Francia tendrá un nuevo primer ministro a partir de este jueves, aunque nadie sepa completamente por cuánto tiempo. Emmanuel Macron, presidente de la República, ha decidido, dos meses después de las elecciones legislativas, que el nuevo inquilino de Matignon sea el conservador Michel Barnier, exministro y excomisario europeo, conocido también por haber sido el negociador europeo del Brexit. El nombramiento pone fin a semanas de quinielas, calabazas a derecha e izquierda y, sobre todo, nombres que ardieron en la hoguera de los tres grandes bloques políticos surgidos de los últimos comicios y profundamente divididos. Barnier será el quinto primer ministro de la era Macron. También el de futuro más incierto. “Es un momento grave”, admitió en sus primera palabras en el patio de Matignon.
“Habrá cambios y rupturas”, ha anunciado el nuevo primer ministro en su toma de posesión. “Y habrá que escuchar y aplicar mucho respeto. Entre el gobierno y el Parlamento, también hacia todas las fuerzas políticas, y digo todas”, señaló en clara referencia al RN y a La Francia Insumisa.
Las últimas semanas han devuelto a Francia el aroma a la IV República, los tiempos en los que el bloqueo y la ingobernabilidad castigaban al país. Macron quiso que los ciudadanos se expresaran en las urnas, y el 7 de julio se conocieron los resultados de las elecciones legislativas. Los comicios, fruto de una polémica e incomprendida disolución de la Asamblea Nacional, arrojaron un panorama político fragmentado en tres bloques. El Nuevo Frente Popular (NFP), la coalición formada por los partidos de izquierda para hacer frente al auge de la ultraderecha, se convirtió en la primera fuerza en la Asamblea Nacional con 193 de 577 diputados, aunque quedó muy lejos de la mayoría absoluta de 289. El bloque presidencial, formado por tres partidos de centro y centroderecha, obtuvo 166; y el ultraderechista Reagrupamiento Nacional (RN), 126. Pasada la euforia inicial por haber contenido el avance de la ultraderecha, la mayoría de fuerzas políticas entendió que Francia se asomaba al bloqueo.
51 días después de que Macron aceptara la renuncia de Gabriel Attal, el jefe del Estado ha resuelto el entuerto —al menos provisionalmente— con el nombramiento de Barnier como nuevo primer ministro y el encargo de formar gobierno. La única duda ahora es si Barnier, un europeísta contrastado, miembro del partido conservador Los Republicanos (LR) y especialmente rígido en la cuestión migratoria, recibirá el apoyo suficiente en la Asamblea Nacional para desarrollar su proyecto. Su nombramiento contraviene violentamente el esfuerzo de la izquierda por frenar a la ultraderecha en las últimas elecciones, incluso retirando en algunas circunscripciones a sus candidatos en favor de la mayoría presidencial que había armado Macron.
El Nuevo Frente Popular, en el que se integraban La Francia Insumisa, Los Ecologistas, el Partido Comunista y el Partido Socialista, llegó en primer lugar. Pero en lugar de poder elegir a un primer ministro —su propuesta fue Lucie Castets, una técnica semidesconocida— ve ahora que el nuevo inquilino de Matignon es un conservador de Los Republicanos.
La decisión ha sido acogida con profunda amargura por el NFP y alguno de sus integrantes, como Jean Luc Melénchon, prometen ya combatirla en el Parlamento y en la calle, donde el sábado hay convocada una manifestación contra Macron. Pero el ala más moderada de la alianza, el Partido Socialista que lidera Olivier Faure, tampoco piensa tragar con la decisión. “La negación democrática llevada a su apogeo: un primer ministro proveniente del partido que quedó en cuarta posición y que ni siquiera participó en el frente republicano. Estamos entrando en una crisis de régimen”, publicó en sus redes sociales.
Dos veces ministro en Francia —con Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy— fue también tres veces comisario europeo. En su cuenta de la red social X, se presenta como “Patriota europeo”. La última gran misión del veterano político, nacido hace 73 años en la localidad de La Tronche, en las faldas de los Alpes franceses, fue la de dirigir la negociación para la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Es esta una experiencia que le vendrá bien ahora para contemporizar con las fuerzas políticas enfrentadas y con el propio Macron, a quien no entusiasmaba la cohabitación con un primer ministro de otro partido o alguien con una agenda propia. No ha habido alternativa.
En 2021 intentó sin éxito ser candidato presidencial por Los Republicanos, partido en el que sigue militando pese a su lento proceso de descomposición. En una entrevista con este periódico hace un año, aseguraba que no tenía una agenda personal y que quería “cultivar y cultivar” alianzas para frenar lo que llama la “aventura de la extrema derecha”. Ahora, curiosamente, será ese espectro político quien decidirá si puede desarrollar su aventura como inquilino de Matignon y hacer frente a problemas urgentes como la confección de un nuevo presupuesto y el ajuste de las cuentas que exige Bruselas.
Protagonismo de Le Pen
La líder ultra Marine Le Pen se ha convertido inesperadamente en la clave de este largo y televisado proceso. En silencio al principio, marginada de las consultas y aislada por el resto de los partidos, ha ganado protagonismo en los últimos días cuando Macron entendió definitivamente que no podría romper el bloque de izquierdas. Le Pen ha aprovechado su resultado en las elecciones (es el partido más votado, pese a ser la tercera fuerza en el Parlamento, si se atiende a los bloques formados para los comicios) y se ha pronunciado sobre todos los nombres. Primero liquidó al conservador Xavier Bertrand, también al exsocialista Bernard Cazeneuve de forma menos clara, e incluso a Thierry Beaudet, un perfil técnico que gustaba a Macron, pero que había hablado mal de su formación en el pasado. Todos ellos habían sido hostiles con su partido o con ella. Y hasta que la líder del RN no ha levantado el pulgar hacia arriba, el jefe del Estado ha tenido que seguir pegado al teléfono prolongando un extenuante casting.
El RN ya ha anunciado a través de alguno de los diputados que desfilan a diario por las tertulias televisivas que no habrá una censura directa ni inmediata. Escuchará su programa para decidir si vetan su proyecto a través de una moción de censura. Y sobre todo, y eso será lo más interesante, observará con detenimiento el tipo de Ejecutivo que confeccionará. En todo caso, Le Pen ya explicitó sus tres principales condiciones a Macron para no tumbar a su candidato, y sirven para Barnier: dejar de ser tratados como “apestados”, poner en marcha una reforma de la ley electoral para pasar a un sistema proporcional y prestar especial atención a los temas de seguridad, inmigración y poder adquisitivo de los franceses. “Sesenta días después de la segunda vuelta de las elecciones legislativas, Michel Barnier es nombrado primer ministro. Como lo habíamos anunciado al presidente de la República, exigiremos que el nuevo jefe del Gobierno respete a los 11 millones de franceses que votaron por el Rassemblement National, que respete a sus personas y sus ideas”, publicó la líder del RN en la red social X.
Barnier, el primer ministro de mayor edad de la historia de la República —el más joven fue su predecesor Attal— cenó el miércoles en el Elíseo con Macron, que quiso conocer de primera mano sus ideas. Se trata un político experimentado, considerado por la mayoría como un hombre de Estado y con un perfil internacional muy contrastado. Su dura posición ante la inmigración irregular, podría ayudarle a conquistar a Le Pen. En las últimas primarias de Los Republicanos propuso un referéndum para decidir la reforma de las leyes de inmigración. Sin duda, necesitará su complicidad —o tolerancia— para sobrevivir más que su predecesor y evitar que la siguiente cabeza que peligre sea la del jefe del Estado, Emmanuel Macron.
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