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Dr. Carlos Cabrera: “El deporte me encanta pero mi gran pasión es la ortopedia”

Autor: Julita Osendi

Cuando un enfermo acude a un médico, generalmente es porque no le queda otro remedio: se siente mal, sufrió un accidente, tiene un padecimiento crónico… Y cuando llega al hospital o clínica, necesita sentirse bien atendido, protegido; que entiendan y solucionen, de ser posible, su malestar. Cierto que hay “médicos y médicos”, “enfermeras y enfermeras” como en todo en la vida, pero… ¡cuando te sientes mal, no hay nada como preservar tu salud! Por eso, se hace tan difícil encontrar un profesional que, además de buen galeno, sea un maravilloso ser humano que te haga reír, aunque te estés muriendo. Ese es nuestro entrevistado de hoy, el doctor Carlos Cabrera Álvarez, ortopédico y amigo.

Lo conocí en mis avatares a causa de mis recurrentes lesiones de rodillas en los hospitales “Frank País” y “Fructuoso Rodríguez” de La Habana; y cuando más lo necesitaba, luego de la partida física del eminente ortopédico y profesor Rodrigo Álvarez Cambra, en 2023, y la “partida” de otro tipo de mis grandes doctores Liván y Heysel.

Sé que te retiraste y llegaste a Estados Unidos. ¿Dónde estás?

Me encuentro en EE.UU., solo con el deseo de aplicar en otra latitud o país y hacer lo que más disfruto, “mi Ortopedia”; impartir docencia, enseñar a las generaciones jóvenes. Llegué hace seis meses, tengo visa, vivo con unos primos en Lehigh Acres (media hora de Fort Myers).

Ellos me han tendido la mano y el “cuerpo” cuando ya casi agonizaba. Solo aspiro a seguir enseñando; a mi edad, queda la experiencia, aunque ya mis manos no me acompañan.

Vine de “visita”, a esperar el año y un día que marca la ley. Quiero coger mi residencia y ver dónde puedo pasar mi vida, entrar y salir. Estoy buscando opciones, pues quiero ver dónde encuentro trabajo: en Colombia, aquí o en Hong Kong. Yo me retiré. El Carlitín que conociste quiere irse para España.

Háblame de tu vida. ¿Por qué la medicina y no el béisbol?

Nací en el pueblo de Melena del Sur, tierra de muy buenos peloteros como Luis Ignacio González, Michael González y el gran Jorge Carlos Soler, nuestro gran jugador de MLB. Estudié Medicina y no fui pelotero como bien dices, quizás un poco por la influencia de mis padres, porque lo que me gustaba eran los deportes y de ellos, mi principal habilidad estaba en el judo. Créeme que pude haber llegado alto en el judo, y es que ese arte marcial ha sido siempre mi mayor pasión deportiva.

Se perdió un judoca, pero se ganó un gran ortopédico que, por cierto, ha tenido la oportunidad de sanar a muchos de ellos.

Si hablamos de pasión, la mayor de todas, en cualquier esfera de la vida, es la medicina. Quise estudiar medicina deportiva, pero en mi época había que ser deportista de alto rendimiento para estudiarla. Sin embargo, nunca me arrepentiré, de haberme formado como ortopédico. Siempre me gustaron las especialidades quirúrgicas y, sobre todo, la ortopedia, que es a lo que dediqué toda mi vida, pues al terminar la especialidad, estuve mucho tiempo trabajando con el tratamiento de las patologías del niño, sin dejar de trabajar con adultos.

En ello pasé 47 años de mi vida de los 50 que cumplo de médico este año, pues soy graduado de 1974. Me gradué como ortopeda en el Hospital Ortopédico Docente “Fructuoso Rodríguez” y mis profesores fueron luminarias de esa especialidad como el profesor Martínez Páez, el ilustre maestro de maestros que fue el profesor Rodrigo Álvarez Cambra, el profe Alfredo Ceballos y otros, como Cintas, Barrero, Grau…

Imagino que en 50 años de carrera atesores muchas experiencias, anécdotas…, ¿recuerdas alguna que haya sobresalido?

Así es, he ejercido la medicina por 50 años… y si te digo el número de operaciones en las que he intervenido te mentiría; las veces que he devuelto la movilidad a un órgano determinado, que he visto sonreír a un paciente, te mentiría.

Han sido muchas, pero mira, una que no se me olvida fue cuando operé al chofer del embajador de Cuba en Guyana. La operación en sí no era tan compleja, pero Kenth Odean, que así se llama el paciente, llevaba cinco meses con un yeso en una pierna, temía perder su trabajo; fíjate que hasta de amputación le hablaron. Lo estudié y me di a la tarea primero de curar una infección de partes blandas: le puse un injerto tipo Phemister y así eliminamos la infección. A partir de ahí, continuamos con el tratamiento y el hombre quedó como nuevo.

En una entrevista que le hicieron, él dijo: “Soy guyanés, pero tengo una pierna cubana” y ese fue el título de aquella entrevista. Nunca lo olvidaré como él no me olvida a mí.

Así he trabajado y operado además de en Guyana, en Sudáfrica y en varias provincias de Cuba. Tampoco se me olvida una paciente con muchas anomalías congénitas, Jennifer Álvarez Betancourt. Ella presentaba un acortamiento severo de una extremidad, que logré elongar, y hace pocos días, sus padres que más que pacientes, son familia, oyeron un YouTube del tema y llamaron agradeciendo mi profesionalidad. Para mi agrado, ella estudia 4to año de Medicina.

