El pasado 15 de octubre se cumplieron 40 años desde que el cardenal Cristóbal López se marchó de Cataluña para hacer de misionero de la congregación salesiana
Lleva más de tres décadas asumiendo diferentes responsabilidades en lugares como Paraguay, Bolivia, Sevilla y Marruecos, donde se quedó finalmente a finales de 2017 después de ser nombrado arzobispo de Rabat
Después de haber participado en la Asamblea General del Sínodo en Roma, aprovechó el regreso a Marruecos para hacer escala durante tres días en el Vallès, donde aprovechó para visitar a su familia y participar en las Jornadas de Formación y Animación Pastoral
Después de haber participado en la Asamblea General del Sínodo en Roma, aprovechó el regreso a Marruecos para hacer escala durante tres días en el Vallès, donde aprovechó para visitar a su familia y participar en las Jornadas de Formación y Animación Pastoral
(FLAMA).- El pasado 15 de octubre se cumplieron 40 años desde que el cardenal Cristóbal López se marchó de Cataluña, donde había llegado de pequeño con su familia procedente de un municipio de la provincia de Almería, para hacer de misionero de la congregación salesiana. La experiencia le llevó durante más de tres décadas a asumir diferentes responsabilidades en lugares como Paraguay, Bolivia, Sevilla y Marruecos, donde se quedó finalmente a finales de 2017 después de ser nombrado arzobispo de Rabat.
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A finales de este mes de octubre, después de haber participado en la Asamblea General del Sínodo en Roma, aprovechó el regreso a Marruecos para hacer escala durante tres días en el Vallès, donde aprovechó para visitar a su familia y participar en las Jornadas de Formación y Animación Pastoral de Granollers, organizadas por el Movimiento de Cristianos de Pueblos y Comarcas de Cataluña.
-El pasado año, Marruecos vivió un fuerte terremoto que causó la muerte de más de tres mil personas y miles de heridos. Usted ha vuelto a Cataluña precisamente coincidiendo con otra situación catastrófica, la de la DANA. ¿Cómo lo ha vivido?
-Fue terrible. De pequeño viví las inundaciones de Terrassa, y unos años antes, recuerdo que también se produjeron las de Valencia, que dejaron cientos de muertos y damnificados. Siempre ha habido desastres naturales como terremotos e inundaciones, pero actualmente disponemos de muchos más medios de prevención y deberíamos utilizarlos más y mejor para intentar que la población corra el menor riesgo posible. Siempre habrá margen de riesgo en situaciones de catástrofe, pero evitar muertes depende en muchos casos sobre todo de nuestra capacidad como sociedad de imponer medidas preventivas como se hizo, por ejemplo, para reducir la tasa de mortalidad en las carreteras.
-¿Cómo están las cosas en Marruecos, un año y un mes después de la tragedia?
-Diría que bastante bien dentro de la gravedad de lo ocurrido. La reacción del gobierno, del pueblo y de la comunidad internacional ha sido magnífica. Pocos terremotos en el mundo han generado una ola de solidaridad y una gestión gubernamental tan buenas como las que se han producido en Marruecos. Ha habido aspectos mejorables, obviamente, pero lo que está claro es que una semana después del seísmo, todos los muertos estaban enterrados, algo que no era fácil; y al cabo de quince días, los heridos estaban hospitalizados y las carreteras funcionando. Ahora, trece meses más tarde, la educación funciona con normalidad y se trabaja duro para que las familias afectadas puedan rehacer sus viviendas. En este contexto nosotros, como Iglesia, hemos hecho nuestra parte y tenemos previsión de seguir trabajando a través de Cáritas en diferentes programas para ayudar a la población damnificada.
-Acaba de volver de Roma de participar en la asamblea del Sínodo. ¿Qué destacaría de esta experiencia?
