A medida que avanza la cambiante campaña electoral, Kamala Harris perdió algo del impulso inicial. En su momento, el entusiasmo popular impulsó la campaña a nuevas alturas y ayudó a recaudar más de 1.000 millones de dólares. Ahora, lucha por ganar el voto de los indecisos y está perdiendo sustento entre sectores que antes apoyaban con fuerza a los demócratas, como los hombres afroamericanos y latinos. Tras montarse sobre la novedad de haber sustituido al actual presidente Joe Biden y generar una enorme ola de entusiasmo, Harris no logró presentar una visión convincente para un país que se enfrenta a la inflación, los desastres naturales y una situación internacional cada vez más inestable que incluye conflictos exteriores en los que muchos estadounidenses no quieren verse involucrados.
En este contexto, Trump se reposiciona para ganar potencialmente las elecciones. Todas las encuestas muestran una pelea increíblemente ajustada en la que cualquiera de los puede alzarse como ganador. Todo se reducirá a un puñado de estados indecisos, los llamados swing states. En este contexto, debemos tener un análisis lo más preciso posible de la situación y pensar en lo que podría ocurrir después de las elecciones y cuál debe ser nuestra respuesta a la situación.
Una luna de miel desaprovechada por Harris
Kamala Harris irrumpió en la campaña después de que la crisis de Biden le obligara a abandonar su candidatura. Esto representa una gran anomalía que ha convertido toda su campaña en algo experimental. Tuvo una luna de miel excepcional que alcanzó su punto álgido justo después del debate presidencial. El principal comité de campaña de Harris, Harris for President, recaudó 221,8 millones de dólares en septiembre. Logró otros 187,5 millones en efectivo. Estas cifras no incluyen el dinero recaudado por otros grupos a favor suyo. La buena actuación de Harris en el debate mantuvo el impulso de la campaña; incluso se aseguró el apoyo de Taylor Swift y otras figuras prominentes, incluidos varios republicanos de alto perfil como Dick Cheney, el ex secretario de defensa de George Bush desde 1989 a 1993.
Unas semanas después, el entusiasmo desapareció a medida que las carencias de Harris y de los demócratas salieron a la luz. El partido llega a las elecciones desacreditado, frente a un electorado hastiado del deterioro de las condiciones de vida, el avance de la extrema derecha y el recorte de los derechos democráticos. Sobre los hombros de Harris pesa el legado de Biden, quien, a pesar de la recuperación de la economía estadounidense tras la pandemia, es identificado como el presidente de la inflación -un aumento del 25% en el costo de vida sigue golpeando los bolsillos de la clase trabajadora-. Biden también presidió la caótica salida de Afganistán y el genocidio en Gaza, ninguno de los cuales ayuda a su popularidad.
En los primeros días, muchos estaban entusiasmados de que pudiera distanciarse de Biden y generar así expectativas de cambio real. Pero en las entrevistas, a Harris le ha costado diferenciarse: por ejemplo, aseguró en The View que no se le ocurría nada que ella hubiera hecho de forma diferente. Y, aunque insiste en que su gobierno no sería simplemente otros cuatro años de lo mismo, el peso muerto de la presidencia de Biden está lastrando sus posibilidades.
Otro reto para los demócratas es la oposición al genocidio en Palestina, del que muchos culpan a la administración actual. Mientras el genocidio continúa e Israel ha ampliado su agresión al Líbano, está claro que los demócratas -incluida Harris- están dispuestos a respaldar esta matanza y seguir armando a Israel, aunque digan que quieren un alto el fuego. Esto generó mucha ira entre los estadounidenses de origen árabe y los jóvenes. Estos votantes podrían muy bien no participar en las elecciones o emitir un voto de protesta contra Harris.
Se trata de un peligro concreto en Michigan -un estado clave-, así como en otros estados en los que los demócratas necesitan de una gran participación. Además, se convirtieron en el partido que más firmemente respalda el financiamiento de la guerra en Ucrania, una cuestión que divide a la opinión pública estadounidense.
