En el kilómetro 35 de la maratón de Valencia, allí donde ya no hay piernas, ni cabeza, y solo el corazón puede rescatar a los corredores del pelotón aficionado, ruge un grito: “¡Va, chavales! ¡Por Valencia! ¡A rendir tributo!”. Un mes después de la tragedia de la dana, la proclama retumba este domingo en una ciudad que es como una burbuja. Aquí no hay medianas reventadas, quitamiedos rotos, ni coches desvencijados y acumulados sin ton ni son, como en la zona cero del drama, que está al otro lado del río, a unos pocos kilómetros. Sin embargo, ninguno de los 35.000 corredores puede olvidarse ni por un segundo de lo que ha ocurrido, del barro y el polvo que lo invade todo, de los muertos, y de quienes les lloran.
Abundan los crespones negros en las camisetas. En dos puntos kilométricos, alrededor del 5 y el 22, un grupo de espectadores enseña carteles de coches embarrados y reventados por el agua, de manos infantiles que remiten a las escuelas que aún no han retomado su actividad, y que en conjunto recuerdan que las heridas abiertas por la riada siguen muy lejos de curarse. También se ve a corredores con banderas valencianas serigrafiadas (“El poble salva al poble [el pueblo salval al pueblo]” o “Tots junts eixirem [Todos juntos saldremos]”) y camisetas que recuerdan que a unos kilómetros de ese lugar en el que sufren porque quieren los corredores el tiempo sigue detenido y el sufrimiento es real, verdadero, y horrible (”Que el tiempo no borre lo que un día cubrió el barro”). Y al final de la carrera, los abrazos, las lágrimas, y las sonrisas son más profundas, y más sentidos, que nunca.
“Gracias hermanos”, extiende un corredor su bandera valenciana con el azul tropical del agua que rodea la línea de meta como telón de fondo.
“Fuerza Valencia”, se lee en los carteles que se han pegado a la espalda los corredores de un club local, y que lucen uno a uno los nombres de las poblaciones afectadas.
Ese mismo listado impreso en un panel recibe desde el jueves a los corredores en la feria a la que deben acudir a recoger sus dorsales. Allí, en una pared llena de mensajes garabateados por los asistentes, el autógrafo de unos niños llamados Telma y Gabriel se confunden con el mensaje dejado por unas atletas: “Fuerza Valencia. Estamos con ustedes”. Soldados con las botas embarradas y el rostro agotado se pasean por el recinto. Quizás haya corredores que no sepan lo que ha pasado, porque esta es una prueba internacional, con atletas venidos de todo el mundo. Pero parece difícil que alguien puede olvidarse del drama, del barro y el polvo que lo invade todo.
Porque el último mes de preparación para la carrera está marcado por la dana, y las dudas consecuentes, por mucho que los organizadores defiendan que con la carrera se reactiva la economía de la provincia, o que han recaudado decenas de miles de euros en donaciones para el deporte valenciano afectado por el temporal, o que harán una donación más de tres euros por cada corredor que termine.
¿No es una frivolidad pensar en los kilómetros por delante cuando tanta gente lo ha perdido todo? ¿Cómo no revolverse al ver en las redes sociales un grafiti negro, Menos maratón y más sacar barro, que apela a la conciencia, a la empatía y el corazón?
Todas esas emociones acompañan a muchos corredores hasta la línea de salida. El mismo mensaje truena en diferentes idiomas por los altavoces: “Este año el maratón es más que un desafío personal. Hoy, todos corremos por Valencia. El mundo corre por Valencia”. Suena el himno de la región, con su cierre en alto: “¡Vixca València! ¡Vixca! ¡Vixca! ¡Vixca!”
Y arranca la carrera. Allí hay corredores que han subastado a 10 euros cada kilómetro de los 42 de carrera para entregar las donaciones a entidades que trabajan sobre el terreno para resolver los daños del temporal. También gente que simplemente ha venido a correr. Pero a muchos sí les importa lo que ha pasado. Corren por ellos, pero también por los que no están. Y cuando acaban esas cuatro horas de pausa de la realidad tenebrosa, hecha de barro y muerte, de casas inundadas, vuelven a la realidad. En algunos casos, con otra cara.
—Hay que tirar para adelante, poco a poco, no queda otra, se despiden dos corredores que vienen de Guadassuar, una de las poblaciones arrasadas por el agua, y que llevan un crespón de negro luto en la espalda.