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Religión, espectáculo, dinero

Autor: Ramon Reig

Las procesiones Magnas que han salido y saldrán en Jerez y Sevilla me están confirmando que, en efecto, no tuve más remedio que superar la religión en general y la católica en particular para dedicarme a cultivar la razón y estudiar el mundo emocional que es el que manda. La educación religiosa que recibí desde pequeño me llenó de energía y también de retos porque tuve que repensar mi vida y su sentido y significado. Estamos en una sociedad donde valen más los significantes que los significados y los continentes que los contenidos. Eso es un gran error que siembra toda clase de ansiedades y confusiones. 

Las procesiones Magnas -como las llaman- son una magna expresión de continentes, obstaculizan el contenido y el significado de la religión como encuentro personal e intransferible de un ser humano con la divinidad en la que crea. No debería ser mi problema este asunto puesto que yo hace muchos años que perdí el paraíso del que me hablaron. Lo que ocurre es que quise, quiero y respeto ese paraíso y siento inquietud por lo que creo que es una especie de olvido de algo fundamental para el ser humano -la ilusión, la fe en algo o alguien- para apostar por el espectáculo y el estímulo al negocio. 

Confieso que estoy preocupado ante lo que pueda ocurrir con la multitud que se va a congregar en Sevilla en los inicios de diciembre, en pleno puente de la Inmaculada y en relativamente poco espacio. No hace mucho, en septiembre, tuvo lugar la coronación canónica de la Virgen de la Piedad, Hermandad conocida como El Baratillo. El metro iba a rebosar, se quedó pequeño como corresponde a una ciudad que no hace honor a su nombre y a su historia, sobre todo en materia de infraestructuras, algo vergonzoso. La Magna empequeñece a esa ceremonia en cuanto a cantidad de fieles, esperemos que todo vaya bien.  

En estos días he hablado con personas muy queridas para mí que son creyentes. A unas les convence el evento y a otras no o no tanto. Una de esas personas, muy creyente, dice: “Amo la cultura y la tradición, pero estoy en contra de este “desfile” de pasos. Celebren el Congreso [el de Sevilla de Hermandades, en noviembre-diciembre] si se cree oportuno por la curia, pero dejemos a las imágenes en sus respectivos templos donde pueden y deben ser veneradas… Estoy bastante harto de salidas extraordinarias para celebrar cualquier aniversario de no sé qué; y no hablemos de los macro recorridos de esas procesiones que provocan que la imagen se recoja a deshora… Lo siento, pero discrepo”. 

Otro amante de la fe cristiana y de la Semana Santa me hacía saber: “Yo tampoco soy partidario de esa procesión magna. Pero ya que se va a producir [la de Sevilla], lo único que digo es que se faciliten cuantas más localidades mejor para ver la procesión al completo”. 

“Lo de Jerez ha sido de traca: 37 imágenes marianas. Un exceso extraordinario”, me apunta otro. Y otro más, también hermano cofrade sevillano, creyente y solidario en coherencia con su religión: “Yo que siempre he sido “capillita” creo que ya es un poco excesivo tanta procesión extraordinaria y cada vez se fomenta más lo cultural, música, tradición, ornamentos… en detrimento de la religiosidad”. 

Mi tesina, lo que hoy se llamaría Trabajo Fin de Máster (TFM), en Antropología, versó sobre la religiosidad popular en Andalucía, vista como fenómeno social. A pesar de que en ella me declaraba no creyente, fue elogiada desde las páginas de Diario 16 Andalucía por el canónigo de la catedral de Málaga, José María González Ruiz, cuando apareció en 1989 en forma de libro publicado por una editorial de Madrid. Procuré ser respetuoso con las creencias. Y lo sigo procurando y se me sigue erizando la piel cuando escucho una marcha de Semana Santa al tiempo que una figura de un paso se refleja en una pared en la estética de la noche. Hasta me gustaría componer una marcha de Semana Santa que se tocara por las calles como pasa con la Saeta de Antonio Machado y Joan Manuel Serrat. 

