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En la historia de las compras territoriales de Estados Unidos, pocas iniciativas resultaron tan llamativas como los intentos de adquirir Groenlandia, ya que, a pesar de que hayan pasado casi 80 años desde el primero, Donald Trump -que está a pocos días de asumir-insiste con adquirir la isla. Es la segunda vez que lo propone en la última década…
Groenlandia, con una población de apenas 55000 habitantes, es la isla más grande del mundo. El 80% de su superficie está cubierta por hielo, y las temperaturas invernales suelen descender por debajo de los -20 °C. Sin embargo, su riqueza natural es incalculable: tiene yacimientos de zinc, oro, hierro, uranio, petróleo y gas en alta mar… recursos que la convierten en un botín codiciado. Pero, además, su posición geográfica la hace crítica para cuestiones de defensa y navegación. Por ejemplo, las rutas aéreas más cortas entre Europa y América del Norte pasan por la isla, y su Base Espacial de Pituffik (estadounidense) es esencial para el sistema de defensa estadounidense.
El primer intento oficial de Estados Unidos por adquirir Groenlandia ocurrió hace ya un tiempo, en 1946, bajo la presidencia de Harry S. Truman. En plena posguerra, el gobierno estadounidense consideró que la isla representaba “una necesidad militar” debido a su ubicación estratégica en el ártico. La oferta fue contundente: 100 millones de dólares en barras de oro, lo que hoy equivaldría a más de 1600 millones de dólares. Por entonces, ese tipo de transacciones eran algo más común. Estados Unidos le había comprado Alaska a Rusia, en 1867, y 2.144. 476 de kilómetros cuadrados a Francia, en lo que se conoce como “la compra de Luisiana”, en 1803. Y es imposible dejar de mencionar que, en 1946, ya había un antecedente directo -y fresco- de compra de un territorio danés por parte de los Estados Unidos: en 1917, durante el gobierno de Woodrow Wilson, Estados Unidos adquirió las Islas Vírgenes estadounidenses (previamente, Danish West Indies) por la suma de 25 millones de dólares. Hasta ese año, ese territorio caribeño pertenecía a Dinamarca.
Desde finales de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos percibía Groenlandia como un territorio clave para la seguridad nacional. Un encuentro del comité de estrategia del Estado Mayor Conjunto lo dejó claro cuando dijo que el control del territorio era “indispensable” para evitar que adversarios se posicionaran cerca de Estados Unidos. Pero Dinamarca, que controlaba Groenlandia desde hacía más de 300 años, rechazó la oferta de Harry Truman de manera tajante. El Primer Ministro danés calificó el intento como “absurdo” y dejó en claro que el territorio no estaba a la venta. Aunque la compra no se concretó, Estados Unidos aseguró su presencia en la región mediante un acuerdo que le permitió establecer la base aérea de Thule en 1951. Esta instalación -que es Pituffik y hoy se la llama por este nombre- todavía está operativa y se convirtió en un pilar del sistema de alerta temprana contra misiles balísticos.
Pero la historia de Groenlandia es mucho más que un capítulo en las ambiciones geopolíticas de Estados Unidos. Sus orígenes humanos se remontan a una serie de migraciones inuit desde América del Norte, que comenzaron alrededor del año 2500 a.C. y se extendieron hasta el segundo milenio d.C. Estas olas migratorias dieron lugar a culturas como la Saqqaq y la Dorset, hasta llegar a la Thule, cuya presencia marcó el inicio de interacciones con los colonos escandinavos en el siglo XIII.
El primer asentamiento europeo en Groenlandia fue establecido por el noruego Erik el Rojo en el año 982, después de ser desterrado de Islandia por homicidio. Erik, padre de Leif Erikson, uno de los primeros europeos en alcanzar norteamérica, llamó a la isla “Groenlandia” (tierra verde) para atraer a otros colonos, y organizó expediciones que resultaron en dos asentamientos principales: uno en el Este, cerca de la actual Qaqortoq, y otro en el Oeste, cerca de Nuuk. Estos asentamientos llegaron a albergar entre 3000 y 6000 personas, pero comenzaron a declinar en el siglo XIV, posiblemente debido al enfriamiento del clima, en lo que se conoció como la “pequeña era del hielo”.
Después, durante los siglos XVI y XVII, balleneros holandeses e ingleses frecuentaban los mares alrededor de Groenlandia y, ocasionalmente, interactuaban con la población local. Sin embargo, no se realizó ningún otro intento de colonización hasta 1721, cuando Hans Egede, con el permiso del reino unido de Dinamarca y Noruega, fundó una compañía comercial y una misión luterana cerca de lo que hoy es Nuuk, marcando así el verdadero comienzo de la era colonial de Groenlandia. En 1776, el gobierno danés asumió un monopolio total del comercio con Groenlandia, y la costa groenlandesa fue cerrada al acceso extranjerodurante más de un siglo: no se reabrió hasta 1950. Luego, en 1953, la isla pasó a ser parte integral del Reino de Dinamarca, lo que trajo reformas para modernizar la economía, la educación y el transporte.
Pocos años antes, Truman había intentado, en vano, comprarla. Y luego pasaron muchos años hasta que volvió a ocurrir algo similar, cuando, en 2019, Donald Trump expresó su interés por adquirirla. “El concepto surgió y dije, sin duda, estratégicamente es interesante y estaríamos interesados, pero hablaremos un poco (con Dinamarca)”.
