A los 79 años, murió la última gran rubia de estirpe clásica que registra la historia de Hollywood. Por imagen, fotogenia, desenvoltura y encanto natural, Teri Garr se ganó por derecho propio un lugar en esa galería estelar. El único detalle que la diferenció de las grandes estrellas femeninas de la época de oro fue su llegada tardía a ese mundo, cuando los grandes estudios entraron en crisis y se inició una nueva época de introspección y cambio. En ese nuevo tiempo, la maravillosa Garr conservó en su sonrisa y su siempre vivaz presencia ante las cámaras el legado de algunas indiscutidas estrellas de la comedia clásica, con Joan Blondell a la cabeza.
A Garr, es cierto, también le sobró talento para el papel dramático más exigente, pero no hay manera de empezar a recordarla sin invocar su predisposición natural hacia la comedia (romántica o de enredos) inteligente, divertida y con algún visible toque agridulce. Sabía además, como las grandes actrices, trabajar con todo el cuerpo. Y cuando lo hacía nunca dejaba de mostrar defectos, imperfecciones, dolores y toda clase de penas no demasiado lejanas a las que tuvo que enfrentar a lo largo de su vida.
Garr murió en Los Ángeles después de una larga y siempre desigual pelea contra la esclerosis múltiple, enfermedad que reveló al mundo en 2002, durante una entrevista televisada a todo el mundo en el popular talk show de Larry King y la forzó a un prematuro alejamiento de la actividad. Y cuatro años después superó una complicada operación a la que tuvo que someterse con urgencia, por un aneurisma cerebral.
En 2011 decidió no aparecer nunca más en público, consciente del avance implacable del mal crónico y degenerativo que padecía. Casi una década y media después, la noticia de su muerte no hizo más que mostrar casi de inmediato cuán cerca seguía presente su figura en la memoria del público gracias a una carrera en el cine (y en menor medida en la televisión) que tuvo muchos puntos altísimos. E inolvidables.
A la cabeza, por supuesto, hay dos. Frannie, la soñadora y decepcionada protagonista de las fantasías románticas y musicales de Golpe al corazón (1982), la fallida obra maestra de Francis Ford Coppola, e Inga, la adorable asistente de Gene Wilder en El joven Frankenstein (1974), de Mel Brooks. Este último personaje, que resultó consagratorio para su carrera, fue especialmente brillante para Garr, que puso al servicio de la película todo su repertorio de gran comediante con un personaje que era a la vez puro encanto y lascivia.
Alentada por su madre, vestuarista de la película, se presentó a las audiciones con un sostén relleno con varios pares de medias. Así recordó ese momento en su libro de memorias, publicado en 2005: “Hoy en día, la gente paga más de 5000 dólares por una operación para aumentarse el busto. La mía costó menos de cinco dólares en un almacén Woolworth’s y me ayudó a conseguir el papel más importante de mi carrera hasta hoy”.
Garr tenía incorporada la marca del espectáculo desde la cuna. Su madre, Phyllis Lynd, que además de vestuarista fue actriz y modelo (fue una de las “Rockettes”, integrantes del famoso cuerpo de baile del Radio City de Nueva York), se casó con Eddie Garr, figura de apreciable popularidad en Broadway como actor cómico y de vodevil en los años 50.
Oh man, this is devastating. Teri was a legend. So funny, so beautiful, so kind. I had the honor of working with her in 2006 and she was everything I dreamed she would be. Truly one of my comedy heroes. I couldn’t have loved her more. This is such a loss. https://t.co/Uf7q4M59XI
— Paul Feig (@paulfeig) October 29, 2024
De esa unión nació el 11 de diciembre de 1944 Terry Ann Garr, en Lakewood, Ohio. Empezó estudiando ballet a los 13 años y después de recibirse se sumó al elenco de una puesta de Amor sin barreras que recorría todo Estados Unidos. A instancias del productor y coreógrafo David Winters empezó a estudiar en el Actors Studio de Nueva York, donde tuvo a Jack Nicholson de compañero.
De a poco se ganó un lugar en la intensa y creativa TV estadounidense de los años 60, con apariciones ocasionales en innumerables series y una presencia permanente (cantaba, bailaba y hacía varias personificaciones) en el show de comedia de Sonny y Cher. Todo cambió para mejor cuando Wilder la recomendó para El joven Frankenstein.
