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La hora de los cristianos

Autor: Vanessa Kaiser

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Existen dos tipos de cristianos, el que profesa la fe y el cristiano cultural. Ambos comparten el aprecio por una cultura que sabemos es moralmente superior, pues es la única que reconoce la dignidad de la persona, pone límites al poder del Estado y afirma la preexistencia de derechos inalienables. Las raíces de estos tres pilares se encuentran en el legado de Jesús y ese es el motivo por el que hablamos de un antes y un después de Cristo.

Simplificando mucho el análisis nos referimos a una concepción antropológica presente en El Génesis -fuimos creados a imagen y semejanza de Dios- que da vida y cuerpo al concepto de igual dignidad, fundamento moral del Estado de derecho y de la igualdad ante la ley. El libre arbitrio también surge con el cristianismo. Es Jesús quien reconoce y respeta la voluntad del individuo al decir “el que quiera que me siga” (Juan 12: 26-28). Sin esa libertad interior seríamos como los antiguos griegos, meros juguetes de los dioses del Olimpo o, como en las teocracias, tiranías y regímenes totalitarios, sujetos determinados por la clase, en el caso del marxismo o la raza en el del nacionalsocialismo alemán. Más recientemente, con la Nueva Izquierda y su política identitaria estamos determinados por el sexo en el caso del feminismo, la pobreza según el derecho garantista, la raza nuevamente, pero desde el etnomarxismo indigenista, el cuerpo con la ideología de género por mencionar los más relevantes.

El marxismo y todas sus vertientes comparten una idea fundamental: el determinismo que niega la libertad de las personas para elegir entre el bien y el mal, sobreponerse a las dificultades y recorrer el camino propio en busca de la felicidad. Por último, la expresión “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22:21) pone un límite claro al poder político sobre la libertad de los individuos. Podemos decir, sin temor a equivocarnos que los tres pilares mencionados -dignidad, libertad y límite al poder político- constituyen la quinta esencia de la civilización judeocristiana y base de los valores que explican su superioridad. El problema es que los estamos perdiendo y en esta breve columna intentaré explicar por qué.

En el contexto de nuestras alicaídas democracias representativas los límites al poder político constituyen la privación más evidente y preocupante. Desde la imposición de la ideología de género que pulveriza el derecho y deber preferente de los padres a educar y cuidar a sus hijos hasta la sostenibilidad tributaria recientemente aprobada en nuestro país, los tentáculos del Estado, las burocracias y los políticos han transgredido todas las fronteras. Dado que la legislación impuesta por la izquierda globalista y gracias a la ignorancia de la derecha es incompatible con el sustrato cristiano de nuestros valores, hemos visto reaccionar en todas partes del mundo a prelados de las distintas iglesias. Recientemente, en Noruega, más de 30 organizaciones cristianas firmaron un documento conjunto sobre “diversidad de género y sexualidad”, que busca defender a los niños, las familias y la doctrina bíblica sobre el sexo y la relación entre hombres y mujeres. El documento ecuménico es categórico: “Consideramos que gran parte del contenido de la ideología de género moderna, incluso el concepto mismo de «género y diversidad sexual», además de ser incompatible con nuestra fe, pensamiento y visión del mundo como cristianos, no tiene sustento en la medicina o la biología”.

¿Dónde han estado los cristianos de fe hasta este momento? ¿Cómo han podido permitir que se enseñe a los niños que Dios te puso en un cuerpo equivocado? ¿Y los cristianos culturales? ¿Desde cuándo han normalizado que a menores de edad se les castre con hormonas y cirugías horrorosas que terminan por enfermar y acortar drásticamente la vida de menores de edad? Del proyecto ideológico de la Nueva Izquierda nos basta la ideología de género para entender el carácter subversivo y anticristiano de su agenda global. Desaparecen completamente los límites al poder del Estado -los padres que se oponen enfrentan penas de cárcel-, nuestra concepción de dignidad es transvalorada por una antropología materialista de autopercepción genital -ya no importa ser buena o mala persona, sino saber si se nació en el cuerpo correcto- y, por supuesto, se extingue el libre arbitrio.

El avance de la gobernanza global de corte anticristiano ha puesto todo en juego: desde la soberanía de las naciones a la subsistencia de la familia. Esto ha sucedido principalmente en los países occidentales porque nuestros valores no subsisten sin la fe en Dios. Y es que sólo quienes siguen, con o sin vida religiosa, los preceptos de la verdad, el bien y el amor al prójimo, entienden la diferencia entre lo sagrado y lo profano. De ahí que en Occidente seamos millones de personas quienes consideramos que la infancia es sagrada y no estemos disponibles para avanzar ideas como las que enarbola la Nueva Izquierda que nos habla del consentimiento de los niños para tener relaciones íntimas con adultos (Irene Montero, ministra de la Igualdad española) o de la necesidad de mutilarlos bajo la excusa de que la disforia -considerada un trastorno hasta el año 2012-, sería un tipo de vida normal que hay que afirmar. Es en el año 2013 cuando la Asociación Americana de Psiquiatría en su informe titulado Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales excluye la transexualidad del segmento de trastorno e introduce el concepto de disforia de género. Las consecuencias las vemos en la tragedia que viven decenas de miles de jóvenes que han detransicionado y deben enfrentar un futuro con sus cuerpos mutilados por médicos activistas de la ideología de género. 

La subsistencia de nuestra cultura está en juego. Y no, claramente, no estamos hablando de la desaparición de los polos y el reverdecimiento de Groenlandia, en inglés Greenland, porque hace muchos siglos era un vergel. El apocalipsis no será climático, sino el resultado de la barbarie civilizatoria impuesta por una agenda globalista que está subvirtiendo nuestros valores y destruyendo el porvenir, enfermando a las nuevas generaciones, desmantelando los mercados y poniendo en riesgo la seguridad alimentaria con su incansable ataque a la agricultura. Lo bueno es que, al menos, el Presidente Javier Milei está dando la batalla: esta semana rechazó firmar un documento del G20 que impone la ideología de género y en su discurso en la ONU acusó a los globalistas de querer imponernos el socialismo con la Agenda 2030, ahora 2045. Pero él no podrá solo en contra del monstruo. Es imperioso sumar fuerzas; esta es la hora de los cristianos.

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