Fareed Zakaria en su análisis para CNN del 27 de octubre, reflexionaba sobre la realineación política de la militancia tradicional de los partidos políticos de Estados Unidos y me permito recoger algunas de sus consideraciones por considerarlas de gran interés, no sólo para dicho proceso, sino porque vale la pena profundizar en el estudio y análisis de este fenómeno.
Lo primero que destaca, a partir de la portada de la revista The Economist, titulada “La Envidia del Mundo”, es cómo el desempeño económico ya no es suficiente credencial para los políticos. En efecto, la economía estadounidense, a pesar de su solidez, no ha generado altos niveles de aprobación para el presidente Joe Biden ni una ventaja significativa en las encuestas para la vicepresidenta Kamala Harris.
Lejos estamos de los tiempos de “It´s the economy, stupid” pueslos logros económicos parecen menos capaces de influir en las preferencias electorales, que los factores culturales y sociales, los cuales, sorpresivamente, ganan terreno como determinantes en las lealtades políticas. Por ejemplo, dice The Economist, que, a pesar de que la administración de Biden ha implementado políticas económicas orientadas a beneficiar a la clase trabajadora, particularmente a aquellos sin educación universitaria, los votantes de este grupo han sido difíciles de captar.
Fareed Zakaria en su libro “La Era de las Revoluciones”, plantea que los cambios producidos por la globalización, la revolución digital y la expansión de las redes sociales, han transformado la política moderna y las preocupaciones de los votantes. La dinámica electoral actual en Estados Unidos está dominada por nuevas preocupaciones que, a su vez, realinean a los individuos en atención a su nivel social, educativo, género en torno a temas culturales y de identidad, que ahora dominan la dinámica electoral estadounidense. A diferencia de épocas anteriores, cuando el estatus económico o la raza determinaban las lealtades políticas, y la base del partido demócrata la representaban los trabajadores y las minorías raciales.
Una encuesta de Pew Research en 2023 mostró que la afiliación política ha pasado a estar más marcada por el nivel educativo que por el ingreso. Un 60% de los votantes con educación universitaria expresaron una inclinación progresista, mientras que un 68% de aquellos sin título universitario se inclinaron hacia posturas conservadoras. Es decir, hoy en día los de menor educación se inclinan por el partido republicano. Y como dato preocupante los votantes sin educación universitaria representan más del 65% del electorado estadounidense.
Otro punto interesante de esta realineación política es que la identidad racial está siendo superada por nuevas divisiones en torno al género, la religión y la ubicación geográfica de los votantes. Tradicionalmente, el voto de las minorías étnicas ha estado firmemente asociado al partido demócrata, pero las encuestas recientes sugieren que esto está cambiando.
Según un estudio de GenForward, citado por Zakaria en su comentario, el 25% de los hombres jóvenes afroamericanos y el 44% de los latinos votaría por el candidato conservador, una cifra sorprendente y que marca una ruptura con las tendencias históricas. Esta evolución ilustra cómo las inquietudes culturales y sociales están adquiriendo más peso que las afiliaciones étnicas, con votantes que ahora priorizan valores familiares, religiosos y de comunidad por encima de las alianzas políticas tradicionales.
El discurso ultra conservador e incluso de abierta discriminación racial y étnica de Trump ha sabido conectar mejor con estos votantes, lo cual, a su vez plantea un importante desafío dentro del partido republicano. La figura de Donald Trump sigue siendo una fuerza divisoria dentro del partido conservador, y su discurso, en gran medida hecho a su imagen y semejanza, no deja de alienar una franja del voto tradicional del Good Old Party. Curiosamente, Kamala Harris, una mujer birracial, parece estar en una mejor posición de la que tuvo Biden para captar ese voto blanco.
Esta nueva alineación de la política estadounidense -que aún no logra asimilar el discurso tradicional de los partidos demócrata y republicano- sugiere que, independientemente de quién gane en 2024, las divisiones culturales y sociales seguirán definiendo la vida política en las próximas décadas y esto augura grandes tensiones. La economía, aunque sólida, ya no es el factor que une o divide a los votantes.
Como predice Zakaria, estamos ante una nueva era en la que las lealtades políticas se están redibujando en torno a la identidad cultural, desafiando la capacidad de la economía para reconciliar una sociedad que, aunque unida en la prosperidad, permanece dividida en lo esencial.
La pregunta crucial es si la candidatura demócrata podrá tender un puente entre estos sectores, como promete Harris; o, si el “enfoque cultural” actual seguirá profundizando estas divisiones. Nos mantenemos atentos pues de alguna manera, la capacidad de la política estadounidense para adaptarse y responder a las nuevas realidades culturales modela también el comportamiento político en nuestra región.