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Xi Jinping pide a EE UU “certidumbre” en la relación entre las dos mayores potencias del mundo

Autor: Macarena Vidal Liy

Certidumbre. Es lo que el presidente de China, Xi Jinping, ha pedido directamente al presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, e indirectamente al Gobierno entrante de Donald Trump, en la tercera y última reunión de los líderes de las dos grandes potencias mundiales antes del relevo en la Casa Blanca el próximo 20 de enero. Pragmático, el líder de la segunda economía del mundo también ha expresado su disposición a colaborar con la nueva Administración en Washington “para mantener la comunicación, expandir la cooperación y gestionar las diferencias para una transición sin incidentes, por el bien de los dos pueblos”.

En su encuentro este sábado, en Lima (Perú), tras la clausura de la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico (APEC), Biden y Xi han querido mandar un mensaje de estabilidad en la relación bilateral más compleja —y más importante— del mundo. “El objetivo de China de una relación sana, estable y sostenible entre los dos países sigue sin cambios”, declaraba el presidente de la República Popular.

Por su parte, Biden subrayaba lo que ha sido su posición reiterada durante sus cuatro años de mandato: que la relación entre los dos países puede ser de “competición”, pero no debe ser de “conflicto”.

El encuentro se desarrolló en el hotel donde se aloja el dirigente chino, que actuaba como anfitrión después de que Biden hubiera ostentado ese papel en su cita anterior, el año pasado en San Francisco.

La última reunión, salvo sorpresa, entre el presidente chino y el presidente saliente estadounidense tenía como objeto dejar estabilizada, en la medida de lo posible, la relación bilateral más importante del mundo y una que el Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca describe como “difícil y complicada, pero fundamental”. También resolver, en la medida de lo posible, asuntos pendientes antes de la llegada al poder de un Trump que mantuvo una tormentosa relación con Pekín. Washington está más que molesto por un caso de hackeo vinculado a China en los sistemas telefónicos del Gobierno estadounidense y de las campañas presidenciales, y trata de reducir el apoyo del país asiático a la maquinaria bélica rusa en Ucrania.

“Hay muchos asuntos primordiales, entre ellos lo que China pueda hacer para poner fin al apoyo que está dando a Rusia en la guerra en Ucrania, y si hay algo que Pekín pueda hacer para impedir que Corea del Norte envíe munición y soldados a la región de Kursk y a los combates. Y además, querían repasar los progresos alcanzados en diversos temas desde su última reunión, en San Francisco”, apuntaba en vísperas de la reunión Victor Cha, presidente del Departamento de Geopolítica del think tank Centro de Estudios Estratégicos Internacionales (CSIS).

Los dos líderes tenían previsto hablar, según había adelantado la Casa Blanca, de asuntos en los que los dos colosos comparten intereses, como la lucha contra el narcotráfico, específicamente de fentanilo; el cambio climático; la inteligencia artificial, sus usos y sus estándares, en conversaciones “difíciles, pero productivas”; la comunicación entre las respectivas fuerzas armadas, para evitar que algún posible incidente pueda desencadenar consecuencias no deseadas.

Biden también iba a plantear asuntos como Taiwán, el mar del Sur de China, los derechos humanos y las políticas comerciales de Pekín que Washington considera injustas, según adelantaba esta semana en rueda de prensa su consejero de Seguridad Nacional, Jake Sullivan. Y la preocupación de Washington por el apoyo de la República Popular a la maquinaria de guerra de Rusia en Ucrania, y el envío de más de 10.000 soldados norcoreanos a Rusia, supuestamente para combatir en ese conflicto. “Estamos cada vez más preocupados por las consecuencias de este despliegue en la estabilidad a largo plazo en Europa y el Indo-Pacífico”, apuntaba un alto funcionario estadounidense en vísperas del encuentro.

“La competición con China va a ser lo que defina cómo será el mundo a lo largo de los próximos diez, veinte, treinta años. Y, por tanto, tendrá que ser una prioridad fundamental para la administración entrante”, declaraba Sullivan.

