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Imagínese un paisaje cubierto de hielo, accidentado y rocoso. Columnas de vapor de agua brotan de la superficie. En las profundidades de la superficie, microorganismos y otras criaturas se agrupan cerca de los respiraderos hidrotermales, fisuras en el fondo del océano donde la vida puede prosperar.
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Esta podría ser la escena en Europa, una luna de Júpiter donde la vida podría haber surgido como lo hizo en la Tierra.
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Es posible que tengamos la oportunidad de descubrir si este realmente es el caso. El 14 de octubre, la NASA lanzó la sonda espacial Europa Clipper, una de las misiones más ambiciosas en su historia, para investigar el potencial de Europa para albergar vida. Sus hallazgos pueden ayudar a confirmar, como algunos esperarían, que toda la vida en el universo siguió un camino evolutivo compartido. O la investigación puede tropezar con algo radicalmente inesperado que sugiera que la vida puede echar raíz en muchas más formas que apenas hemos comenzado a comprender. Cualquier hallazgo nos obligaría a reconsiderar gran parte de lo que sabemos sobre el origen de la vida.
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El Clipper es uno de los proyectos de astrobiología más importantes hasta la fecha cuyo objetivo es responder a la pregunta de si estamos solos en el universo —un objetivo que debería ser la máxima prioridad de la NASA. La agencia es mejor conocida por sus misiones de exploración humana, enviando astronautas a la órbita y a la superficie de la Luna, y siendo la fuerza impulsora detrás de la Estación Espacial Internacional (que ha estado ocupada por humanos continuamente desde el 2000).
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La NASA espera resucitar la gloria de Apolo con Artemisa, un programa de exploración sucesor para enviar astronautas de vuelta a la Luna. Pero en lugar de perseguir objetivos automitificados de colonizar otros mundos, la NASA debería hacer más para invertir y desarrollar misiones que busquen de manera más directa e íntima la vida extraterrestre y convertirlas en la estrella polar de la agencia.
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Nuestro patio trasero cósmico está repleto de planetas y lunas que podrían estar maduros para que florezcan formas de vida extraterrestres. Los astrobiólogos creen que Europa es uno de los lugares más prometedores para encontrar vida extraterrestre, pese a sus duras condiciones inadecuadas para los humanos. Se cree que la luna tiene una capa de hielo de 16 a 24 kilómetros de espesor. La luz del Sol no puede penetrar más que unos cuantos metros. Las temperaturas de la superficie de Europa en su ecuador al mediodía nunca superan los gélidos menos 143 grados centígrados. Su delgada atmósfera de oxígeno no proporciona ningún escudo contra la incesante radiación; incluso usando un traje espacial, un ser humano recibiría una dosis letal en menos de 24 horas.
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Sin embargo, Europa parece tener los ingredientes necesarios para estimular la vida: agua, hidrógeno, carbono, oxígeno, nitrógeno, azufre y fósforo. Estos elementos se mezclan en un océano de agua líquida que se encuentra debajo de la capa helada y se calientan gracias a la fricción masiva inducida por la asombrosa gravedad de Júpiter. Estas condiciones podrían haber sembrado extraños primos de formas de vida terrestres en las profundidades del océano cerca de los respiraderos hidrotermales.
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Cuando el Clipper llegue al sistema joviano en el 2030, realizará docenas de sobrevuelos a la luna y llegará tan bajo como 26 kilómetros sobre la superficie de Europa. Su conjunto de instrumentos mapeará casi toda la superficie de Europa y fotografiará el mundo helado en luz visible, infrarroja y ultravioleta. Adquirirá la mayor cantidad de datos posible sobre la química del océano interior. Analizará posibles columnas de vapor que pueden liberarse a la atmósfera, lo que podría ser la mejor oportunidad para comprender qué alberga el océano líquido.
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Dado lo inaccesible que es el océano, es poco probable que Clipper encuentre pruebas definitivas de vida extraterrestre. Pero puede encontrar compuestos orgánicos complejos importantes para el sustento de bacterias u otros microorganismos. La esperanza es que al mapear la superficie, la NASA pueda identificar sitios en el océano bajo la corteza helada que podrían albergar vida. Los futuros ingenieros que puedan construir misiones más audaces podrán perforar el hielo y explorar estos sitios.
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La misión Europa representa un cambio radical para la NASA. Estamos siendo testigos de misiones que se dedican más intensamente a investigar la habitabilidad extraterrestre, no humana. En el 2028, la NASA lanzará su misión Dragonfly a Titán, la luna de Saturno, e investigará sus océanos y mares de metano. La detección de un gas peculiar que emana de las nubes de Venus sugiere la presencia de actividad biológica, y un par de misiones que comenzarán la próxima década pueden confirmar estas sospechas.
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Hay muchos otros mundos en el sistema solar para explorar.
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Los viajes a mundos extraños son cruciales si queremos resolver el misterio profundo y permanente del origen de la vida y saber si estamos solos. Eso, para mí, suena como un esfuerzo mucho más digno de nuestras energías que nuestro tradicional tratamiento del espacio como un vacío a la espera de ser conquistado.
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Claire Isabel Webb es historiadora de ciencia en el Instituto Berggruen de Los Ángeles. Comentarios a intelligence@nytimes.com.
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