En realidad, Harris se despegó de Biden pero por derecha, no por izquierda. Su campaña electoral, a diferencia de la de Biden en 2020, no hace hincapié en presentarla como amiga de los sindicatos y del medio ambiente. Abrazó el programa trumpista sobre inmigración y evitó cualquier gesto hacia la llamada agenda woke (como el apoyo explícito a los derechos de la comunidad trans) que Trump pudiera utilizar contra ella. La fuerza de Harris reside en su importante apoyo del Gran Capital, y prometió legalizar el derecho al aborto si gana, una de las razones por las que la apoyan más mujeres que hombres.
El autoritarismo de Trump y su base en expansión
Trump, en cambio, goza del apoyo desproporcionado de los hombres. Existen algunas explicaciones psicológicas (como la personalidad machista de Trump) y sociopolíticas (una reacción al movimiento Me Too). Pero el podcast del New York Times The Daily planteó un análisis diferente en un episodio reciente. Entrevistando a hombres jóvenes que votan a Trump -una ruptura histórica- los entrevistadores descubren una línea de fondo: están preocupados por su capacidad para ser el sostén de sus familias. Estas preocupaciones económicas impulsan su apoyo a Trump. De hecho, la idea generalizada de que una presidencia de Trump será mejor económicamente que una de Harris está haciendo que una buena parte de los votantes se inclinen por él. Esta percepción, aunque aparentemente falsa desde una perspectiva económica tradicional, es comprensible dada la experiencia que las masas han tenido con la administración Biden: una experiencia marcada por el aumento de la inflación y los salarios estancados. Ninguno de los candidatos tiene un plan para combatir estos problemas, pero, como miembro del gobierno, Harris se enfrenta a un mayor escrutinio y críticas. Trump puede atraer a los votantes señalando los años relativamente más prósperos de su presidencia pasada.
Otra cuestión importante es el giro a la derecha de la administración Biden en materia de inmigración. Esto es, en parte, resultado de la normalización y aceptación por parte del Partido Demócrata de la retórica y la política antiinmigración. El partido se ha adaptado a la noción trumpista de que la inmigración debe ser severamente limitada. La tan cacareada «ley de fronteras más dura de la historia», sobre la cual Harris no deja de manifestar su apoyo, es un ejemplo de este cambio. En el contexto de la inflación, los inmigrantes son un chivo expiatorio eficaz para problemas como el aumento del costo de la vivienda. Ahora que ambos partidos atacan a los inmigrantes, tiene sentido que los votantes que desconfían cada vez más de la inmigración decanten por el candidato que, básicamente, hizo toda su carrera demonizandolos.
En la batalla por la clase trabajadora en estas elecciones, el equipo Trump/Vance se esforzó especialmente, ya que Vance se presenta como un hijo de una familia obrera, que entiende mejor sus preocupaciones. Trump se sumó a esto, mostrándose como si estuviera trabajando en McDonald’s y su propuesta de eliminar los impuestos sobre las propinas dirigida a los trabajadores precarios. Esta estrategia fue clave en la campaña de Trump.
Además, el discurso antibelicista tuvo fuerte impacto en los votantes hartos de los compromisos exteriores de Estados Unidos, sobre todo en Ucrania. Está volviendo al perfil que le dio la victoria en 2016: ser quién puede resolver todos estos problemas, que es el gran negociador, que es un outsider de la política, que el establishment está en su contra y que sus políticas de América primero resolverán todos los problemas. Trump y sus aliados lograron mantener el mensaje, culpando de todo a los inmigrantes y a la administración Biden. Incluso la reciente devastación causada por el huracán Helene en el oeste de Carolina del Norte se convirtió en una oportunidad para hablar mal de los inmigrantes. Trump dijo a los damnificados en un acto en Carolina del Norte que no recibieron el apoyo adecuado de esta administración: gastaron su dinero en inmigrantes ilegales.
