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La autora de esta columna escrita para CIPER analiza las causas del triunfo de Trump y concluye que no se puede atribuir al racismo y la misoginia del electorado. Sostiene que “Ignorar a los electores, menospreciar sus necesidades y asumir que todo se reduce a una cuestión de representación es un error que los demócratas han pagado caro en estas elecciones. Es un recordatorio, una lección que cualquier democracia debería tener en cuenta: cuando el discurso de los líderes pierde conexión con la vida cotidiana de la gente, el resultado puede ser una sorpresa dolorosa”.

Las recientes elecciones en Estados Unidos y el triunfo del candidato republicano Donald Trump han suscitado intensos debates en busca de explicaciones. Aunque las encuestas anticipaban una contienda ajustada, los demócratas confiaban en que su estrategia, enfocada en movilizar a las mujeres con temas como el aborto y en presentar a Trump como una amenaza para la democracia, generaría un impacto favorable en las urnas. Sin embargo, el desenlace fue distinto al esperado. La mayoría de los grupos a los que Kamala Harris buscaba atraer, como los latinos y las mujeres, terminaron respaldando a Trump. En este contexto, Harris no logró aprovechar lo que se percibían como importantes debilidades de Trump, como el temor que su promesa de deportaciones masivas podría haber suscitado entre los latinos, o el rechazo hacia un candidato que abiertamente amenazaba con perseguir a sus oponentes desde el poder.

Ante esta realidad, en redes sociales y entre algunos analistas, se observan discursos acalorados, con columnas que presentan títulos grandilocuentes sugiriendo que los votantes prefirieron a un candidato condenado por delitos graves y con tintes racistas antes que a una mujer negra. Muchos de estos análisis concluyen que los votantes de Trump son racistas y misóginos, o que desprecian la democracia. Sin embargo, estos enfoques suelen ignorar los errores de la campaña de Kamala Harris y el fracaso de los demócratas en entender las preocupaciones de muchos votantes, quienes sienten en su día a día que están en peores condiciones que bajo la administración de Trump, que ven en sus compras de supermercados precios que ya no pueden pagar. 

Se omite el hecho de que la gente vota más allá de la representación en términos de género o raza; en Estados Unidos, gran parte de la población votó según su percepción de bienestar cotidiano. Los votantes no quieren ser tratados con desprecio ni mirados por encima del hombro por una élite política que, aunque no lo exprese abiertamente, parece considerarlos intelectualmente inferiores o «deplorables» –término usado por Hillary Clinton en su campaña y que posiblemente le costó las elecciones el 2016.

La campaña de Harris enfrentó problemas desde el inicio. La falta de planificación y la obstinación de los demócratas en mantener a Biden como candidato, pese a que muchos votantes lo consideraban demasiado viejo para gobernar, retrasó su retiro. Su renuncia solo se produjo tras un desempeño casi doloroso en el debate con Trump, donde quedó clara su dificultad para responder preguntas, lo que afectó la confianza de los electores y generó la percepción de que los demócratas, incluyendo a Harris, habían intentado ocultar el evidente deterioro de Biden. El apoyo casi inmediato a Harris, sin un proceso de primarias, impuso una candidata que, durante el gobierno de Biden, no fue especialmente exitosa ni visible. En pocos meses, los demócratas enfrentaban la casi imposible tarea de posicionar a una candidata desconocida y convencer al electorado de que estaba capacitada para dirigir el país.

Harris no solo era poco conocida; también había estaba a cargo de gestionar la crisis migratoria en la frontera, un problema que no logró resolver. Esto, sumado a que el tema migratorio es crucial para muchos votantes, afectó su credibilidad. Los incumbentes enfrentan hoy un escenario complejo a nivel mundial, y esto también afectó a Harris, quien debía encontrar un equilibrio entre apoyar las políticas de Biden sin criticarlas abiertamente y, a la vez, demostrar que su gobierno no sería una continuación del actual. Aunque en sus últimas apariciones intentó destacar sus diferencias, nunca logró comunicar con claridad cómo mejoraría la vida de la población respecto a la gestión de Biden.

Otro factor que jugó en su contra fue la postura de Estados Unidos frente al conflicto en Medio Oriente. El respaldo casi incondicional a Israel, que ha permitido a Netanyahu desencadenar una crisis humanitaria en Gaza, dejando a la región sumida en un ciclo de violencia, hambre y una devastadora pérdida de vidas, ha generado repudio en una parte de la población. Harris tenía aquí la oportunidad concreta de mostrarse distinta a Biden, pero sus respuestas resultaron ambiguas y vacilantes. Este tema fue crucial para muchos votantes, quienes optaron por abstenerse o elegir candidatos alternativos.

Harris no solo falló en comunicar en qué se diferenciaría, sino que tampoco presentó una propuesta clara para mejorar la vida de los ciudadanos. La famosa consigna «es la economía, estúpido» parece haber sido ignorada en esta campaña; en cambio, se ha atribuido la derrota de Harris al racismo y la misoginia. Sin embargo, si los indicadores macroeconómicos no se traducen en beneficios concretos para la mayoría, resulta imposible convencer a la gente de que están mejor. Así, sigue siendo en parte una cuestión de economía, pero aquella que los votantes perciben en su vida cotidiana, como cuando hacen sus compras. No obstante, no es solo un tema económico; también influyeron los errores de los demócratas, su falta de visión y planificación, la incapacidad de escuchar realmente al electorado y el desdén de las élites hacia estos.

Ignorar a los electores, menospreciar sus necesidades y asumir que todo se reduce a una cuestión de representación es un error que los demócratas han pagado caro en estas elecciones. Es un recordatorio, una lección que cualquier democracia debería tener en cuenta: cuando el discurso de los líderes pierde conexión con la vida cotidiana de la gente, el resultado puede ser una sorpresa dolorosa. Esta historia en Estados Unidos no es solo un capítulo más en su política; es una advertencia para el mundo, incluyendo Latinoamérica y, por supuesto, nuestro país.

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