Durante el mandato de Biden lo ha sido. Ha mantenido muchas de las medidas de su predecesor de castigo a China, incluidos los aranceles, y ha aprobado ambiciosas leyes con la vista puesta en la competición con Pekín, como la ley CHIPS para alentar la innovación y la producción de semiconductores, al tiempo que limita el acceso del rival a la tecnología puntera estadounidense. Una estrategia que la Casa Blanca describe como “invertir, alinear y competir”.

Pero uno de los afanes del presidente saliente desde su llegada al poder también fue estabilizar la relación para evitar que la competición pudiera derivar en conflicto. Los lazos habían entrado en barrena durante la segunda mitad del mandato de Trump: primero, por una guerra comercial precipitada por la imposición estadounidense de aranceles como vía sui generis para equilibrar la balanza comercial. Después, por la pandemia, cuyos primeros casos se detectaron en la ciudad china de Wuhan y cuyas consecuencias contribuyeron a que el republicano perdiera las elecciones de 2020. Y, ya durante el mandato del demócrata, como consecuencia de la visita de la entonces presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, a Taiwán, la isla de régimen democrático que Pekín considera parte inalienable de su territorio.

Biden se reunió por primera vez como presidente con Xi en Bali (Indonesia) durante la cumbre del G-20 de 2022. Ambos mandatarios ya se conocían, de cuando ocupaban las vicepresidencias de sus respectivos países. Y compartían su respeto por las instituciones. En aquella reunión acordaron detener la caída libre en la relación bilateral, tratar de cooperar donde compartieran intereses y competir con respeto allí donde rivalizaran.

Un compromiso que, mal que bien, se mantuvo durante los cuatro años de mandato de Biden, pese al incidente del paso de un globo aerostático chino por territorio estadounidense que congeló durante varios meses aquellos buenos propósitos. Para cuando los dos líderes volvieron a verse, hace casi exactamente un año en las afueras de San Francisco, también en los márgenes de la cumbre anual de la APEC, las aguas habían vuelto a su cauce de relativa tranquilidad.

La reunión de este sábado en Lima también tenía como objetivo repasar lo que pueda venir en la relación a partir del 20 de enero, cuando desembarque la nueva Administración Trump, en la que el republicano ya ha anunciado que situará al frente del Departamento de Estado al hasta ahora senador por Florida Marco Rubio, de posiciones muy críticas hacia Pekín. El presidente electo también ha prometido elevar los aranceles a los productos chinos al 60%, un paso contra el que Xi advertía este viernes. De ponerse en marcha, esa medida podría eliminar en la práctica el crecimiento del PIB del gigante asiático, que en la actualidad ronda el 4%: los expertos calculan que podría recortarlo en dos o tres puntos porcentuales.

En un discurso suyo, aunque leído por el ministro de Comercio, Wang Wentao, ante los empresarios participantes en la APEC, Xi advertía que “el mundo ha entrado en una nueva etapa de cambios y turbulencias”. El unilateralismo y el proteccionismo, decía “se extienden y la fragmentación de la economía mundial se ha intensificado”.

La situación es hoy muy distinta a la de 2017, cuando Trump asumió el poder por primera vez. China atraviesa ahora por una fase de fragilidad económica, consecuencia —entre otras cosas— de su prolongado cierre de fronteras y política de tolerancia cero contra la covid durante la pandemia. Pero también conoce mucho mejor ahora al presidente entrante estadounidense y sabe qué puede esperar. El interés del republicano es, sobre todo, un reequilibrio de la relación comercial.

“China ya llegó a una primera fase de un acuerdo comercial con el presidente Trump en enero de 2020, un acuerdo que no llegó a poner en marcha” por la pandemia, apunta Sun Yun, directora para Asia del think tank Stimson Center. “Esa puesta en marcha está potencialmente de nuevo sobre la mesa. La pregunta es si será suficiente” para estabilizar la relación, apunta la experta.

Tanto Xi como Biden continuarán ahora viaje a Brasil para participar en la cumbre del G20. Biden hará una parada intermedia en Manaus para convertirse, como ha proclamado la Casa Blanca, en el primer presidente estadounidense que viaja a la Amazonia para constatar de primera mano los efectos del cambio climático. Xi, por su parte, lleva a cabo una gira de una semana por una región latinoamericana en la que China ejerce una creciente influencia. Este jueves inauguraba el megapuerto de aguas profundas de Chancay (Perú). La semana que viene completará una visita de Estado a Brasil.

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