Este 12 de noviembre podemos destacar la biografía de tres personas, dentro del complejo y rico santoral católico
Santa Agustina Pietrantoni
Santa Agustina Pietrantoni fue una religiosa italiana que ingresó en las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl y dedicó su vida al cuidado de los pobres y enfermos. Al enfermar de tuberculosis, fue trasladada a un hospital hostil hacia la religión, donde se prohibía el crucifijo, se expulsó a los padres capuchinos y se vetó cualquier mención de Dios. A pesar de este entorno adverso, Agustina encontró un pequeño espacio de culto donde los enfermos podían rezar. Recibió amenazas de muerte y cartas de odio, especialmente de Romanelli, quien finalmente la atacó brutalmente. En medio de su sufrimiento, Santa Agustina invocó a la Virgen y expresó palabras de perdón hacia su agresor.
San Cuniberto de Colonia
San Cuniberto, obispo de Colonia, jugó un papel clave en la renovación de la ciudad tras las invasiones bárbaras, promoviendo la fe y la devoción en toda la región. Su legado incluye la construcción de la hermosa iglesia de San Cuniberto en Colonia, la cual fue originalmente dedicada a San Clemente y más tarde rebautizada en honor a él cuando se trasladaron sus reliquias. Aunque los detalles de su vida no son abundantes, se sabe que Cuniberto fue educado en la corte de Clotario II, nombrado archidiácono de la iglesia de Tréveris, y, hacia el año 625, elegido obispo de Colonia. Su gran autoridad y carisma le ganaron el respeto de la nobleza y el pueblo. Entre sus labores, también asistió a varios sínodos importantes y trabajó en la evangelización de los frisios. Aunque su fecha exacta de fallecimiento es desconocida, San Cuniberto dejó un legado de santidad y servicio pastoral.
San Josafat, obispo y mártir
San Josafat, nacido como Juan en Lituania en una familia de zapateros, vivió entre católicos y ortodoxos. A los 24 años decidió hacerse monje y entró a un monasterio en Vilna, donde adoptó el nombre de Josafat. Desde entonces, dedicó su vida a la conversión de Lituania al catolicismo, buscando la unión con Roma. Su fervor y talento como predicador le ganaron el apodo de “el azote del cisma”. Sus esfuerzos lograron notables cambios en Vilna, y tras varios años, fue nombrado obispo de Polock a los 38 años. Sin embargo, sus éxitos provocaron también grandes enemistades. Un día, una multitud enardecida irrumpió en su casa, y Josafat fue brutalmente asesinado, sellando su vida con el martirio y dejando un ejemplo de fe y sacrificio.