Pero tanto jolgorio, no. En estos casos -y en otros como en El Rocío-, al contrario de lo que indica el Evangelio (capítulo 6 del Evangelio de San Mateo, versículo 6:3), la mano izquierda se entera muy bien de lo que hace la derecha. Les voy a decir cuál es la mejor “escuela de yoga” que existe en Sevilla y supongo que en Jerez. Si se desea meditación y relax, hay históricas parroquias por el casco antiguo en las que entras por la tarde y allí te encuentras con pocas personas, un silencio total y una música sacra de fondo con un volumen justo. Lo he probado, pruebe usted a sentarse allí un buen rato, piense en lo que quiera, tranquilícese, da igual que sea usted creyente o no, encuéntrese consigo mismo, sin miedos. 

Si entro en una mezquita no turística o no me permiten el paso o la tienen que “desinfectar” cuando me vaya. La Iglesia hizo y hace mal muchas cosas, pero en sus templos puede entrar cualquiera, con el debido respeto a lo que allí se representa. Esto hay que decirlo, ¡leche!, que ya está bien de que uno se tenga que tapar la boca, alabar lo de fuera y condenar lo suyo, hay que ser imbécil para hacer eso: quitarte tus raíces y tu cultura y, con un silencio inquisidor impuesto, ensalzar lo otro. Mi maestro Nietzsche sentenció en Más allá del bien y del mal: «¡Compasión con todos» -sería dureza y tiranía contigo!-“. 

Tenemos la libertad de ser o no creyentes, de decir que las procesiones magnas tal vez estén lejos de ese contacto directo con Dios y con su Madre. Tenemos la libertad de que otros me digan que no están de acuerdo conmigo y yo de replicarles que ya está bien de utilizar la religión como escapismo, negocio, logrando ingresos con sillas, estímulo para bares, restaurantes y cafeterías. Esa libertad hay que utilizarla y colocarla frente a religiones que pueden matarte por no llevar un velo cuando esa misma cultura levantó maravillas como el Califato de Córdoba, cargado de saber filosófico, literario y científico, donde las mujeres eran más libres de lo que lo son ahora. 

Cuando estuve una buena temporada en Alemania, viviendo cerca de una ciudad encantadora, Wertheim, junto al rio Main, afluente del Rin, me llegué por una iglesia a vivir una ceremonia de primera comunión. Allí observé a un grupo de niños, todos vestidos igual: con una túnica blanca mínimamente adornada. El sacerdote celebró la ceremonia y luego todos se marcharon a casa. Me sorprendió la sencillez del rito, pensé que podría ser una herencia de la reforma protestante. Me dijeron que no había costumbre de esas celebraciones a las que nos tienen acostumbrados aquí. Unas celebraciones que me recuerdan a otras tan antiguas como las que llevan a cabo determinadas culturas o tribus. Quienes han estudiado antropología tal vez las conozcan, se llaman Potlatch y es un festín ceremonial en el que se pretende sorprender a los invitados como demostración de tenencia y poder. Parece que quedaron en desuso en el siglo XX, eso es ayer mismo. 

La Contrarreforma, como reacción a la Reforma protestante, tuvo bastante de exhibición, de espectáculo, acaso el continente afectara al contenido, al significado espiritual de cualquier religión. Se multiplicaron las ceremonias y objetos sagrados hasta desembocar en el negocio de huesos de supuestos santos. En Sevilla tenemos la hermosísima iglesia de San Luis donde he visto numerosas y presuntas reliquias. No quiero pensar más que las procesiones magnas enlazan con esta forma de ver -o de no ver- la necesidad espiritual que posee el humano o que, con toda la buena intención del mundo, la ven y sin embargo el materialismo latente oculta lo espiritual. 

Hay algo positivo en este asunto. La globalización ha provocado que todo avance muy deprisa, ha originado muchos quebraderos de cabeza entre millones de personas, mucha confusión, mucho deseo de significados. Si estas procesiones magnas sirven para que la ciudadanía que lo necesite busque el significado profundo que posee esa religiosidad en la calle, bienvenidas sean. Como se escucha en aquella vieja canción latinoamericana, “la vida es triste si no la vivimos con una ilusión”. Pero que sea una ilusión de fondo, no sólo de forma.   

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