El giro a la derecha de los votantes en materia de inmigración ha ido de la mano de una expansión de la base de Trump. Podemos verlo en estados como Nueva York, un estado tradicionalmente demócrata donde Trump está mucho más cerca de Harris de lo que estuvo de Biden en 2020. Tras cuatro años de Biden, el trumpismo ya no es una mala palabra. Muchos indecisos se inclinan por Trump. Sectores de las comunidades afroamericana y latina -específicamente hombres- se suman a la campaña. En este sentido, Trump tiene una base más fuerte y ampliada que en 2020. Esto sucede, en parte, porque Biden y los demócratas no tienen nada que ofrecer a la clase trabajadora, fueron incapaces de resolver la polarización, se movieron ellos mismos hacia la derecha e incluso fomentaron la extrema derecha dentro del Partido Republicano. Por lo tanto, el corrimiento general hacia la derecha es el resultado no sólo del atractivo de Trump, sino también de los fracasos y giros de los demócratas. Este giro a la derecha es increíblemente preocupante y exige una respuesta de la clase trabajadora y los oprimidos, que serán los más afectados por las políticas reaccionarias y racistas de Trump.
De hecho, Trump radicalizó su discurso en torno tanto a los inmigrantes como a la izquierda – hablando de usar el ejército contra el enemigo interior. El ex jefe de gabinete de Trump, John Kelly, dijo que el ex presidente está en el área de extrema derecha, es ciertamente un autoritario, admira a las personas que son dictadores – lo ha dicho. Así que sin duda entra en la definición general de fascista, seguro» Ahora bien, si Trump se ajusta a la definición político-económica más precisa de fascista es una cuestión compleja y demasiado amplia para discutirla aquí. Lo que podemos decir, sin embargo, es que Kelly tiene razón en que Trump es de extrema derecha y quiere tomar medidas más autoritarias. Pero no olvidemos que quienes mandaron a la policía a disolver los acampes en universidades y reprimir a los estudiantes fueron los demócratas. También están avanzando hacia un mayor autoritarismo (aunque no tan descarada y rápidamente como Trump). Esto se debe a que el Estado necesita mano dura para mantener bajo control las contradicciones en ebullición del momento actual. Como demostró el movimiento por Palestina, el palo tiene más protagonismo que la zanahoria, y los demócratas están colaborando con las autoridades universitarias para reprimir duramente el movimiento estudiantil.
Ni Harris ni Trump: Las vicisitudes de las elecciones y la lucha por un frente único
Es imposible predecir el resultado de las elecciones, ya que hay muchos factores en juego y la situación internacional y nacional están entrelazadas en medio de la agitación mundial. Una encuesta reciente del Pew Research Center muestra que el 75% de los votantes cree que si Trump gana las elecciones, Harris y los demócratas lo aceptarán, y que si Harris gana las elecciones, Trump las impugnará. Casi el doble de partidarios de Harris (61%) que de Trump (32%) dicen que, si su candidato pierde el mes que viene, es muy importante para ellos reconocer al candidato contrario como presidente legítimo.
Aunque una de las estrategias de los demócratas es asustar a los votantes con el fantasma de la toma del Capitolio el 6 de enero, el sentimiento general es que estas elecciones podrían desembocar en violencia política. Según la encuesta del Pew Research Center, el 60% de los votantes afirma que la amenaza de violencia contra los líderes políticos y sus familias es un problema importante.
Las campaña Stop the Steal, que culminaron con el asalto al Capitolio, abrieron una crisis institucional y política histórica para el régimen bipartidista. Biden, sin embargo, fue capaz de construir un frente único contra la amenaza a la «democracia» estadounidense. Los analistas temen que este año sea diferente.
Según Rebecca Balhaus y Mariah Timms, del Wall Street Journal
“Es probable que el próximo mes se desarrolle de forma diferente si Trump vuelve a perder. El expresidente y sus aliados han pasado los últimos cuatro años sentando las bases para un esfuerzo más organizado, mejor financiado y mucho más amplio para impugnar el resultado -un Stop the Steal 2.0– si la votación no va a su favor.”