-Hemos hecho un buen camino, un trabajo que ha merecido la pena, no sólo para la Iglesia sino para todos. La sinodalidad es un signo profético que puede iluminar al mundo, porque no se trata sólo de llevar la democracia a la Iglesia, como han afirmado muchos, sino que va mucho más allá. La democracia es la pugna por la mayoría y consiste en varias fuerzas en disputa para ganar las elecciones y gobernar en función del bien común. Esto no está mal, pero en un sistema democrático ya se sabe que, desgraciadamente, el gobierno no suele considerar lo que dice la oposición, y al revés: la oposición suele criticar negativamente todo lo que hace el gobierno. Además, las minorías no tienen capacidad para entrar en el parlamento.
Sin embargo, con la sinodalidad buscamos el consenso. Puede que no sea al cien por cien, de acuerdo, pero no nos contentamos con conseguir la mitad más uno, como se hace en democracia, ya partir de ahí tomar decisiones sin contar con los demás. No. La sinodalidad es un proceso de discernimiento para que la toma de decisiones sea consensuada al máximo. Y cuando se adopta una decisión, incluso aquellos que no estaban de acuerdo, moralmente quedan obligados a apoyar algo que se ha decidido después de un proceso en el que todos hemos podido participar y expresar opiniones y incluso rezar juntos para pedir la iluminación del Espíritu Santo. Al final, es el papa, el obispo, el párroco de parroquia quien, después de haber escuchado a todo el mundo, y no de forma caprichosa, toma una decisión y todos van por ese camino. Democracia es poco, nosotros queremos más: queremos fraternidad, trabajo conjunto, búsqueda del bien común.
-¿Cómo interpreta que esta vez el papa Francisco haya decidido no publicar una exhortación apostólica postsinodal y se haya limitado a remitir el Pueblo al documento final elaborado por la asamblea?
-Con este gesto, el Papa ha demostrado sinodalidad porque no se ha limitado a entregar el documento, sino que ha dicho que aprueba y asume todo lo expuesto y que se ha decidido por consenso. Tanto es así, que ni ha querido retocar el texto, sino que lo ha firmado tal y como ha sido redactado y aprobado por la Asamblea. Antes, el Sínodo era un órgano o instrumento de consulta y de reflexión que hacía su trabajo, daba las conclusiones al Papa ya partir de ahí él hacía lo que quería: podía tirar el texto a la papelera y olvidarse, o retocarlo según su criterio y realizar una exhortación apostólica. En cambio, esta vez Francisco ha dicho de alguna forma que el documento final es la exhortación apostólica. No despreció el documento final, sino que le dio valor de magisterio y puso su firma.
-Al principio del Sínodo, parece que costó entender que el tema central era la sinodalidad. Y cuando empezó la primera fase de la asamblea general, muchos esperaban debates sobre otros temas como el papel de la mujer, los curas casados o los abusos, que de entrada no debían ser objeto de discusión.
-Como bien dice, al principio hubo ese malentendido. Se convocó un sínodo, se dijo que todo el mundo estaba llamado a participar, pero no se explicó bien que el tema era la sinodalidad. Esto dio pie a que hubiera gente que esperara que podría decir todos esos debates pendientes. Al final, por suerte, se pudo recentrar las cosas. El Papa, de forma muy inteligente, tras la asamblea del año pasado, viendo los temas que habían surgido, seleccionó a diez y constituyó el mismo número de grupos de trabajo fuera del Sínodo, como elementos diferentes, para abordarlos paralelamente y poder así centrar la Asamblea exclusivamente en la sinodalidad.
-Entonces, dentro del Sínodo, ¿cuáles han sido los temas tratados más específicamente?
-Pues cuestiones como hacer que una parroquia sea sinodal, qué papel tendrían unas eventuales asambleas continentales; cómo se articula la autoridad del Papa con la de las conferencias episcopales y, en un sentido similar, cómo se enlazan las decisiones de una conferencia episcopal con las decisiones de cada obispo; porque hasta ahora, según las normas canónicas, toda la autoridad de la diócesis recae en el obispo, que puede hacer caso omiso, si lo desea, de las directrices que se marcan desde la conferencia episcopal. Y esto no puede ser, por eso en el sínodo se ha planteado que los episcopados deben tener cierto poder sobre sus obispos, más allá del consenso necesario para adoptar decisiones.
