La capital de Azerbaiyán, Bakú, acoge desde este lunes la cumbre del clima anual, la COP29. La cita ha comenzado con las alarmas sonando otra vez: la Organización Meteorológica Mundial (OMM) ha asumido ya que 2024 va camino de ser el año más cálido registrado hasta ahora. Además, se espera que sea el primer año natural en el que se supere la barrera de los 1,5 grados Celsius de calentamiento. Es decir, el primero en el que la temperatura media de la superficie terrestre esté 1,5 grados por encima de los niveles preindustriales, momento a partir del que se empezaron a quemar de forma masiva los combustibles fósiles que son en gran medida responsables de esta crisis. En la “alerta roja” lanzada por la OMM este lunes se advierte del “vertiginoso ritmo que el cambio climático ha adquirido en una sola generación, espoleado por la acumulación cada vez mayor de gases de efecto invernadero en la atmósfera”. A este aviso científico se le añade otro político: el daño que puede provocar a la lucha climática la victoria de Donald Trump en Estados Unidos.
Trump renegó del multilateralismo durante su anterior mandato y sacó a su país del Acuerdo de París, la guía internacional en estos momentos para canalizar los esfuerzos colectivos contra el cambio climático. Ese acuerdo habla de recortar las emisiones para que el aumento de la temperatura se quede dentro de los límites lo menos catastróficos posibles (porque esta crisis también alimenta eventos extremos como la dana que azotó hace dos semana a la Comunidad Valenciana). Pero el Acuerdo de París también aboga por prestar ayuda financiera a las naciones con menos recursos para que puedan reducir sus emisiones y, a la vez, adaptarse a los impactos de esta crisis. Es lo que se conoce como financiación climática, que en esta cumbre del clima estará en el centro del debate durante las próximas dos semanas (el cierre de la COP29 está previstos para el 22 de noviembre, aunque estas citas se suelen alargar).
“Aquí en Bakú debemos acordar una nueva meta de financiación mundial para la lucha contra el cambio climático”, ha insistido este lunes el secretario ejecutivo del área de cambio climático de la ONU, Simon Stiell. Para ello es básico que las naciones con más recursos colaboren con las que menos poder económico tienen. “Dejemos de lado la idea de que la financiación de la lucha contra el cambio climático es caridad”, ha señalado Stiell. Porque también es un ejercicio de autodefensa: si grandes países en desarrollo (como la India, Indonesia, Vietnam y Filipinas) no logran mejorar el bienestar de su población sin poner en el centro de su crecimiento a los combustibles fósiles no será posible dejar el calentamiento dentro de los límites de seguridad.
El vigente objetivo de financiación climática se estableció en otra cumbre, la de 2009. Se acordó que a partir de 2020 se movilizarían (con ayudas directas, créditos y otro tipo de herramientas) 100.000 millones de dólares anuales desde los países desarrollados a los considerados en desarrollo. Este objetivo, según la OCDE, no se cumplió hasta el 2022. De estos últimos años se han sacado varias lecciones. Por ejemplo, gran parte de la ayuda se ha centrado en medidas de mitigación (reducir las emisiones con, por ejemplo, la instalación de renovables) y mucho menos en adaptación (como protegerse con sistemas de alerta temprana de eventos extremos). Además, el grueso de la ayuda llega en forma de préstamos y no a fondo perdido. También se han detectado contradicciones, como que un gigante económico y emisor de gases como China no figure entre los países donantes y que, incluso, se haya beneficiado de esa financiación climática. Por último, se ha constatado que lo necesario para la transformación y adaptación que se requiere supera esos 100.000 millones de dólares anuales.
En la COP29 de Bakú se debe discutir todo esto. Debe acordarse cuánto dinero se movilizará a partir de 2025. “Los países desarrollados piensan en términos de miles de millones, pero en el mundo en desarrollo se habla de billones”, señalan fuentes de la Comisión Europea. El problema no será solo el cuánto, también quién se debe beneficiar y, sobre todo, quién debe poner el dinero. La UE quiere que países como China también se sumen a la base de donantes.