Así lo recordó Mel Brooks, director de la película. “Cuando la vi, absolutamente hermosa, le pregunté a Wilder si podía actuar. ¿A quién le importa eso?, me respondió Gene. Teri entró, leyó media página y enseguida ensayó una escena en la que Cloris Leachman estaba desatando al monstruo para liberarlo. Teri estaba en la escalera, mirando para abajo, diciendo: ¡No debes hacerlo! ¿Que no debía hacerlo? ¡Estás contratada!”.
Para ese momento ya había adoptado su nombre artístico definitivo, después de probar con otros (Terry y Terri) y cuando todos empezaban a preguntarse (sobre todo después de El joven Frankenstein y su breve aparición ese mismo año en La conversación, de Coppola) quién era esa rubia llena de belleza, simpatía, sex appeal y dotes absolutamente naturales para hacer comedia.
Allí estaba el centro del mundo para Teri Garr y también su crecimiento como actriz. Pero era tan versátil que también se lució por esos años como la mujer de Richard Dreyfuss en Encuentros cercanos del tercer tipo, de Steven Spielberg. A partir de allí (y de Señor Mamá, en la que apareció junto a Michael Keaton) se hizo habitual verla en pantalla personificando a la prototípica “esposa sufrida”. Lo explicaba así, con un desencanto difícil de disimular: “Es el tipo de papeles que interpreto y el tipo de personajes que hay para mí en este mundo. Si hay una mujer inteligente, divertida o ingeniosa resulta que la gente le tiene miedo, así que no la tienen en cuenta. Solo se escriben papeles para mujeres que dejan que todo les pase por encima”.
Tras conocerse la noticia de su muerte, Keaton escribió en su cuenta de Instagram sobre su compañera en Señor Mamá: “Este es un día que temía y sabía que llegaría. Olvídense de lo grandiosa que era como actriz y comediante. Era una mujer maravillosa. No solo era genial trabajar con ella, sino también estar cerca de ella. Y si vuelven a ver su trabajo cómico, ¡¡¡era genial!!! Descansa en paz, chica”.
El mismo año de la decepcionante Golpe al corazón le llegó su única nominación al Oscar de la mano de la amiga actriz de Dustin Hoffman que interpreta en Tootsie. Al principio, según recordaría más tarde en sus memorias, solo estaba decidida a aceptar el papel femenino principal (finalmente encarnado por Jessica Lange) pero el director Sydney Pollack la persuadió para que aceptara convertirse en Sandy, el personaje que casi le hace ganar un Oscar. “Aplasté en ese momento a mi diva interior y terminé aceptando uno de los papeles más gratificantes de mi vida”, reconoció en el libro.
El corcel negro, Después de hora, Fuera de acción y Tonto y retonto fueron algunas de las muchas apariciones en el cine que Garr alternaba con presencias frecuentes en los clásicos shows nocturnos de la TV estadounidense, especialmente el de David Letterman. Y alcanzaron tres capítulos de Friends, en los que interpreta a la madre de Phoebe (Lisa Kudrow) para que las nuevas generaciones la redescubrieran. El parecido entre ambas actrices era notable.
Cuando imaginaba nuevos desafíos para una carrera pródiga en reconocimientos llegó el diagnóstico de una enfermedad sin vuelta atrás. Dejó los brillos del espectáculo para convertirse en embajadora de la Sociedad de Esclerosis Múltiple de Estados Unidos y encabezó varios programas de lucha contra la enfermedad que la fue diezmando de a poco.
“Mi cuerpo tenía un par de ases bajo la manga –escribió en su autobiografía, publicada cuando empezaba ese durísimo camino-. Un tropiezo por aquí, un hormigueo en un dedo por allá. Me formaron como bailarina y sabía que no debí permitirme los dolores y molestias que me aquejaban de vez en cuando. Ser una actriz de éxito en Hollywood puede ser todo un reto, pero no sabía que el mismo cuerpo que siempre fue mi seña de identidad algún día me traicionaría”. El público nunca la olvidó. Su inconfundible rostro de reina de la comedia seguirá brillando al final del largo camino que fueron construyendo las grandes estrellas rubias y clásicas de Hollywood. Teri Garr fue una de las mejores. Y quizás la última de ese linaje.