Las elecciones presidenciales en los Estados Unidos no solo fueron un evento crucial dentro de sus fronteras, sino un acontecimiento de repercusión global. El mundo entero estuvo en vilo de los resultados, desde la franja de Gaza, hasta la cordillera de Los Andes, desde las tierras que se nutren del mar arábigo, hasta la tierra de los hijos de los días. Después de este movido acontecimiento, que resonó en todos los confines del planeta, es útil analizar qué convierte a estas elecciones de dicho país en un hecho tan importante que afectaría las políticas de países extranjeros. Esto mismo me lo preguntó un compañero estudiante de Ciencias Políticas de Pittsburgh University, y esta pregunta se la hacen muchos los estadounidenses, ya que no comprenden por qué tantas personas de otros países estaban apoyando a un candidato u otro, si al final no los gobernarán a ellos. Lo cierto es que, aunque los tome por incrédulos a muchos, lo que sucede en EE. UU. repercute no solo en el resto de la región, sino que en el planeta entero.
Como un doliente de los males latinoamericanos, como hijo de la cuna de América, y por tantas otras razones que desembocan en nuestros mares, he decidido analizar los efectos que el triunfo de Donald Trump y su política exterior, en “el Gigante del Norte”, provocaría para los países de aquel gran pedazo al Sur del río Bravo.
La política exterior de los Estados Unidos, por lo menos desde hace 100 años, es una de las mayores prioridades para ambos partidos mayoritarios (Republicanos y Demócratas). Sin tomar en cuenta que el gasto en defensa (o gasto militar) es el más alto del mundo, y por mucha diferencia. Un gasto que se usa para todo, menos para la defensa, ya que se ha encargado de llevar la violencia, atacar, y crear guerras en países “indefensos”. Pese a esto, un factor muy importante a tomar en cuenta, es que, sin embargo, América Latina, desde hace ya muchos años, no se encuentra dentro de estas prioridades.
El último gran momento que se podría destacar de gran importancia para EE. UU., en LATAM, fue aquella reunión de G.W. Bush en la cumbre del ALCA y que concluyó en la tensa situación posterior con Hugo Chávez con el famoso “ALCA, ALCA, al carajo”. Esta propuesta para el libre comercio en América, al caerse en la cumbre de las Américas, fue un punto de inflexión para la política norteamericana hacia LATAM. Refleja lo que es y ha sido nuestra historia, y como nunca se ha llegado a acuerdos que beneficien a ambas partes, por la incapacidad de sobrepasar las barreras ideológicas, y por culpa de mandatarios extremistas, que caracterizaron la política latinoamericana en el pasado siglo. Un intento similar por parte de EE. UU. hacia LATAM se vio en el siglo XVIII, y en 2005 se vuelve a intentar, pero volvió a caerse. Desde ese momento, Bush y los que lo precedieron en el cargo, prefirieron alejarse de esas discusiones y controversias en las cuales estaban envueltas algunas naciones latinoamericanas. Aun habiéndose acabado la Guerra Fría, los mandatarios populistas de aquel momento, con ideas aun trasnochadas y con libretos aun embotellados, decidieron rechazar esta gran propuesta para crear un área de libre comercio, ya que venía de los “yankis”.
Desde ese momento, la política de USA hacia LATAM ha sido dirigida a países específicos, como el caso nuestro y el DR-CAFTA, y no como región en conjunto. De hecho, no ha habido intentos de acercamiento por parte de EE. UU., mas que intentos aislados y de nuevo, en países específicos como el de Obama a Cuba y el de Trump con Guaidó a Venezuela.
Por tanto, no deberíamos esperar que América Latina sea una prioridad para Trump, pues tampoco lo ha sido por lo menos de 2005 hasta hoy para Estados Unidos, además que Trump tiene una visión más proteccionista. Lo que sí pudiéramos esperar es que, de ser afirmado por el Congreso el nombramiento de Marco Rubio como Secretario de Estado, este tendría planes para el futuro inmediato con Venezuela, Nicaragua y Cuba (país de donde proceden sus padres), y contrarrestar la presencia de China, Rusia e Irán en los países de izquierda de América.
Rubio ha sido muy crítico contra esta blanda –o como la llama “negligente”– política exterior de EE. UU. en América Latina contra regímenes autoritarios desde el fin de la Guerra Fría. Por esta parte podríamos esperar una política más agresiva contra estos dictadorzuelos y pseudo-líderes.
