El argentino Javier Milei fue uno de los primeros mandatarios en calificar de fraudulentas a las elecciones venezolanas: definió a Nicolás Maduro como “dictador” y le exigió que “reconociera la derrota luego de años de socialismo, miseria, decadencia y muerte”. Por primera vez desde que preside Argentina, con la crisis en Venezuela sus movimientos en la política internacional consiguieron ser algo más que exabruptos —aunque también los hubo— y disputas con otros presidentes. La figura de Maduro se convirtió en un enemigo perfecto, una síntesis de los anatemas del ultraderechista que le permite mostrarse alineado con las voces mundiales que reclaman respeto a la democracia, mientras él profundiza su combate con el “socialismo” y la intervención del Estado.
“Los venezolanos eligieron terminar con la dictadura comunista de Nicolás Maduro”, fue el mensaje que Milei difundió apenas horas después de las elecciones del domingo 28. “Argentina no va a reconocer otro fraude”, continuó en sus redes sociales, “y espera que las fuerzas armadas esta vez defiendan la democracia”. A medida que fue creciendo el conflicto en Venezuela, también lo hizo su confrontación personal con Maduro. “Milei, te digo: no me aguantas ni un round. Bicho cobarde. Traidor de la patria”, le dedicó el venezolano al argentino, “¿cómo se puede tomar en serio a un fascista, a un nazi como ése?”, preguntó. “Los insultos del dictador Maduro para mí son halagos”, respondió Milei.
La contienda escaló al campo diplomático. El Gobierno de Maduro expulsó a los representantes de Argentina y los seis dirigentes opositores venezolanos asilados en la embajada de ese país en Caracas quedaron bajo amenaza. Los rescató Brasil, que asumió la custodia de la embajada y sus ocupantes. Milei tuvo que agradecer la intercesión del Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, el mismo al que hace unas semanas tachó de “corrupto” y “comunista”.
Es que, hasta ahora, Milei se había hecho oír en la política internacional con un discurso ferozmente antiestatal en distintos foros de la ultraderecha y con ataques personales a otros mandatarios, como Lula, el español Pedro Sánchez, el colombiano Gustavo Petro o el mexicano Andrés Manuel López Obrador, a los que identifica como defensores de esa “organización criminal” que, reitera como una letanía, es el Estado. Aunque la retórica se repite en el enfrentamiento con Maduro, la coyuntura es otra.
En la escena global
“Maduro es el antagonista ideal para Milei. Por un lado, por su orientación ideológica, uno anarco-capitalista, libertario, pro-mercado, y el otro todo lo contrario, socialista, estatista, de izquierda. También confrontan por los alineamientos internacionales. Y ahora el conflicto en torno a las elecciones abre una ventana de oportunidades para Milei: puede decir que, además, Maduro hace fraude y es un autócrata”, resume Miguel De Luca, profesor e investigador de Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires. “Maduro le sirve a Milei como ejemplo paradigmático del Estado ineficiente y corrupto que él dice combatir. Por supuesto, elige ese caso en lugar de otros donde la intervención estatal regula el mercado, amortigua diferencias y genera un mayor desarrollo”.
La crisis en Venezuela, señala De Luca, “le permite a Milei sumarse, desde su postura de extrema derecha, a líderes democráticos de centroderecha e incluso de centroizquierda”. El politólogo Sergio De Piero coincide en que, con este conflicto, el presidente argentino “encuentra una agenda que lo introduce en el sistema tradicional de relaciones internacionales. Hasta el momento, la mayor parte de las alianzas de Milei habían sido con partidos opositores, como en los casos de España (con Vox), Estados Unidos (con Donald Trump) y Brasil (con Jair Bolsonaro). Es decir, no estaba haciendo política internacional en el sentido clásico. Ahora se ubica en un lugar diferente, en un lugar compartido con otros jefes de Estado, aunque manejándose torpemente y con gente muy inexperta en su Gobierno”.
Para Milei, distingue el profesor de la UBA y analista político Julio Burdman, “el problema no es la cuestión democrática, sino el carácter socialista de Maduro. Es decir, no es cualquier tipo de dictador. La batalla que da Milei a nivel local e internacional es la misma, es con lo que él llama socialismo. Él no critica otro tipo de gobiernos, él se ensaña con los gobiernos que son enemigos del libre mercado. Su combate es contra los socialistas que oprimen”. Por caso, no oculta su afinidad con el salvadoreño Nayib Bukele, cuestionado por el deterioro de las libertades civiles y las garantías democráticas, pero al que nadie llamaría socialista.
Fronteras adentro
Si la disputa con Maduro le puede dar algún rédito internacional a Milei, no está claro que la ecuación tenga el mismo resultado dentro de la Argentina.
“Milei encuentra en Maduro un adversario a su medida, pero no le sirve respecto de los problemas reales que enfrenta hoy su Gobierno”, dice De Piero, director del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional Arturo Jauretche. “Para poner un ejemplo: Néstor Kirchner [presidente entre 2003 y 2007] había encontrado en el Fondo Monetario Internacional un responsable de la crítica situación económica del país, algo que no estaba tan lejos de ser cierto, y además el FMI era un actor que la ciudadanía tenía muy presente. Pero Maduro no tiene nada que ver con la crisis económica de la Argentina, a Milei no le va a ser útil para explicar la recesión, la caída de los ingresos, el desempleo, el aumento de la pobreza. Ante todos esos problemas, que eran previos pero que se desataron violentamente a partir de su asunción, la situación de Venezuela a Milei no le sirve para nada”.
A nivel local, además, el contraste entre ambos presidentes se puede difuminar. “En el estilo de liderazgo se parecen bastante Maduro y Milei”, sostiene De Luca. “Ninguno se caracteriza por la búsqueda de consensos ni de lazos de cooperación. Todas las discusiones son a todo o nada. Así es difícil cualquier tipo de proyecto de país en común. En el discurso público, la confrontación, el insulto, el ninguneo del que piensa diferente, aumentan la polarización, erosionan la tolerancia y la convivencia se resiente. Los niveles de violencia política aumentan cuando los líderes no respetan a los otros”.
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