Este mes, el candidato republicano a la vicepresidencia JD Vance dijo a los reporteros que quiere detener la “locura” en la frontera sur después de pasar unos 20 minutos recorriendo la frontera en un sitio de detención al aire libre en San Ysidro que los agentes de la Patrulla Fronteriza han llamado “Whiskey 8.”
He estado allí todos los días durante el último año.
“Whiskey 8” se encuentra entre los dos muros fronterizos de 30 pies de altura al oeste del Puerto de Entrada de San Ysidro. En septiembre del año pasado, la Patrulla Fronteriza de EE.UU. comenzó a mantener a los migrantes en sitios al aire libre a lo largo de la frontera entre EE.UU. y México sin acceso a servicios básicos. A través de las barreras fronterizas, trabajo con voluntarios para entregar agua, comida y ropa a las personas y atender sus heridas lo mejor que podemos.
En una mañana reciente, me quedé junto al muro con una mujer que acababa de llegar al otro lado. Su mano temblaba incontrolablemente y unos segundos después su cuerpo comenzó a hacer lo mismo. Mientras sostenía su mano a través del muro y veía las lágrimas recorrer sus mejillas, ella comenzó a entrar en pánico. Su hijo pequeño empezó a llorar. Le dije que tratara de calmar su respiración porque eso ayudaría a regular su cuerpo. Ella dijo que ella y su familia acababan de cruzar el primer muro fronterizo. Dijo que era asmática y seguía tocándose el pecho; le pedí que respirara lentamente conmigo.
Le dije mi nombre y compartí información acerca de los muchos voluntarios que mantienen las estaciones de solidaridad para ayudar a personas como ella y su familia mientras pasan por nuestra región fronteriza. Sentí que su mano se relajaba un poco y su hijo levantó la vista y estableció contacto visual conmigo. Le pregunté de dónde era y me dijo que de Michoacán, México.
Sentí su mano tensarse de nuevo y ella dijo: “Matieron a mi hijo ayer.”
Segundos después, escuché el sonido familiar de un vehículo de la Patrulla Fronteriza acercándose a la zona a alta velocidad. Solté su mano y rápidamente les di recomendaciones básicas sobre qué esperar. Lo más rápido que pude, les dije que se quitaran los cordones de los zapatos, que usaran solo una capa de ropa y que se aseguraran de no llevar comida ni agua con ellos, ya que la Patrulla Fronteriza no lo permite.
Las dos familias reunieron sus pocas pertenencias y, mientras el agente de la Patrulla Fronteriza ordenaba desde la distancia, le pedí su nombre. Ella se volvió y con una suave sonrisa dijo: “Mi nombre es Alma Rosa.”
El profundo dolor de Alma Rosa es como el de los solicitantes de asilo que veo todos los días.
El 11 de agosto, mientras me acercaba al muro, conocí a Antonela, una niña de 4 años que viajó con su madre desde Colombia y había cruzado el primer muro fronterizo alrededor de las 4 a.m. con un grupo de ocho personas. Después de una breve presentación, ofrecí café y barras de granola al pequeño grupo mientras pasaba varias sillas plegables a través de la muralla para que se sentaran.
Jenny, una mujer de 48 años de Panamá, luchaba por levantarse del suelo y dejó escapar un grito al poner peso en su pierna derecha. Juan, de Colombia, fue rápido en sujetar su brazo y ayudarla a llegar a la silla. Le pregunté a Jenny si estaba herida, y ella dijo que se había caído del muro horas antes y estaba experimentando un dolor extremo. Le di medicación para el dolor. Juan estaba sentado más cerca del muro y me susurró: “Vi todo, yo fui el primero en cruzar y ella estaba detrás de mí, no pudo agarrarse y se cayó desde lo más alto.”
Mirando a la distancia mientras el amanecer empezaba a mostrar un suave color púrpura, dijo: “Era como ver una película, excepto que era real.”
Desearía que todo este año en el muro fronterizo todo fuera solo una película. Desearía que fuera una ficción improbable que los líderes de ambos principales partidos políticos están compitiendo para ver quién puede ser el más cruel con Alma Rosa, Jenny, Juan, sus hijos y miles de otros. Desearía que viviéramos en un país que respetara el derecho a solicitar asilo.
Pero los muros, y las personas atrapadas detrás de ellas, no son una ficción, ni una metáfora, ni piezas de ajedrez para que los políticos las muevan por un tablero a su antojo. Para los políticos que utilizan la muralla fronteriza como telón de fondo para sus campañas políticas, deben entender que las personas que llegan son seres humanos con esperanzas, sueños y miedos, tal como lo somos todos.
Después de 365 días en el muro fronterizo, puedo decirte que la retórica hiperbólica de los políticos no tiene nada que ver con la realidad. No hay una “crisis fronteriza” — o al menos no del tipo que quieren que imagines. La crisis es moral. ¿Aceptaremos un sistema de inmigración basado en la violencia, la exclusión y la crueldad? ¿O abrazaremos políticas justas, acogedoras y equitativas que beneficien a todas nuestras comunidades?
Jasso es la coordinadora del programa para el Programa Fronterizo EE.UU./México del American Friends Service Committee. Vive en el sur de San Diego.
Original opinion note:
Opinion: I spent a year at the border wall. Here’s what I wish JD Vance learned.