Europa es el gran financiador en esta carrera. Según los datos de la Comisión Europea, en 2023 el conjunto de la UE aportó 28.600 millones de euros en financiación climática procedente de fuentes públicas, y movilizó otros 7.200 millones de euros de financiación privada para ayudar a los países en desarrollo. El riesgo ahora es que EE UU, el principal emisor histórico de gases de efecto invernadero, recorte por completo sus aportes a este capítulo, que ya estaban muy por debajo de la UE. Por eso Bruselas insiste en la necesidad de incorporar nuevos actores, como China. Y en abrir nuevos frentes.
Como ha explicado Stiell, “no basta con acordar un objetivo” de financiación climática en esta cumbre de Bakú: “Debemos trabajar más para reformar el sistema financiero mundial. Dar a los países el espacio fiscal que tan desesperadamente necesitan”. Es decir, intentar poner en marcha nuevos instrumentos, como los impuestos a la aviación y el transporte marítimo internacional que Europa quiere impulsar. Además del hándicap de Trump y EE UU, que contaminará todo el transcurso de la cumbre, otra preocupación asalta a los activistas y expertos en estas negociaciones: que la presidencia de la COP29 esté en manos de Azerbaiyán, un país que vive fundamentalmente del petróleo y el gas que exporta. La sede de cada una de las cumbres, que se celebran desde los años noventa, es rotatoria por regiones y este año tocaba en el área de Europa del Este. Varios países presentaron candidaturas, pero Rusia los fue vetando porque formaban parte de la UE. Finalmente, se presentó Azerbaiyán, que no fue vetada por ninguna nación. El año pasado ya fue polémica la sede al recaer en otro país petrolero, Emiratos Árabes Unidos.
La presidencia de una cumbre es fundamental para el desarrollo de las negociaciones y varias ONG han apuntado ya al riesgo de que el gobierno de Azerbaiyán y la empresa pública de petróleo SOCAR puedan intentar aprovechar la cumbre para impulsar sus negocios de combustibles fósiles. Críticas similares surgieron el pasado año con Emiratos Árabes Unidos en la conferencia de Dubái, aunque la cita finalmente se cerró poniendo en el punto de mira de la declaración final a los combustibles fósiles de forma explícita por primera vez en casi tres décadas de cumbres. La inauguración oficial de la conferencia ha sido este lunes, pero las intervenciones del aproximadamente un centenar de líderes internacionales se producirán el martes y el miércoles.
1,5 grados de calentamiento
Mientras los negociadores de los casi 200 países se reúnen en Bakú, el calentamiento seguirá avanzando. Carlo Buontempo, director del Servicio de Cambio Climático de Copernicus, recalcaba este lunes a través de un comunicado que “es prácticamente seguro que 2024 se convertirá en el primer año natural por encima del umbral de 1,5 grados Celsius. Y el incesante aumento de la concentración atmosférica de gases de efecto invernadero ha desempeñado sin duda un papel clave en este calentamiento”.
El Acuerdo de París, que se firmó en la cumbre del clima de 2015, establecía como objetivo general que las emisiones de efecto invernadero cayeran de tal forma que se lograra a final de siglo que el calentamiento se quedara por debajo de los 2 grados y, en la medida de lo posible, por debajo de los 1,5. La barrera de los 1,5 está cerca de superarse, aunque todavía no se considera que se ha traspasado oficialmente. Porque no basta que ocurra en uno o varios años sueltos. Debe ser una superación estable, de media de un o dos décadas, algo que todavía no ha ocurrido, aunque los científicos dan por hecho que pasará. La única esperanza es que sea una superación temporal y luego se pueda bajar de nuevo. Pero para eso se requieren unos recortes rápidos y drásticos que no están contemplados ahora en los planes climáticos del conjunto de los países del mundo.