Otro recuerdo de Guyana: otro paciente, Walter Lee, sufrió un accidente y desarrolló una gangrena gaseosa. Le planteé que solo la amputación salvaría su vida. Aquello fue horrible, al fin accedió y después, tras entender con justicia lo que le pasaba, mostró su agradecimiento. Hay momentos en que dudar le puede costar la vida al enfermo.

¿Y de dónde te viene la pasión por la medicina primero y la ortopedia, después; es de familia la tradición?

Mi madre, Norma, era ama de casa, aunque por algún tiempo trabajó en labores relacionadas con la cosecha del tabaco, como el despalillo. Mi padre Berto (Juan Gualberto, nacido un 12 de julio al igual que Juan Gualberto Gómez), un hombre muy conocedor de la historia de Cuba, me inculcó el amor al béisbol porque él jugó pelota semi-pro en Quivicán. Para ser honesto, los dos me inyectaron esa pasión que es la pelota.

¿Todos le iban al mismo equipo?

Jajajaja, calcula: mi padre jugó segunda base con el equipo Cigarros Genert y tuvo la oportunidad de jugar con Quilla Valdés, Adrián Zabala, entre otros… Pero, ¡qué disyuntiva! Mis padres eran Habanistas y yo Almendarista; claro, ni loco yo lo decía. Me hubieran matado. En la Gran Carpa, mi padre simpatizaba con el St Louis Cardinals y mi madre y yo con los Yankees de New York (amor que persiste, estamos en la final de la Serie Mundial este año y aunque hemos perdido tres con los Dodgers, aún confío en los míos).

Sabes que hace unos pocos años se publicó un libro sobre la traumatología del deporte y no se mencionaba al artífice de esa especialidad que recuperó a tantos grandes del deporte como Mireya Luis, Regla Torres, Javier Sotomayor, Alberto Juantorena, Dalia Henry… ¡en fin! Una lista bien extensa. Tú, que ya peinas canas, ¿puedes hablarme algo de ese hecho?

Esa omisión fue un crimen de lesa humanidad, fue como querer tapar el sol con un dedo. Fíjate que el libro fue retirado. El profesor Álvarez Cambra no tiene parangón y eso lo saben todos. Lo que pasa es que en nuestro país la envidia predomina, los grises pretenden tapar el talento. Además, en mis tiempos no era como ahora; no era como Álvarez Cambra lo formó.

Anteriormente, en los 70, los deportistas se atendían en el hospital donde podían, querían o tenían algún amigo traumatólogo. De esta forma, yo atendí a Rolando Verde, José Modesto “Chiki” Darcourt, Eduardo Cárdenas, Luis García, todos excelentes peloteros. Pero después sobrevendría el período mágico, cuando la traumatología del deporte alcanzó su real valor y te lo digo porque fue lo real. Más allá de bajezas humanas que pretenden olvidar aquella época dorada, lo cierto es que el Hospital Ortopédico Frank País, bajo la tutela Álvarez Cambra, pasó a atender a los atletas lesionados.

Allí fueron operados muchísimas glorias del deporte. A las que ya te mencioné, añade Frederich Cepeda, un inmenso jugador espirituano que todavía está activo a pesar de sus más de cuatro décadas de vida, y el pentacampeón olímpico Mijaín López, por no llenarte esta entrevista de nombres.

Ahí han trabajado eminentes ortopédicos como los doctores Luis Fleites Lafont, Hugo Mirandez, Abella, Gastón Arango, Entenza, Aurelio y por supuesto, el excelente y muy digno alumno de su profesor, Dr. Liván Peña Marrero, quien operó a muchos de ellos y hoy vive en España, con su esposa, la también ortopédica Heysel y su familia.

A propósito de los atletas, ¿cuáles son los padecimientos más usuales en el alto rendimiento?

En el trauma deportivo, las lesiones más frecuentes además del trauma en sí, son las lesiones de sobreuso. Por ejemplo, en béisbol, el desbol y la lesión de Tommy Jones; en el fútbol, las lesiones cápsulo-ligamentosas de la rodilla. En el deporte en general, el sistema músculo esquelético que está sometido a esfuerzos muy grandes y de ahí, las lesiones.

Carlitos, es muy difícil encontrar en estos momentos a un Liván, un Hugo, un René Anillo, brillantes profesores de la traumatología del deporte. ¿Qué opinas de la medicina cubana actual?

¡Ay, Julita! No te hablo de la traumatología del deporte, te hablo en general de la medicina. Y no en Cuba, en el mundo. La medicina se ha deshumanizado; todo es dinero e interés. Se ha convertido en diagnosis, complementarios y se ha olvidado bastante la “madre clínica”.

Cuba se ha girado para este criterio. Sin complementarios, no se puede hacer un buen diagnóstico; pero, sin clínica, no hay diagnóstico tampoco. En Cuba, los médicos sufrimos mucho para trabajar por la falta de recursos y las condiciones de trabajo. La presión con la que trabaja el médico cubano y el bajo sueldo hace que cada día haya menos médicos en el país. Las condiciones de los hospitales, son pésimas; eso… ¡Eso no es secreto para nadie!

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