La presidencia de Joe Biden, desde su inicio en enero de 2021, ha sido un constante navegar entre tormentas. La pandemia, una economía inestable golpeada por la inflación galopante, y un aumento preocupante de la inmigración ilegal han marcado el escenario interno. Simultáneamente, la escena internacional se ha presentado como un campo de batalla geopolítico, con la guerra en Ucrania como epicentro, tensiones crecientes con China y la urgencia apremiante de la crisis climática.
Biden ha intentado contrarrestar estas presiones con un enfoque multilateral, buscando fortalecer alianzas tradicionales. Su administración ha revitalizado la OTAN y ha liderado una coalición internacional en apoyo a Ucrania, aunque la amenaza implícita de un uso nuclear por parte de Rusia, agudizada por la introducción de misiles hipersónicos, añade una capa de inestabilidad sin precedentes. Las recientes declaraciones de Putin, no dejando entrever una posible vía de desescalada, mantienen a la comunidad internacional en vilo.
La compleja relación con China exige una estrategia de delicado equilibrio entre competencia y cooperación. Si bien se han implementado sanciones y medidas de contención, la administración Biden busca mantener canales de comunicación abiertos para evitar una escalada peligrosa.
La lucha contra el cambio climático ha sido un pilar de su mandato. El compromiso con la meta de emisiones netas cero para 2050, aunque ambicioso, se enfrenta a los desafíos de la implementación. La COP26, celebrada en noviembre de 2021, donde Biden intentó impulsar acciones globales concretas, representa un hito en este sentido.
Sin embargo, la situación en Oriente Próximo añade otra capa de complejidad. La acción militar en Gaza, y las consiguientes acusaciones de “crimen de guerra” contra el primer ministro Netanyahu por parte de la Corte Penal Internacional, plantea un dilema para Estados Unidos, teniendo en cuenta la estrecha relación histórica con Israel. Este conflicto, más allá de las complejidades morales y jurídicas, presenta un impacto geopolítico a nivel mundial.
Joe Biden, presidente de Estados Unidos.ARCHIVO/LD
Esta guerra es un drama humano digno del fin de los tiempos. Es un acto de crueldad producto de la lucha irracional donde convergen los intereses más heterogéneos, militares, políticos, religiosos y grupos étnicos.
La Ciudad de Gaza, la ciudad más grande de la Franja de Gaza, que es parte de los Territorios Palestinos, administrados por la Autoridad Nacional Palestina y el grupo Hamás, ha sido destruida por los bombardeos de Israel.
La ciudad ha sido un importante centro durante varias civilizaciones a lo largo de miles de años, siendo un centro vital en diversas épocas antiguas, recordamos que data del reinado de Tutmosis III en el siglo XV a. C., hoy es reducida a un polvo fantasmal.
El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, con temple de hierro, ejerce su dominio en este emblemático enclave de la guerra, que fuera lugar de asiento de los filisteos en tiempos bíblicos.
El fortalecimiento de los BRICS, manifestando una nueva arquitectura geopolítica multipolar, presenta un reto adicional a la política exterior de Biden. China y Rusia, en particular, emergen como actores cada vez más influyentes, redefiniendo las dinámicas de poder globales.
Los últimos meses de la presidencia de Biden, por lo tanto, se presentan como un período crucial, en el cual deberá tomar decisiones con consecuencias de largo alcance. La sombra de un sucesor con una ideología diferente intensifica la presión sobre la administración y los demócratas. El legado que dejará Biden, entre el éxito y la frustración, será objeto de debate durante muchos años. Este “último acto” se desarrolla en medio de una intrincada red de conflictos que definirán el futuro de la geopolítica mundial.
Los últimos sorbos de poder del presidente Joe Biden son motivos de preocupación a nivel global. En el ocaso del poder, se puede generar gran turbulencia en la economía global.
