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¿Qué nos jugamos en las elecciones presidenciales de Estados Unidos?

Autor: @CorrientesHoy

Este martes de año bisiesto –como marca la tradición electoral de esta democracia construida hace más de dos siglos a partir de una sociedad rural y una economía agrícola en rebelión contra la tiranía colonial– Estados Unidos enfila el comienzo del final de lo que el magistral cronista político Theodore White describió en los años sesenta como «la más impresionante transferencia de poder en todo el mundo». Ante un reiterado empate técnico en las encuestas, que no es incompatible con un resultado claro, este ciclo electoral americano se ha convertido en algo parecido a una rebelión contra lo predecible. El pulso electoral en curso va mucho más allá de la decisión de quién será el próximo ocupante de la Casa Blanca . Tiene lugar en un mundo marcado por democracias empeñadas en devorarse a sí mismas y autocracias que viven su mejor momento desde los años treinta del siglo pasado, cuando las puertas del infierno se empezaron a abrir de par en par. Como resultado de esta confrontación entre el «eje del muy mal» y las democracias que se han dejado contagiar por el viejo populismo redefinido ante las desigualdades e incertidumbres del siglo XXI, el peligro ha dejado de ser un futurible para convertirse en nuestro presente. O, en palabras del gran europeo Stefan Zweig en ‘El mundo de ayer’, antes las noticias eran lo que leíamos en los periódicos y ahora las noticias son lo que sufrimos cada día.Noticia Relacionada opinion Si Y el ganador es… Pedro Rodríguez Entre las elecciones de este martes y la toma de posesión del próximo presidente en enero, Estados Unidos se enfrenta a 76 días de extremo peligro para su democraciaEn lo que corresponde a las democracias cada vez más divididas e imperfectas, los síntomas nos resultan demasiado familiares: una profunda crisis de los partidos políticos tradicionales que hace tiempo abandonaron cualquier noción de corresponsabilidad; hiperliderazgos grotescos; la normalización de la mentira en el lenguaje político; la mezcla letal de vileza e incompetencia; la dictadura de las minorías que logran priorizar el interés de las frikipandis parlamentarias por encima del bien común; la corrosión democrática que supone maximizar el poder ejecutivo en detrimento de cualquier otro contrapoder; el asalto al estado de derecho y la quiebra del principio de igualdad ante la ley, y el forzado olvido de que en el fondo todos los votantes quieren más o menos lo mismo y que sus diferencias se limitan a los métodos para conseguirlo.Make America Great Again (MAGA) empezó en 2016 como un nostálgico eslogan electoral, que servía para condensar una letanía de resentimientos contra los de arriba y contra los de afuera. Durante los últimos años, esos instintos se han convertido en una influencia política imposible de ignorar dentro de EEUU y han terminado por construir una visión iliberal de la política que trasciende al propio Donald Trump . Por eso la insistencia de que, con independencia del resultado de este martes, vamos a vivir en Trumpolandia durante muchos años. Junto a esa influencia desmedida se repite el cliché de que Trump es impredecible . Él es el primero en considerarse tan genio que nadie puede anticiparse a sus ocurrencias. Sin embargo, el problema con Trump es que a estas alturas ya sabemos demasiadas cosas sobre su persona y su personaje. A tenor de su lista de antecedentes, corroborados por una buena parte de sus colaboradores, es un mentiroso compulsivo, un diseminador de teorías conspirativas, un delincuente convicto y un supremacista misógino, un autoritario acosador de la democracia para el que nunca llega una orden de alejamiento. Además de un fake integral: desde su pelo amarillo hasta su tez naranjita pasando por Melania y llegando a Mar-a-Lago . En política internacional, sabemos que Trump es un enamorado de dictadores, que cree en el America First & Only y tiene una visión transaccional sin valores sobre el papel de EEUU en el mundo. Piensa que el comercio internacional es un juego de suma cero en el que solo puede haber un ganador, y que la OTAN es como los Soprano, donde se paga a cambio de protección. Y lo malo es que, en las inmortales palabras de Isabel Preysler: «Tamara, la gente no cambia».

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