Está internet empeñado en que al Black Friday (este viernes 29 de noviembre) le quede poco de ‘friday’. Las cadenas más madrugadoras empezaron a anunciar ofertas hace más de un mes, pero lo que se ha convertido en hábito es sumarse a la fiesta durante la semana previa. ‘Black Week’, lo llaman ya. Sin embargo, a juzgar por lo que perfilan las encuestas que tratan de adivinar lo que ocurrirá este año, este partido todavía se juega en terreno físico (KPMG, y Appinio, por un lado, y Carrefour, por otro, coinciden, en que hay más público que prevé comprar solo saliendo a la calle –un 30%–, que gente que pretenda consumir solo a través de internet –el 22%–). Y, en terreno físico, la clave sigue siendo este fin de semana.
Sin ir más lejos, El Corte Inglés, uno de los reyes de esta fiesta, no ha abierto sus ofertas a todo el mundo hasta el jueves, así que las expectativas respecto a lo que puede ocurrir, especialmente desde este viernes tarde en adelante, son altas.
En el de la Plaza Catalunya de Barcelona, este viernes por la mañana solo dos estudiantes de un instituto americano mantenían vivo el espíritu yanqui del Black Friday. Han aprovechado que en su centro no hay clase por ser Acción de Gracias, y se han puesto a hacer cola a las 7 de la mañana. “Quería ser el primero”, explica uno de ellos. “Pensaba que estaría lleno de gente esperando –admite con algo de decepción–. Veo que no es un día muy importante para vosotros, ¿no?”.
No lo es para las veinte personas que les acabarán acompañando cuando queden 5 minutos para que abran las puertas –“vengo a ver qué tal las ofertas”, explica uno de ellos, sin mucho ímpetu–, ni lo parece para la mayoría de los que irán llenando estos grandes almacenes a lo largo de la mañana, pero sí para el grupo que, a esa misma hora, ya está haciendo guardia en frente del Zara que hay a 250 metros.
Allí sí que se desata el frenesí una vez se abren las puertas. La tienda lleva minutos en marcha y el bullicio es evidente. Rumor constante, sonido de perchas arriba y abajo, movimiento incesante de trabajadores, chicas que acumulan prendas rápido sobre sus brazos sin haberlas apenas mirado, y más de una clienta arrastrando maletas con la intención de llenarlas de gangas. Una de ellas la acaba abriendo allí en medio cuando ya no puede con toda la ropa que sostiene.
“Es que hay hasta un 40%… ¡Y solo hoy!”, tratarán de explicar Irene y Lili, que también dan con el otro gran motivo tras la estampa: la mayoría de este público es extranjero. “Si Inditex ya les parece barato, pues hoy más”.
Dos amigas recién llegadas de Dubai le dan la razón. “Esto de normal ya está como un 40% más caro allí, y hoy tenemos bonus extra”, se explican, cargadas de prendas hasta arriba. No es que hayan venido específicamente a eso (una amiga catalana se casa este fin de semana en la Costa Brava), pero un Zara repleto de descuentos… “Había que aprovechar”, confirman.
La falta de afán por el descuento
Es, en realidad, uno de los pocos rincones que aún conserva la esencia del Black Friday. Frente a ella, Uniqlo y HyM llevan días con ofertas de un tipo u otro. Sea por eso o porque a ojos de un ‘guiri’ Zara gana en ‘españolidad’, en estas tiendas se compra algo más tranquilo. Lo mismo ocurre en Mango, algo más arriba, o en otras cadenas del mismo imperio Inditex: Pull&Bear, Stradivarius, Bershka… Gente hay, y más irá habiendo a medida que avance el día. Bolsas se ven, señal de que la gente no solo pasea. Y las tiendas están llenas, aunque no abarrotadas.
A primera hora de la mañana, de nuevo dentro de El Corte Inglés, una dependienta admitía que durante toda la semana ha visto menos bullicio que el año pasado. “La gente ya no tiene tanto afán por el descuento, ve que puede ir encontrando ofertas constantemente, así que ya no se apura”, elucubraba, antes de matizar que esperaba un cambio de tendencia a partir de esta tarde.
En parte ha ocurrido, porque el público ha incrementado con el paso de las horas, pero el espíritu ha seguido recordando más al de por la mañana. Dos risueñas Emilia y Presen explicaban, entonces, que estaban allí mirando a ver si una marca de ropa en concreto sí se había sumado a los descuentos. “Es que no hace nunca”, se justificaban, pese a dejar claro que si no llega a ser porque tenían que hacerse un análisis allí cerca, probablemente ni estaban. Menos a esas tempranas 9 de la mañana.
Cerca de ellas, Loli ha empleado la media hora que tenía antes de entrar a trabajar para lo mismo. “Chafardear”, dice, y ver si se saca de encima algún regalo. “Es que te das cuenta de que hay cosas teóricamente rebajadas que otros días están más baratas, entonces…”, lamenta. La clave –ha apuntado Madara, otra clienta, en otra conversación más tarde– es ir a piñón fijo: ella ha salido de allí, bolsa en mano, tras comprar un 20% más barato un regalo que llevaba días monitorizando. “Hay que hacerse una lista de lo que se quiere, porque si vienes a ver qué hay, te despistas y acabas comprando cosas que o no necesitas o que en realidad no están rebajadas”. Que se lo digan a quien la interroga, que estaba allí para escribir un reportaje, y se va, también, bolsa en mano.