Azerbaiyán es un país imposible de entender sin el gas y el petróleo. Su propio nombre deriva de la palabra fuego y es que, ya en la Antigüedad, esta región del Cáucaso, a orillas del mar Caspio, estaba poblada por santuarios donde los seguidores del zoroastrismo adoraban al fuego como manifestación de Ahura Mazda, su deidad. Esas llamas, que brotan de las entrañas del subsuelo de manera ininterrumpida —lo siguen haciendo en lugares como la Montaña Ardiente o el Templo del Fuego de Bakú—, no son sino la combustión de los hidrocarburos de los que está preñada esta tierra, especialmente en torno a la península de Absherón, donde se encuentra la capital, Bakú. Esta ciudad acoge la COP29, cuyo objetivo es reducir drásticamente los gases de efecto invernadero provocados, en buena medida, por el uso de estos combustibles fósiles sobre los que se ha construido el Azerbaiyán moderno.
La cumbre anual del clima (COP29), que arranca este lunes en Bakú y en la que participarán durante dos semanas los negociadores de los casi 200 países que forman parte de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, tiene un mandato claro: acordar un nuevo objetivo de financiación climática para aplicar a partir de 2025. Es decir, cuánto dinero se movilizará (ya sea con créditos o con ayudas a fondo perdido) para que los países con menos recursos puedan desengancharse de los combustibles y prepararse para los peores efectos del calentamiento. Y la discusión no sólo se centrará en el cuánto, también en el quién: a qué países debe ir destinada esa financiación y qué naciones deben poner sobre la mesa dinero.
La sede de cada una de estas cumbres, que se celebran desde los años noventa, es rotatoria por regiones y este año tocaba en él área de Europa del Este. Varios países presentaron candidaturas, pero Rusia los fue vetando porque formaban parte de la Unión Europea. Finalmente, se presentó Azerbayán, que no fue vetada por ninguna nación. El año pasado ya fue polémica la sede al recaer en otro país petrolero, Emiratos Árabes Unidos.
“Hasta que se anunció que Azerbaiyán acogería la COP29, las autoridades jamás habían hablado de la importancia del clima o del medio ambiente”, critica la periodista e investigadora de derechos humanos Arzu Geybulla, explicando que este tipo de grandes actos internacionales —como el Festival de Eurovisión, los Juegos Europeos o la Formula 1— son muy del gusto de las autoridades para proyectar una “imagen de actor importante” a nivel internacional. No en vano, subraya Eldar Mamedov, analista de Política Exterior y experto en el Cáucaso, el Estado azerbaiyano “está basado completamente en la exportación de hidrocarburos con muy poca diversificación económica”, lo que ha implantado “un modelo rentista que la elite política está interesada en preservar”.
Bakú se convirtió en la primera capital mundial del petróleo, cuando, en la segunda mitad del siglo XIX, el Imperio Ruso abrió esta zona a las inversiones extranjeras y los Nobel, los Rothschild, los Gulbenkian, se lanzaron a explotar los pozos petrolíferos. Nada más comenzar el siglo XX, Absherón producía más crudo que todo Estados Unidos. Tanto es así que, durante las dos guerras mundiales, las diferentes potencias se lanzaron a combatir por el control de estas reservas.
La guerra es, precisamente, el otro elemento que ha forjado el actual Azerbaiyán. Al desmembrarse la Unión Soviética en 1991, los armenios de la región de Nagorno Karabaj —oficialmente territorio de Azerbaiyán— se levantaron en armas y, con apoyo de la vecina Armenia, se independizaron del control de Bakú tras una guerra que dejó unos 35.000 muertos y más de un millón de desplazados.
Aunque no fuera un tratado de paz, sino un simple y precario alto el fuego el que cerró las hostilidades en 1994, resultó tan humillante para Azerbaiyán como la paz de Versalles impuesta a Alemania en 1919. Los armenios no solamente lograron el control del Karabaj, sino que expulsaron a los azeríes tanto de la región en disputa como de otras siete provincias circundantes, ocupando el 14% del territorio de Azerbaiyán. No hay paz peor que la guerra, pero una paz injusta es capaz de alimentar monstruos, y el nuevo Azerbaiyán nacía amputado y con sed de venganza.
Tras estos caóticos inicios como Estado independiente, Heydar Aliyev, un viejo zorro de la jerarquía soviética (fue vicepresidente de la URSS), retornó a su país dispuesto a enderezarlo, aunque fuese a base de mano dura. Atrajo a empresas estadounidenses, europeas, rusas y turcas para extraer las grandes bolsas de petróleo y gas submarino del Caspio, impulsando un nuevo boom económico. Los hidrocarburos y sus rentas sirvieron para mantener tranquilos a los diversos oligarcas que guerreaban entre sí y “para reconstruir el Ejército”, explica Mamedov, así como para acercarse a Estados Unidos y Europa, pero “sin alienar a Rusia”, y “acelerar la alianza con Turquía e Israel, una de las principales fuentes de equipos de guerra modernos para Azerbaiyán”.