-El Sínodo ha pedido una Iglesia más cercana al sufrimiento de la humanidad, en un momento con numerosas guerras en curso y muy graves. ¿En qué medida se ha vivido en la asamblea este trasfondo bélico?
-Usted lo ha dicho bien, la guerra ha sido una suerte de telón de fondo, algo que forma parte del conjunto. Hemos tenido presente esta situación en nuestro corazón y en las oraciones, pero el tema no se ha tratado directamente, puesto que el Papa ha reflexionado reiteradamente en sus encíclicas sobre las guerras, el cambio climático, los desastres y las injusticias, y ahora lo que estamos haciendo es llevar a la práctica todas estas enseñanzas.
-Cómo se vive desde Marruecos el conflicto en Oriente Próximo, teniendo en cuenta que las sociedades de los países musulmanes apoyan la causa palestina pero esto no siempre se corresponde con la actuación de sus gobiernos.
-Marruecos tiene una postura peculiar en este asunto: por un lado, mantiene relaciones diplomáticas con Israel y, paralelamente, sostiene la causa palestina. Lo que la diplomacia marroquí propone es que, desde dentro, en contacto con Israel, pueden influir más que desde afuera. El gobierno se ha manifestado abiertamente con la población palestina, ya desde los primeros momentos después del 7 de octubre, cuando después de los atentados de Hamás empezaron los bombardeos, enviaron ayuda humanitaria, alimentos, medicinas y protestaron. También permiten que la población se manifieste a favor de los palestinos. Aprovechan ambos caminos, el de la protesta del pueblo, y el de la diplomacia. Hay quien cree que sería más efectivo romper relaciones, pero ellos sostienen que no.
-En Marruecos, el verbo “evangelizar”, ¿cómo se lleva, a la práctica?
-La evangelización debería entenderse de la misma manera en todas partes. El problema es que muchos de ellos entienden la evangelización como una actividad oral. Si pronuncias determinadas palabras o lecturas públicamente estás evangelizando. Hay mucha gente que lo hace, y los resultados son nulos. La evangelización no consiste en pronunciar palabras, si así fuera los mudos no podrían ser evangelizadores. Evangelizar consiste en llevar el evangelio a la vida empezando por tu testimonio y acción personal, familiar y comunitaria. Llevar el evangelio —no el libro de los evangelios— a la política, a la economía, a la educación, a la cultura, a la comunicación, al deporte, a todos los ámbitos de la vida. Evangelizar es transformar el mundo, construir el reino de Dios, que es un reino de paz, justicia, libertad, vida, verdad y amor. El problema de la evangelización no es que en ciertos lugares no se puedan dar catequesis, sino que los cristianos no atestiguamos el evangelio.
-En Marruecos existe una docena de escuelas católicas, donde estudian 10.000 alumnos musulmanes. ¿Qué papel juegan en ese sentido?
-En las escuelas católicas de Marruecos se enseña la religión islámica porque es lo que necesita el país. Por eso, allí nosotros evangelizamos dando testimonio de nuestra fe con la vida, entrando en diálogo y trabajando con ellos para hacer construir un mundo mejor. Esto es evangelizar. Hay quien cree que en Marruecos no podemos evangelizar, obviando con ello que la Iglesia es evangelizadora por naturaleza. Cuando me preguntan si hay muchas conversiones en Marruecos, les digo que sí, que yo he visto a niños que eran mentirosos y ahora ya no mienten, o personas violentas que se han pacificado. Una cosa es conversión y otra es cambio de religión. Yo he conocido a gente que ha cambiado de religión sin convertirse.
-Usted fue creado cardenal en 2019. Pero no es de esos que le gusta recibir el trato de eminencia.
-No me gustan los títulos, Cristóbal o papá Cristóbal, el monseñor no me resulta agradable. América Latina lo llaman “padre obispo” y en Francia también, pero mi nombre es bastante bonito y significativo, porque significa “portador de Cristo” y es más agradable al oído oír tu nombre de bautismo que un título. Cuando alguien me dice eminencia, bromeo diciendo que sólo puede hacerlo tres veces, y a partir de ahí me tiene que empezar a decir de otra manera.