; el arte folclórico contemporáneo enfrenta dinámicas similares de mercantilización.

Reflexionar sobre estos orígenes deviene un ejercicio necesario para comprender las tensiones entre la preservación de la tradición y las presiones del mercado, para identificar cómo las dinámicas de poder cultural influyen en qué formas de danza se consideran “altas” o “bajas” en determinados momentos históricos. Este tipo de análisis plantea preguntas sobre el presente: ¿Qué danzas de origen popular estamos viviendo hoy que podrían convertirse en formas estilizadas o elitistas en el futuro? ¿Cómo podemos proteger la esencia de estas danzas frente a las dinámicas de comercialización sin cortar su capacidad de evolución?

Por último, el Festival Camagua, con su enfoque tanto en la representación como en la reflexión, se posiciona como un espacio crucial para el entendimiento y la revalorización del folclor. Hay, además, gracias al Festival Camagua, algo humano y bello: esa capacidad de reconocernos en lo propio a través del contraste con lo ajeno. Al observar el movimiento del cubano, la fluidez, la sensualidad y la organicidad, asumimos un momento de reafirmación, de orgullo.

Es cierto que los cuerpos en movimiento cuentan historias diferentes dependiendo de dónde vienen, y el cuerpo cubano, en la danza, no solo se contonea, sino que también dialoga con su entorno, con la música y con la audiencia de una manera muy particular. Esa organicidad es quizá lo que hace que las danzas cubanas se sientan tan vivas, tan inmediatas. La fluidez de las caderas, el balanceo natural y el contacto visual directo entre bailarines y espectadores son elementos que hacen que nuestra danza trascienda lo técnico para convertirse en un lenguaje emocional.

En este sentido, el Festival Camagua ha logrado, una vez más, consolidarse como un megaevento que celebra la danza e invita a todos —artistas, académicos y públicos— a ser parte de un diálogo constante sobre la identidad, la memoria y el futuro del arte folclórico.

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