En 2003, a la muerte de Heydar, heredó el poder su hijo Ilham Aliyev, que seguiría gobernando con el mismo manual, a la espera de la oportunidad de recuperar el territorio perdido. Tras varios intentos fallidos, el momento se presentó en 2020, en medio de la pandemia de covid, cuando Bakú lanzó a sus soldados con apoyo de drones turcos e israelíes y mercenarios sirios y recuperó buena parte del Nagorno Karabaj (murieron unas 7.500 personas). El año pasado, culminó el trabajo con una operación relámpago que expulsó de sus tierras a los 100.000 armenios que quedaban en el enclave, en lo que activistas e instituciones como el Parlamento Europeo han definido como “una limpieza étnica”.
Pese a ello, Armenia, que busca desesperadamente firmar un tratado de paz con un vecino crecido por sus victorias bélicas y con un discurso cada vez más irredentista, levantó su veto el pasado diciembre, permitiendo que la COP29 se celebre en Bakú.
Más de 300 presos políticos
“(Ilham Aliyev) tiene ahora la autoridad y la imagen de un presidente victorioso, que ha ganado la guerra. Y, por tanto, cualquier oposición a él es presentada como un acto de traición a la patria”, sostiene Mamedov. El Partido del Nuevo Azerbaiyán, que ha ganado todas las elecciones celebradas desde 1993, fue fundado por Aliyev padre, está dirigido por Aliyev hijo y su vicepresidenta es Mehriban Aliyeva, esposa del presidente, vicepresidenta de la República y heredera de una las familias más ricas de Azerbaiyán, los Pashayev. Los últimos comicios presidenciales, en febrero de este año, dieron una vez más la victoria a Ilham Aliyev con el 92% de los votos. Unas elecciones marcadas “por el silenciamiento de las voces críticas y la ausencia de alternativas políticas”, según el informe de los observadores internacionales.
Mediante sucesivas olas represivas, los Aliyev han ido construyendo un estado cada vez más autoritario, en el que no solo no existe oposición política, sino que la sociedad civil ha sido aplastada sin piedad. De hecho, las organizaciones de derechos humanos Human Rights Watch y Freedom Now denunciaron en octubre que, en últimos meses antes de la COP, la represión se ha intensificado con la detención de más de una treintena de activistas, académicos y periodistas bajo “acusaciones falsas”, así como con el cierre de varios medios de comunicación y de organizaciones e iniciativas de defensa del medioambiente. El Parlamento Europeo denuncia la existencia de más de 300 presos políticos, a los que Azerbaiyán mantiene encerrados en “condiciones inhumanas” en ocasiones sujetos a “tortura” y a los que “se les niega tratamiento médico”.
“Las autoridades de Azerbaiyán no soportan la crítica y no quieren que su imagen internacional se vea manchada. Así que esta represión y estas detenciones por motivos políticos son sistemáticas, pero se intensifican siempre que Azerbaiyán organiza algún acto internacional”, afirma Geybulla.
Azerbaiyán es uno de los países que más sentencias del Tribunal de Estrasburgo acumula en su contra por violaciones del Convenio Europeo de Derechos Humanos. Únicamente el año pasado, fueron 38, en su mayoría relativas al derecho a un juicio justo y a la libertad de los individuos. Pese a la dureza del régimen de Bakú, las autoridades europeas apenas han elevado la voz contra él. En parte, se debe a que la Comisión Europea ha buscado en Azerbaiyán un suministrador de hidrocarburos alternativo a Rusia. En realidad, la UE no es excesivamente dependiente del país caucásico (4% de las importaciones de petróleo y 6-7% de las de gas natural), pero al poco de iniciarse la invasión de Ucrania, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, se plantó en Bakú y firmó un acuerdo con Aliyev para duplicar las importaciones de gas natural azerbaiyano hasta 2027.
La otra razón hay que buscarla en la diplomacia y los lobbies azerbaiyanos. “Azerbaiyán ha puesto en práctica una política sistemática de sobornos a funcionarios y cargos electos en Europa para restar importancia a las violaciones de derechos humanos en Azerbaiyán y silenciar a los críticos (…) algunos casos han sido investigados y los implicados han sido juzgados y condenados por los tribunales de varios estados miembro”, denuncia el Parlamento Europeo en una reciente resolución en la que también se señala la implicación de Bakú en operaciones contra Dinamarca y Francia, en este caso mediante el apoyo a movimientos separatistas de Nueva Caledonia, Martinica y Córcega.
Por ello, el Parlamento Europeo considera que los “abusos contra los derechos humanos” y “contra la legislación internacional” de Azerbaiyán hacen al país “incompatible” con acoger la COP29. Los eurodiputados exigen que, al menos, Von der Leyen aproveche la ocasión para exigir a Aliyev la liberación de todos los presos políticos.
También la reputada ONG Transparencia Internacional, en un detallado informe, manifiesta su preocupación de que la cumbre climática se convierta en un “foro de la industria de los hidrocarburos” —dada la implicación de la petrolera estatal SOCAR en su organización— y para “promover los intereses empresariales” de la familia de la primera dama y vicepresidenta —su Pasha Holding es también parte de la organización—, mientras el “régimen de Aliyev” la utiliza como “una campaña de relaciones públicas internacional”.