«¡Qué bien te veo!» Esa es la frase estrella. La que según los profesionales de la medicina estética busca la mayoría de sus pacientes. «Por supuesto que buscan verse mejor, pero también que la gente les diga ‘qué buena cara tienes’ o ‘estás estupenda’. Y no que les noten que se han hecho algo porque detecten una expresión rara, las cejas subidas o la frente planchada», afirma la doctora Mar Mira, codirectora de la clínica Mira+Cueto (Madrid). Esto que cuenta la doctora explica, a su vez, cómo se entiende, actualmente la medicina estética en nuestro país.
Según los últimos datos de la Sociedad Española de Medicina Estética, referentes a 2023, el 50% de la población se había realizado algún tratamiento de este tipo (en 2022, un 40%). El mismo informe señala que los más demandados son la luz pulsada (IPL), el ácido hialurónico, la mesoterapia y el bótox. ¿En común? Son poco invasivos, mejoran la calidad de la piel y, cuando los realizan manos expertas, ofrecen resultados naturales. Es decir, encajan en la filosofía well-aging que va calando en la población, especialmente entre los millennials. «De hecho, los tratamientos con neuromoduladores son los más solicitados entre los 25 y 44 años«, confirma María Cudeiro, directora general para España, Portugal y Suiza de Evolus, compañía que trabaja para el desarrollo de tratamientos estéticos.
Naturalidad y mayor confianza
Además de la naturalidad, uno de los aspectos que más valoran quienes confían en la medicina estética es sentirse más seguros de sí mismos. Valga de ejemplo una reciente encuesta realizada por Evolus entre más de 1.000 consumidores interesados en la belleza. Más del 65% cree que estos procedimientos pueden ayudarles a aumentar su confianza. «A nivel emocional resulta lógico que el verse más favorecido nos proporcione cierta sensación de bienestar», explica la doctora Remedios Gutiérrez, psiquiatra y psicoanalista del Centro de Estudios y Aplicación del Psicoanálisis (CEAP). Para conseguir ese objetivo resulta fundamental, de nuevo, apostar por tratamientos, como el bótox, que no dejen huella estética. Evitar ese impacto a largo plazo cobra más importancia, si cabe, teniendo en cuenta que la edad media del paciente se sitúa actualmente en los 39 años.
La buena cara de Kate Middleton
«Lo que hacemos es jugar con la fisiología de nuestro cuerpo y las herramientas que están científicamente avaladas por su seguridad y eficacia», apunta la doctora Sofía Ruiz del Cueto, la otra mitad de la clínica Mira+Cueto. En su opinión, «no se trata de rellenar el rostro, ni hincharlo, ni congelarlo. Sino de conseguir que el músculo funcione de la manera óptima para que la persona tenga una expresión más armónica y favorecedora al tiempo que su piel también tiene mejor aspecto«. En eso consiste la medicina estética sin huella.
Si bien esta forma de hacer guía cada protocolo, resulta fundamental cuando se habla de los millennials. «No olvidemos –advierte la doctora Ruiz del Cueto– que cuanto más joven, más expresión tienes. Por eso, si el rostro parece congelado o sin expresión, le quitas su juventud». La doctora Rosa del Río, dermatóloga de la Clínica Pedro Jaén, coincide con esta perspectiva. «Asistimos a un cambio de paradigma: hemos pasado de la cara planchada de Nicole Kidman a Kate Middleton, con la cara descansada, fresca, sin perder la expresión.»
Así actúa el efecto espejo del bótox
Pero más allá de la parte subjetiva que se puede experimentar al verse mejor, la ciencia ha querido ir más allá para comprobar la posible acción neurológica del bótox. Hace ya un tiempo, algunos doctores empezaron a sospechar que las inyecciones con toxina botulínica A podían mejorar los estados de ansiedad e, incluso, depresión. A ese efecto se le conoce como neurofeedback y funciona parecido a un espejo y ha sido respaldado por diversos estudios. «Se ha demostrado que cuando nosotros nos vemos bien, nuestro cerebro interpreta también que estamos bien», explica Mar Mira. Recordemos que la principal aplicación estética de este neuromodulador consiste en suavizar y reducir las arrugas o las líneas de expresión a través de la paralización temporal de los músculos.
En concreto, se aplica en las de la frente, entrecejo y las patas de gallo. Estas zonas, especialmente el entrecejo, son las que más se relacionan con una cara triste, angustiada o de enfado (te encuentres así o no). Por eso, si los músculos responsables de esas expresiones están inhibidos, el cerebro deja de recibir la señal de que te sientes de ese modo. Sin embargo, no todos los profesionales de la salud consideran estas conclusiones determinantes. «La mejora de la depresión con neuromoduladores no es concluyente desde un punto de vista médico-psiquiátrico», sostiene la doctora Gutiérrez. Y subraya, «los malestares psicológicos no se arreglan sólo mejorando lo externo, para cuidar la salud interna también hay que trabajar el interior»,
El neuromodulador de los millennials
Sea un efecto subjetivo o tenga también una explicación fisiológica, lo cierto es que la toxina botulínica tipo A sigue siendo una sustancia con aplicaciones muy interesantes. Además de las médicas –migrañas, parálisis, estrabismo, sudoración excesiva…– y las estéticas que ya conocemos (reducción de arrugas), se ha comprobado su acción sobre la salud de la piel. Al parecer, su efecto va más allá del músculo, actuando en las células cutáneas, por lo que se está estudiando para tratar rosácea, acné o cicatrices.
Algo que redundaría aún más en su papel sobre el bienestar emocional. La mayor investigación sobre este neuromodulador está llevando también a que se desarrollen y comercialicen nuevos tipos. Nuceiva, de la compañía Evolus, es la última en llegar a España. Su precisión, que se traduce en naturalidad, y la mayor rapidez en los efectos hacen que se posicione como el bótox idóneo para los pacientes millennials.
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