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Alain Santamaría, el campeón del mundo que busca un salario mínimo para seguir corriendo

Autor: EL PAIS

Alain Santamaría (Ezcaray, La Rioja; 31 años) se cura con yodo una gran ampolla en el pie izquierdo para llegar a la última carrera del calendario regular de las Golden Trail Series, este domingo en Mammoth Lakes (California). No es baladí, se gana la vida con los pies. O a eso aspira. Porque el camino de este riojano para convertirse el 8 de septiembre en doble campeón del mundo en Desafío Urbión (Soria) es deficitario. Alguien que dejó en enero su empleo como operario de mantenimiento en busca de su sueño. “Es una inversión en mí, yo soy mi negocio, buscando el contrato que necesito. Pero puedo seguir perdiendo dinero hasta este año. Si en 2025 no tengo el salario mínimo, no voy a seguir en el trail”. La cifra, 15.876 euros anuales. Su beneficio, la felicidad. Pero el tiempo se agota.

Su padre le puso con siete años a correr. Como no encontró rival en los cross de La Rioja, le llevó a los internacionales para que le ganaran. “Siempre me ha intentado dar lecciones de humildad, que yo no era tan bueno”. Pero ganó. Perdió la motivación y probó suerte en el fútbol y el baloncesto, pero el deporte de equipo no le llenaba. Ahí conoció el trail, haciendo con 14 años en la travesía de Ezcaray, su pueblo, un evento con mil participantes y casi 30 kilómetros que inició con un amigo de su padre. Se perdieron, y cuando deshicieron el camino, vio una hilera de 600 personas. Así que le dijo: “Yo tiro”. Aquel niño hizo desde cima hasta meta mejores tiempos que los ganadores. “Aquello me lleno mucho”.

Pero no le salvó. “No había carreras, no existía el trail”. Fueron años de adolescencia “bastante heavys” para un hijo único con padres separados desde los tres años. Tuvo que llegar su primo y padrino para sacarle con la bici de montaña: piques constantes hasta que el aprendiz superó al maestro. La revelación vino cuando vio a Carlos Sastre ganar el Tour de Francia en 2008. A la semana siguiente consiguió una bici barata de la tienda del pueblo, donde ya conocían al renacuajo que se metía en el top-10 de los duatlones. “Descubro un mundo de sacrificio, esa locura de ir en bici, conozco el miedo. Me flipa no tener el control y que eso no vaya a ser fácil para mí”. Y fue su vía de escape. “Gracias a la bici no me descarrilé”.

Empezó el camino que debía llevarle al Tour, ganándose un puesto en la cantera de Euskaltel pese a no ser ni vasco ni navarro. “Das casi por hecho que vas a ser profesional”. Pero el reto psicológico fue enorme y las cosas no salían. Un trabajo limpiando suelos en la catedral de Santo Domingo de la Calzada demostró a alguien que no había estudiado que valía para más que montar en bici. La estabilidad personal se tradujo en resultados —ganando a Enric Más, dejando a Marc Soler—, pero se encontró con un tapón: “No pasaba nadie a profesional”. La licencia UCI se la dio en 2016 un nuevo equipo de inversión marroquí y Emiratos Árabes, un proyecto precario que se truncó nada más empezar, en Argelia, en un hotel con agujeros de bala y metralletas en la puerta. “Los peores meses de mi vida”. Andaba como nunca y le querían en Euskadi, pero no llegó la carta de libertad, así que devolvió la bici y dijo basta. “Mi cabeza estalló. Salía a entrenar y volvía llorando a casa”.

El corredor celebra entre la niebla su victoria en la modalidad de kilómetro vertical del Mundial.
El corredor celebra entre la niebla su victoria en la modalidad de kilómetro vertical del Mundial.Diego de la Iglesia

Pero el deporte era innegociable. Su curiosear por duatlones de montaña vascos desembocó en la oportunidad de hacer Gorbeia, una de las clásicas del trail, en 2017. “Me presenté con una forma física brutal y metí un petardazo…” La voz de su padre, otra vez: no eres tan bueno. Pero iniciar una nueva vida requería cerrar la anterior, así que volvió al ciclismo para un último año sin buscar ser profesional. “Hice las paces con la bici”. En ese epílogo, preparó el kilómetro vertical de Zegama y fue tercero, en 2019. Ahí empezó su último reto. “Vas a ser corredor de montaña. O por lo menos lo vas a intentar”, se decía. Logró su primer contrato con La Sportiva: unos 1.000 euros anuales y material: “No era malo para lo que luego he visto”. Pero llegó la pandemia, se acabaron las carreras, cogió una tendinitis y no le renovaron. Así que este “manitas” se construyó una casa y se olvidó del deporte. “Mi entrenamiento era subir sacos de yeso por las escaleras”. No se le dio mal.

“Volví porque soy feliz en la montaña y me encanta competir”. Aprovechó su podio en el vertical de Zegama para “llorar como un auténtico cabrón” en 2022 para conseguir un dorsal para la maratón más cotizada del mundo. Hizo 4h27m17s, suficiente para asegurarse la presencia el año siguiente: este año hizo 3h54m11s. Y volvió a Gorbeia a ganar la categoría open, con 3h08m54, un abismo para su versión de 2017, la que bajó andando para hacer casi una hora más (4h02m39s).

Y llegó su año, pues en 2023 disfrutó como nunca entrenando. “Una chispa física y mental que no he tenido nunca”. Ganó el campeonato de Euskadi a los mejores corredores vascos y se clasificó en el kilómetro vertical de Txindoki para el Europeo de Montenegro, donde consiguió dos bronces. “Trabajaba mis ocho horas y según terminaba, me iba a dormir a 2.000 metros con mi furgoneta. Hacía un rodaje a las seis de la mañana y a las ocho estaba fichando”. Ganó en tres semanas seguidas Desafío Urbión, el campeonato de España de vertical y Gorbeia, su día D. “Era un tonto motivado. Me levantaba pensando que era mi carrera, que les iba a ganar. Creo que fue el día que pasé a ser deportista profesional”. Y ganó.

Su sueldo actual, en torno a la mitad del salario mínimo, es un privilegio para lo que cobran otros atletas españoles de Salomon. La muestra de la precariedad de un deporte aún por emerger del todo. Así que el mejor español en la general de las Golden Trail Series —noveno— coge dos garrafas de agua de diez litros y se pone a hacer sentadillas. Su odisea continúa.

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