Trump describió la idea como “un gran negocio inmobiliario” e incluso argumentó que Dinamarca podría beneficiarse al desprenderse de la isla, que, según él, “dañaba mucho” las finanzas danesas al costarles 700 millones de dólares anuales en subsidios.
La reacción desde Dinamarca fue contundente. La Primera Ministra desestimó la propuesta calificándola de “absurda”. “Groenlandia no está en venta. Groenlandia no es danesa, es groenlandesa”, afirmó, dejando en claro la posición del gobierno. La discusión generó tensión diplomática entre ambos países, y finalmente Trump abandonó la idea. Sin embargo, no se dio por vencido. Ahora retomó el proyecto de adquirir el territorio, esta vez afirmando que Estados Unidos podría “proteger a Groenlandia de un mundo cruel” , que los Estados Unidos “cuidarían y atesorarían a Groenlandia” y que su control era “una necesidad para la seguridad económica”.
Mientras tanto, este codiciado territorio, hogar de valiosos recursos naturales, también despertó el interés de China. Según un artículo de John Simpson, editor de Asuntos Mundiales de la BBC, Pekín considera a Groenlandia un punto estratégico en su plan para forjar nuevas rutas comerciales por el ártico. Mientras que los daneses muestran reticencia, muchos inuit, cuenta Simpson, consideran que es una buena idea.
Sin embargo, la participación china en Groenlandia no está exenta de controversias. Quienes critican esta idea temen las inversiones chinas -por ejemplo, en infraestructura- beneficien más a la economía china que a la población local.
Sólo el tiempo dirá qué tan fácil o difícil le resulte esta empresa a Trump, quien en los últimos días insistió en los beneficios que Groenlandia podría obtener al convertirse en parte de Estados Unidos. Mientras tanto, los gobiernos de Groenlandia y Dinamarca mostraron su rechazo.
De todas maneras, hay muchos factores que -incluso en el mejor de los escenarios- dan cuenta de lo difícil que sería esta transacción. Según la Constitución estadounidense, el Congreso tendría que aprobar el dinero para cualquier compra de ese tipo, lo cual obligaría al ejecutivo a encarar largas negociaciones.
Los expertos afirman que el camino más fácil para Trump sería que el territorio obtuviera la independencia de Dinamarca y luego decidiera organizar una venta a los Estados Unidos. La búsqueda de independencia es algo que existe en la isla ártica. Hubo un referéndum en 2008 en el que más del 75% de los votantes apoyaron un plan para aumentar la autonomía. Múte Egede, primer ministro de Groenlandia desde 2021, declaró públicamente a favor de mayor autonomía y de un referéndum de independecia. Pero esto no quiere decir que él -o cualquier habitante de la isla- esté convencido de ser parte de los Estados Unidos, ni mucho menos. Egede odavía no hizo comentarios sobre las declaraciones de Trump, pero en diciembre dijo que Groenlandia “no estaba en venta y nunca lo estará”.
Actualmente, la isla goza de relativa independencia frente a Dinamarca. Más que antes pero, quizás, menos que la ideal, según lo deseado por muchos de sus habitantes. Un breve repaso por los últimos hitos que llevaron a su autogobierno actual. En 1979, Dinamarca concedió a Groenlandia el estatus de autonomía, permitiendo que la isla se autogobernara en numerosos aspectos mientras seguía siendo parte del reino danés. Los groenlandeses mantuvieron la ciudadanía danesa con los mismos derechos que cualquier ciudadano de Dinamarca. El gobierno danés continuó administrando temas constitucionales, relaciones exteriores y defensa, mientras que Groenlandia tomó el control de áreas como el desarrollo económico, la regulación municipal, los impuestos, la educación, el sistema de bienestar social, los asuntos culturales y la iglesia estatal. La gestión de los recursos minerales quedó en manos de ambos gobiernos, lo que eventualmente llevó a los groenlandeses a apoyar masivamente, en 2008, una mayor autonomía. Desde entonces, Groenlandia es reconocida como una división administrativa autónoma bajo la soberanía de Dinamarca.
Desde 2009, Groenlandia recibe un porcentaje mayor al de antes por las ganancias por petróleo y minerales, además de un control casi total sobre sus asuntos internos, incluyendo la justicia penal. En ese marco, el groenlandés se convirtió en el idioma oficial del gobierno, reemplazando al danés. No obstante, la defensa y las relaciones exteriores continuaron siendo gestionadas en colaboración entre Dinamarca y los líderes políticos de la isla.
Pero si bien la independencia es un tema de discusiones recurrente, el hito parece, de momento, estar lejos de concretarse (al menos en el corto plazo). En el contexto de las declaraciones de Trump, quien decidió contestar con contundencia fue el rey Federico X, quien cambió, por tan solo cuarta vez en más de 200 años, el escudo de armas real. En la nueva versión, le dio más tamaño y relevancia al icónico oso polar de Groenlandia, sacrificando el espacio usado por las tres coronas de la Unión de Kalmar (el símbolo de la antigua dinastía nórdica, la unión de los reinos de Dinamarca, Noruega y Suecia). Las otras oportunidades en las que este escudo fue cambiado habían sido en 1903, 1948 y 1972.
“El Rey desea, mediante modificaciones al escudo de armas real establecido en 1972, crear un escudo de armas real contemporáneo que refleje los territorios autónomos y tenga en cuenta la historia y la tradición heráldica”, dijo la Casa Real en un comunicado emitido en diciembre. De momento, el deseo de Trump parece tener mucha resistencia. Pero su gobierno aún no comenzó. Esta historia podría tener varios capítulos más en el corto, mediano y largo plazo.
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