Cuando se trata de analizar los avances o retrocesos en materia de política ambiental, soy de los que prefieren siempre resaltar las buenas noticias. Este año que termina, sin embargo, no deja mucho espacio para el optimismo: la evolución de los indicadores ambientales es globalmente negativa. Si volvemos la mirada al panorama nacional tampoco hay mucho que celebrar: ha sido un año perdido para el medio ambiente.
En términos globales, las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera alcanzarán un récord histórico en 2024, llegando hasta las 41.600 millones de toneladas. Este dato incluye las emisiones procedentes de la quema de combustibles fósiles, que alcanzarán según Global Carbon Project, los 37.400 millones de toneladas este año, el 0,8 % más que en 2023, y las emisiones procedentes de los cambios en el uso del suelo.
2024 se convertirá en el año más cálido desde que hay registros, y superará por vez primera los 1,5 ºC de aumento en las temperaturas medias. Con ello se estaría, de hecho, incumpliendo el Acuerdo de París firmado en 2015, un acuerdo global precisamente destinado a evitar ese incremento de temperatura. Este dato no es baladí, ya que la comunidad científica lleva advirtiendo del riesgo para el futuro si superamos esa barrera.
Si los datos son demoledores, no lo es menos la falta de acción política para frenar el deterioro del Planeta. Un buen ejemplo de ello ha sido el fracaso de la Cumbre del Clima (COP29) celebrada este año en Bakú (capital de Azerbaiyán), que finalizó sin avances significativos en ninguna de las áreas de trabajo en las que se necesitan decisiones urgentes: financiación, mitigación o adaptación.
El otro gran ámbito de trabajo global en materia ambiental es la defensa de la biodiversidad, pero tampoco en esta área hay nuevas noticias. El último informe IPBES destaca que un millón (¡un millón!) de especies están expuestas a la extinción, con una tasa de disminución de entre un 2% y un 6% durante los últimos 30 a 50 años.
Por tanto, podemos concluir que la sociedad sigue haciendo oídos sordos a las repetidas advertencias científicas que alertan sobre el deterioro de nuestro medio ambiente. O quizás por ser más optimistas, no estamos haciendo lo suficiente para frenar la carrera hacia el abismo.
¿Y en España?
Escribo estas líneas al tiempo que se conoce que en España también aumentan las emisiones. En concreto el 1% con respecto a 2023. Este cambio de tendencia es muy preocupante, porque puede no ser anecdótico sino consecuencia de un freno en las políticas ambientales en nuestro país. El esfuerzo en la introducción de energías renovables está quedando neutralizado por la falta de acción en el sector del transporte, que tiene las emisiones desbocadas.
Nos enfrentamos en España a la influencia en las políticas locales de partidos negacionistas del cambio climático. La alianza negacionista de PP/VOX se ha dedicado durante este último año a desmantelar, sistemáticamente, cualquier avance en materia ambiental que se haya producido en nuestras ciudades. Así, vemos cómo se desmantelan carriles bici, se vacían de contenido hasta dejarlas sin efecto las zonas de bajas emisiones o se talan zonas arboladas en las ciudades. Exactamente lo contrario de lo que deberían estar haciendo. Valga como ejemplo el desmantelamiento por parte del Gobierno valenciano de la Agencia contra el cambio climático, sólo semanas antes de la terrible DANA que se llevó por delante más de 220 vidas. Que el negacionismo mande en nuestras ciudades es un drama que, literalmente, cuesta vidas. Lo hemos visto en Valencia.
Pero el gobierno de PSOE y Sumar también ha abandonado la política ambiental. Desde que comenzó la legislatura no se ha aprobado ni una sola ley que permita hablar de avances en materia legislativa. Tampoco se ha avanzado en el desarrollo y aplicación de las leyes que se aprobaron la pasada legislatura, como la ley de cambio climático, que debía haberse revisado al alza en sus objetivos en 2023, o la ley de residuos.
La llamada “mayoría de investidura” no avanza en materia ambiental porque, entre otras cosas, PNV y Junts prefieren alinearse con los intereses corporativos. Como hemos visto con el impuesto a las empresas energéticas, PNV y Junts prefieren aliarse con el PP, antes que con el medio ambiente. Sorprende, o quizá no, la escasa voluntad del gobierno de PSOE y Sumar para plantarse ante estos intereses que chocan con las políticas climáticas que el presidente presuntamente defiende con tanto ahínco en las cumbres internacionales. Porque, efectivamente, el cambio climático mata. Pero, precisamente por eso, los intereses de Repsol (y de sus representantes en el Parlamento, PNV y Junts) son incompatibles con las medidas necesarias para hacerle frente.
En esta ocasión tampoco Europa va a venir al rescate porque las políticas europeas están dejando atrás el llamado Pacto Verde. Europa también ha girado hacia el negacionismo, alejándose de las políticas verdes, y en solo unos meses hemos visto cómo se reduce la protección del lobo, se retrasa la aplicación de la ley contra la importación de productos vinculados a la deforestación tropical o se acelera la firma del tratado UE-Mercosur.
La principal conclusión que debemos extraer de este 2024 es que las cosas no van bien para nuestro Planeta. Aumentan las emisiones, desaparecen especies y el cambio global se acelera. Podemos seguir indiferentes, o tratar de hacer algo al respecto. Para los que optamos por la segunda opción es imprescindible abordar lo que el IPBES nos está advirtiendo: “los actuales enfoques no han logrado detener ni invertir el declive de la naturaleza en todo el mundo”, y abogar por un cambio de valores porque la Naturaleza está bajo presión “por las formas en que consumimos, nos relacionamos con ella o nos gobernamos”.
En definitiva, la presión es grande porque la ventana temporal para invertir la tendencia se está cerrando, pero la buena noticia es que aún estamos a tiempo. El cambio de modelo que necesitamos es muy profundo, y tiene que ver también con la forma en que nos relacionamos con la tierra, y con la transformación del modelo económico. No es sencillo hacerlo, pero es posible. Las sociedades humanas lo han podido hacer en el pasado, transformándose. Ese es el reto, y hay que empezar ya.