Una red secreta de donantes del Partido Republicano y multimillonarios conservadores alimentaron el esfuerzo, dando más de 140 millones de dólares a casi 50 grupos que trabajan en lo que ellos llaman integridad electoral, según una revisión del Wall Street Journal de las declaraciones de la Comisión Federal Electoral, declaraciones de impuestos y otros registros. Entre los donantes figuran organizaciones vinculadas a los multimillonarios de Wisconsin Richard y Elizabeth Uihlein y al fundador de Hobby Lobby, David Green.
Todo esto es para decir: si Kamala Harris gana las elecciones, es probable que la elección sea impugnada en los tribunales, junto con manifestaciones callejeras cuyo carácter no podemos predecir. El día de las elecciones, sectores trumpistas podrían intentar intimidar a los votantes de las minorías raciales e impedirles votar. Si Trump gana, es probable que el Partido Demócrata acepte el resultado. En ese caso, el partido sufrirá una profunda derrota de la que culpará a su ala progresista, al movimiento por Palestina o a cualquiera que tenga a mano. Pero la culpa de cualquier derrota recaerá únicamente sobre los hombros de los demócratas: el partido es el cementerio de los movimientos sociales progresistas, y amplios sectores de la clase obrera, las clases medias y los oprimidos lo entienden ahora.
Estamos en un interregno inestable, pero no debemos quedarnos sentados pasivamente, leyendo encuestas y preocupándonos. Por el contrario, tenemos que empezar a construir nuestras fuerzas ahora para organizarnos contra quienquiera que gane las elecciones. Ambos candidatos prometen más financiación del genocidio palestino, más ataques a los inmigrantes, más sumisión ante el capital. Trump promete además mayor represión -basta ver sus escalofriantes comentarios sobre el enemigo interno y sus amenazas de usar el ejército contra los izquierdistas radicales– y más ataques contra los oprimidos y los trabajadores. No podemos estar desprevenidos ante estos ataques. Por ejemplo, la necesidad de luchar para proteger a los inmigrantes sigue siendo urgente, independientemente de quién tome el mando en enero, y tenemos que estar preparados para resistir estos ataques con todas nuestras fuerzas.
Es un momento difícil en la situación nacional. La hipocresía y los verdaderos intereses del Partido Demócrata han quedado al descubierto a la vista de todos, y la extrema derecha trumpista avanza. Desde Left Voice, parte de la Red Intencionalidad La Izquierda Diario creemos que debemos resistir a los demócratas a la vez que luchamos, con todas nuestras fuerzas, contra el ascenso de Trump y la Extrema Derecha. Para ello, necesitamos un frente único formado por nuestros sindicatos y organizaciones del movimiento social que se organizan independientemente del Partido Demócrata. Necesitamos unir el movimiento por Palestina y el nuevo movimiento obrero y otros movimientos sociales para luchar tanto contra Trump como contra Harris con un solo puño, sin importar quién gane. Formar este frente único no será fácil, y es probable que tengamos que utilizar la autoorganización desde abajo para imponerlo a los líderes de los sindicatos y las organizaciones del movimiento social. Este frente único debe organizarse desde la base con asambleas, abiertas a participantes de cualquier tendencia, para que las diferentes alas políticas y organizaciones, junto con los independientes, puedan compartir sus perspectivas y discutir sobre el camino a seguir.
No podemos dar nuestro apoyo al Partido Demócrata, y no debemos desestimar las amenazas reales que plantea Trump. Gane quien gane, tendremos que luchar para proteger nuestros derechos y conseguir nuestras reivindicaciones. Esperemos que de esta pelea pueda surgir un nuevo partido político. Un partido de trabajadores y oprimidos que luche por el socialismo. La necesidad de construir una alternativa política a los partidos actuales es primordial, pero también lo es la lucha aquí y ahora. Por eso debemos unir estos dos objetivos y construir el frente único con nuestra política abierta y nuestras consignas claras. La vanguardia y la izquierda deben adoptar un programa revolucionario y unirse para sentar las bases de un nuevo partido político de la clase obrera que enarbole la bandera del socialismo.