En cuanto a casos específicos como este de Rubio, podemos sacar diversas consecuencias o efectos políticos y económicos que las políticas de Trump podrían causar en diversos países latinoamericanos.
Uno de estos aspectos específicos será con Argentina. Específicamente, el presidente argentino, Javier Milei, el cual públicamente demostró su apoyo a D. Trump y el apoyo del gobierno argentino para “Hacer América Grande de nuevo”, es uno de los que más felices debe estar por la victoria del republicano. Pero esta devoción es más que simple idolatría. Algo que busca el presidente argentino es que, con Trump como presidente de EEUU, el FMI (Fondo Monetario Internacional), del cual EEUU es el principal accionista, pueda influir en que Argentina pueda conseguir más préstamos. Trump, en 2018, ya hizo esto con Argentina y Mauricio Macri, y lo que fue en ese momento el mayor préstamo que el FMI le ha dado a cualquier país. Milei, con este nuevo financiamiento, buscaría una salida de los controles cambiarios que asfixian a Argentina desde 2019 y restringe la llegada de inversión extranjera al país de la Patagonia, debido a la fragilidad de su peso y el valor-riesgo de su deuda.
En cuanto a amenazas ya anunciadas, Donald Trump anunció que, desde el primer día de su gobierno, el 20 de enero de 2025, impondrá aranceles del 25 % a México y Canadá, con lo que pretende parar la inmigración de ilegales y el tráfico de fentanilo.
No obstante, estos aranceles podrían ayudar indirectamente a las economías latinoamericanas como la nuestra, ya que atraería inversión extranjera a localidades cercanas a USA y con tratados de libre comercio. Estas empresas que se verían afectadas por esta carga a la exportación, se verían casi obligadas a mover sus operaciones a países con los cuales EE. UU. tenga un Tratado de Libre Comercio (TLC) y les convendría también que sean cercanos geográficamente, y donde la mano de obra no sea cara. Marginalmente, esto significaría más empleos y dinero, que no estaban provistos, entrando al país sin mayor esfuerzo.
Otro factor sería de sus planes con la política monetaria, con una visión más conservadora, que influiría en las políticas monetarias latinoamericanas para que relajen también sus bajas tasas y se monten en la ola de subidas de las tasas de interés. Sin embargo, primero debería de entenderse con el vigente gobernador de la Reserva Federal, Jerome Powell, con el cual han diferido en diversas ocasiones y en el anterior mandato del presidente Trump.
Y sin duda, el tema más controversial y polarizador con el que Trump se hizo famoso, la inmigración ilegal, volverá a tomar un papel importante desde los primeros días de su gobierno. Anunció ya que desde el día 1, comenzará la masiva deportación de los indocumentados. ¿En qué se traduce esto para la República Dominicana? La respuesta corta sería que la política de deportaciones masivas de inmigrantes ilegales no repercutirá sobremanera a la República Dominicana ni a los dominicanos. Sí va a repercutir en mayor medida en los países Centroamericanos, donde lamentablemente todavía existen democracias frágiles, persecuciones, inestabilidad política, mucha delincuencia y violencia.
Aunque sería cínico eludir que la política anti inmigratoria de Trump provocará la deportación de una importante cantidad de dominicanos, y esto, por consiguiente, reduciría la cantidad de remesas que entran al país diariamente. Sin embargo, debido a la historia inmigratoria de dominicanos hacia Estados Unidos, no nos veremos tan afectados. Aunque se ha querido demonizar esta política, de la cual todos estamos a favor en nuestros países, pero al parecer no en el exterior, es una política que busca deportar a los “inmigrantes indocumentados” y parar el flujo de los mismos. Los dominicanos no nos encontramos ni siquiera entre los 10 países con mayor presencia de indocumentados en Estados Unidos, al revés, somos de las nacionalidades con mayor presencia de inmigrantes con toda la debida documentación, y la gran mayoría con ciudadanía y doble ciudadanía.
Algo que nos ha caracterizado a los latinoamericanos es que creemos en una suerte de dependencia con Estados Unidos y que de ellos depende nuestro progreso. Nada más alejado de la realidad. Lo que ha eliminado la barbarie y ha fomentado el progreso en los países del “primer mundo” ha sido lo que más le ha faltado a nuestros pueblos: institucionalidad y estabilidad política. El secreto hacia el progreso está perfectamente resumido en una frase que dijo el Dr. Leonel Fernández en la FUNGLODE: “La base para el progreso de los pueblos está en la democracia y el desarrollo”.
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